Detrás de una imagen está quien la capta, la recrea. El esmero al hacerlo refleja su carácter, su mirada, la esencia que percibe, que para otros puede pasar como aire. Los sonidos flotaban en un dónde común hasta que aparecen los grandes músicos. El arpa de Bécquer sigue ‘olvidada y cubierta de polvo’ a la espera de la mano de nieve que sepa arrancarle las notas que guarda. Todo bloque de granito aspira a que el cincel le quite lo que le sobra. Y así.
Me centro en las fotografías expuestas por Carmen García Sanz y Jesús Fernández Jurado bajo el genérico “Texturas”. Ante este trabajo hay quien se reafirma en la idea de que la fotografía no es sólo hacerse un retrato de carné –que también– sino jugar una dura partida con la luz, las sombras, los macizos, los huecos, los colores y cualquier otro matiz al alcance del objetivo que pueda aportar equilibrio y belleza a la obra. El escultor juega con la materia y los volúmenes. el músico con timbres y vibraciones, el escritor con palabras, el pintor con colores y veladuras, el ser humano con latidos más o menos acelerados en el milagro del vivir. Los fotógrafos, con todo. El Arte, en suma, se hace con eso tan escaso que es la sensibilidad, a la que nutre el sentimiento. Y si ese ‘algo’ se transmite al que lo ve, lo escucha, lo atiende, si logra el autor traspasar su sensación a otros, es Arte. Si no es así, llámale otra cosa.
Me centro en las fotografías expuestas por Carmen García Sanz y Jesús Fernández Jurado bajo el genérico “Texturas”. Ante este trabajo hay quien se reafirma en la idea de que la fotografía no es sólo hacerse un retrato de carné –que también– sino jugar una dura partida con la luz, las sombras, los macizos, los huecos, los colores y cualquier otro matiz al alcance del objetivo que pueda aportar equilibrio y belleza a la obra. El escultor juega con la materia y los volúmenes. el músico con timbres y vibraciones, el escritor con palabras, el pintor con colores y veladuras, el ser humano con latidos más o menos acelerados en el milagro del vivir. Los fotógrafos, con todo. El Arte, en suma, se hace con eso tan escaso que es la sensibilidad, a la que nutre el sentimiento. Y si ese ‘algo’ se transmite al que lo ve, lo escucha, lo atiende, si logra el autor traspasar su sensación a otros, es Arte. Si no es así, llámale otra cosa.
La exposición de Sanz y Jurado alcanza ese rango, nada fácil tratándose de fotografías. En vez de pincel o pluma, usaron el objetivo para buscar a través de ese ojo mágico el punto en el que habita lo bello. Puede decirse que todo es poner la cámara delante y hacer un clic. Bueno está con los sabios de salón. Para esas honduras tenía respuesta el maestro Masats: ‘Lo difícil está en saber el sitio exacto en el que poner la cámara (sólo tiene uno) y el momento justo de hacer el clic habiendo marcado antes el diafragma adecuado según el origen de la luz, previsto la profundidad de campo, pillado el foco, compuesto el cuadro y otras cosas ajenas al automatismo’. Hay que añadir que cámaras, pinceles y plumas se venden por docenas. Otro asunto es el uso que se les dé. En este caso, sorprendente.
Sin perder su individualidad como fotógrafos, Sanz y Jurado consiguen una unidad de obra elevada a categoría. Suenan a canciones sus imágenes aparentemente mudas. ‘Hagas lo que hagas, si lo haces bien, quedará’, decía Don Julio. Sanz y Jurado, conocedores de la lección, maduraron su fruto en fondo y forma. En fondo, transmitiéndonos la sensación de la belleza contenida en un detalle. En forma, plasmando cada tema soberanamente y sin títulos, como si nos dejaran participar aún más en sus obras entonando en silencio el ‘Imagine’ de Lennon.