Emilio Ruiz Barrachina







ARROYO
Emilio Ruiz Barrachina




“He abierto con mi herida / una herida sobre el agua […] abajo el río es el espejo / y es el tiempo; / las retamas son canciones, / las canciones son viejos retratos, / los retratos son espadas. / El agua te toca y la has creado, / la genialidad te mira y la has convencido; / el amor se arrodilla, te pregunta, / y no tienes más remedio que aceptarlo”.
Emilio Ruiz Barrachina dice de su libro “Arroyo” que es un “poemario robado al tiempo”. Lo edita Sial y es Premio Internacional Rubén Darío. Es, como diría la voz popular: “Arroyo claro, fuente serena” por cuyo cauce transcurren sensaciones traducidas a palabras. Agua siempre igual y siempre distinta. “Agua con peces y barro”, cantó Federico, pero “agua, agua, agua, agua”. La imagen de la dedicatoria de “robado al tiempo” es cierta. El tiempo es el marco en el que nos movemos; dentro está todo para que lo tomemos en la porción de tiempo que nos toque. Lo que ocurra tras el límite temporal de cada uno será eco, no más que eco.
El poeta pasa por las estancias de su tiempo y compone con versos su expresión. En este caso se llama Emilio Ruiz y su obra nueva trae por nombre “Arroyo”. ¿Qué quiere el bardo que lleve ese arroyo en su camino? Él escribe: “El arroyo es el crepitar / de Federico rompiendo bastones, / quebrando falos. / Y es la voz de un abanico verde y malva. / Es la voz del abanico de Adela frente a Bernarda. / Es el abanico de los negros. / Es el canto de las sirenas. / ¡Bendiga, señor cura, otra vez la falocracia! / Y es el esperma de los nuevos mares, / el padre de los desastres, / el turbio deseo del barro / por ser el añil del horizonte, / voz salada. Alba. / Pero antes de rugir en una playa / será hierba, trigo, vino, aceite, / los surcos en los ojos de Paquita, / las rosas blancas del pelo de Félix, / el paladar amargo que dejan las deudas, / la nostalgia de las ferias, / las uñas limadas de Federico. / El arroyo es el azogue / de la camisa de Luis Rosales. / Yo soy el arroyo. / Y como todo arroyo me siento una gestión / hacia una página en blanco. / Alba”.
Clara metáfora la de los “versos robados al tiempo”, a lo efímero; sucede que, en vez de dejarlo ir por los túneles que llevan a ese camino infinito y aburrido llamado Eternidad, el poeta lo retiene para decirse lo que siente, para transmitirnos el desasosiego, para contarnos apenas el dolor: “La tarde se muere de rojos. / Tienes ya la noche en las pupilas / como ese rumor en el bosque / que sabe la hora de la muerte. / La hora de todas las muertes. / Junto a la fuente fría, dijiste. / Y de allí estás viniendo en cada verso, / en cada infamia, / en cada lágrima, / en cada rayo de luz que atraviesa tu espalda. / De rojos. / La tarde. / Luis sigue sufriendo. Aún después de... / La calumnia, dice Félix. / El perro andaluz. / Estás aprendiendo a caminar sobre las aguas, / temeroso, acongojado como entonces, / con la chaqueta doblada en el brazo / y esa vocación irrefrenable de gemir. / Se muere. / El traje de lino blanco / está teñido de sangre. / Desde la muerte te has quedado solo, / casi solo, / con tus negros y tus monos, con Whitman, / con Dióscoro, con los banderilleros, / con nosotros”.
Dice Manuel Rico en el Prólogo que Arroyo “es un libro alejado de todo ensimismamiento, y a la vez, un libro cargado de intimidad, de reflexión, de emociones, de apelaciones a la memoria. Para su autor tiene algo de circunloquio, de conversación en voz alta con seres cercanos con los que ha compartido la experiencia de dirigir un documental clarificador y necesario: Lorca, el mar deja de moverse. Conversación con dos muertos inmortales, Federico García Lorca y Luis Rosales; conversación con dos amigos vivos, casi hermanos, como Paca Aguirre y Félix Grande; con la historia de cada uno de ellos, hecha de experiencias compartidas, con la Historia que rinde cuentas de tragedias, injusticias, sevicias y mentiras cuando clarifica y revela, cuando se hace verdad y denuncia”.
Cuando el poeta se va no deja con su robo vacíos los anaqueles del tiempo, sino enriquecidos con sus versos para que los que vengan inicien el ciclo propio como si fuera un descubrimiento, porque el tiempo tiene vocación de agua de arroyo: siempre la misma, siempre distinta; vocación de, como dice Gerardo Diego al río Duero, “cantar siempre el mismo verso / pero con distinta agua”.

© Manuel Garrido Palacios