JOSÉ MANUEL
DE LARA
(Ciertos
poemas)
Está lloviendo. Llueve,
interminablemente, desde el alba.
No se ve el cielo ni se ve la tierra,
solamente el agua.
Silencio.
¿Qué decir
sin que no se me mojen las palabras?
Tengo abierto delante un horizonte
que se me está cerrando por la espalda.
Y no sé qué pensar, ni sé qué hacer
debajo de esta lluvia fría y larga.
El mundo se ha encogido, que las cosas
parecen más pequeñas con el agua;
y yo, empequeñecido, me contemplo
en el mojado cristal de una ventana.
En el centro de un círculo pequeño
ahogada tengo el alma.
Levantaré la frente hasta ponerme
un arañazo de lluvia por la cara.
Voy pisando los charcos fuertemente,
salpicando de barro la esperanza;
que hasta Dios me parece descendido
de su altura de luz esta mañana.
Hace unos
días, en la Mèdiatéque de Biarritz (Francia) a las cinco de la tarde, fueron leídos
este y otros poemas de uno de los grandes de la Poesía: José Manuel de Lara.
Presidían el acto la Dra. Cécile Norfock, la editora de Le Soupirail, Mme.
Moysan y el traductor Jean-Marie Flóres,
que iba repitiendo como un mantra los versos en francés. Frente a ellos, un público,
sinceramente interesado en lo que se le ofrecía como primicia, cuyo aplauso
tras el primer poema, hizo que la lectura siguiera.
José Manuel de Lara, Miembro de la
Academia del Lunfardo (Argentina), que
jamás tuvo que alzar la voz para ser escuchado, ni correr por los pasillos, ni
arrimarse al poder de turno, tan efímero como todos los poderes, para ser apreciado
por méritos en el mundo de las Literatura, dio esta lectura sin estar presente,
aparte de tener versos suyos traducidos al francés e incoporados a diversas
obras.
Este poema y los siguientes fueron
escogidos de su obra RETRATO APRESURADO, antología encargada a sus hijos,
proyecto que se mantuvo ajeno al poeta desde su gestación hasta su publicación.
Fue para él una sorpresa; para sus lectores, un gozo; para sus amigos, un
honor; para la literatura, un acto de justicia, por ser, sin duda, una voz poética
de las que ‘quedarán cuando el viento barra la hojarasca’.
Una veintena de títulos jalonan su afán, desde aquel Surco Nuevo, en 1957, aunque
José Manuel de Lara pasaría a la Historia de la Poesía aunque sólo hubiera
escrito un poema como Agua de otoño:
No sé qué larga sombra de silencio
entristeció la duda de tus ojos.
Aquella luz, aquel abril contigo
ahora sólo es agua del otoño.
Desconfiada y triste me preguntas
por un amor que fue y quedó en nosotros;
y, sin quererlo, anidan en mi sangre
aquellos raros pájaros remotos.
Sé que la vida ha puesto, desde entonces,
un algo sobre ti, que no conozco.
Pero en tu modo inquieto de mirarme
contemplo tu niñez, llena de asombro.
Toda niñez trae pegado el eco de los paraísos perdidos, y el poeta observa la suya y la de los demás; la propia parece que la canta y que las palabras bailan en el aire. Podría acompañarse de un ritmo que ni fuera vendaval ni aire solo:
Ilusión y esperanza, canto y risa,
y en el aire fragancia de canela
Y correr y saltar por la plazuela
quebrando, por quebrar, la yerbaluisa.
Pura y mansa y azul siempre la brisa
a la salida ingenua de la escuela.
Y ante la verde cruz de una cancela,
en dos trenzas envuelta, una sonrisa.
Incienso. Tarde malva. Y en el viento
la cara sin la cruz de un pensamiento
leve y frágil, como una golondrina.
Y está la infancia alegre y siempre abierta
llamando, por llamar, en cada puerta;
gritando, por gritar, en cada esquina.
Desde su Cátedra de Poeta Puro pinta la niñez como la ve, con sus
herramientas: las palabras, enmarcándola en el tono sepia de su época de enseñante:
Cuatro paredes tiene el colegio.
Los niños gritan sin gana
lecciones, cantos y rezos,
mientras el patio vacío
repite el eco.
Sobre la negra pizarra
trazos inciertos,
y en un rincón pone un mapa
colorines polvorientos.
Todas las amplias ventanas
tienen su trozo de cielo.
Y un rayo de sol le pone
guiños de luz a un tintero.
Lentos, cansados, monótonos,
dicen a un tiempo
montes y ríos de España,
canciones y padrenuestros,
mientras un aire dormido,
sumiso y tierno,
entre pupitre y pupitre
bosteza su aburrimiento.
Si cualquiera de sus versos merecería mármol en el que grabarse, cualquiera
de sus libros, su obra entera bien merece actos como el que cito, sin solemnizar
el gesto, sino como respuesta a quien indaga al ser humano piel adentro buscando
un origen a través de la Poesía:
¿Desde qué cielo perdido,
desde qué silencio,
me llega esta nostalgia indefinida?.
José Manuel de Lara, presente con sus versos en el recital bilingüe de
Biarritz, lejos de conciliábulos y banderías inútiles, seguirá plantándose cada
mañana, cada tarde o cada noche ante el abismo del folio en blanco con el
latido humilde del que empieza, tal como un día trazara su propio perfil:
Aquí me ves, ausente, la mirada
perdida en una rota lejanía..
Un poeta nace cuando traza el primer verso. Su biografía, hoy en plenitud
creadora, la expusieron otras voces, a través de su Poesía, en el acto de la
ciudad francesa.
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