Voces del camino

VOCES DEL CAMINO
capítulo de
EL PÁMPANO ROTO
Manuel Garrido Palacios
Calima Editores. Mallorca

'... hasta que el pueblo entero no sepa la Doctrina Cristiana
no se permitirán en las calles danzas ni tamborileros,
so pena de excomunión y tres reales de multa'.
(Fragmento de una amonestación
de la autoridad eclesiástica en Castilla. 1560)


A veces cuando regreso a ciertos sitios me invade el desasosiego. He vivido tanto los pueblos, tanto sus gentes, tanto sus alegrías, tanto sus penas, que al palpar las ausencias, el vaho de la soledad me nubla el camino. Todos los pueblos han sido mi pueblo, y el olor a camino y a jara fresca me ha seguido, y los acentos, y los sones, y los sabores. Los pueblos me dieron lo que sé y temo que yo no haya sabido darles más que la lata. Un día cualquiera que paso por Peñaparda, Salamanca, don Andrés, clérigo de bonete, me canta:

María sé que te llamas, / ya me lo dijo el padrino,
no tendrá el rey en sus salas / este sol tan cristalino.
Allá arriba arribota / hay una fuente de oro
donde lavan las mocitas / los pañuelos de los novios.
Cuántos hay que te dirán, / serrana por ti me muero
y yo que no te digo nada / soy el que más te quiero.
Para qué madrugas tanto / madrugadora del alma,
si sabes que yo te quiero / aunque te estés en la cama.
María siempre María, / María siempre diré,
y a la hora de mi muerte / a María llamaré.
Sale el sol por las mañanas / entre viñas y olivares,
el querer que a ti te tengo / de las entrañas me sale.
Qué bonita está la tierra / después que el agua ha caído,
más bonita está una dama / al lado de su marido.
Qué bonita está la tierra / con el brezo descollando,
más bonita está una niña / de catorce o quince años.
Primero que yo te olvide / ya darán los pinos peras
y las gallinas tomates / y las parras tomateras.
Primero que yo te olvide, / pongo la comparación,
ha de calentar la nieve / y ha de refrescar el sol.

Luego me habla de la industria casera del lino y Engracia se suma para decirme que cogen gallinaza, estiércol de gallina, para sembrarlo: 
-Se mete, se le hace la cama, se riega y después vamos las mujeres a darle agua cada ocho días; se trae, se macha y se saca la linaza. 
El lino era una fuente económica de Peñaparda; había linares y los aprovechaban para las ropas o para lo que hiciera falta:
-Se hacían camisones. Ahora verá tiestos, herramientas viejas. Las sábanas de lino que nos quedan se van dejando a las hijas como dote. 
Pregunto a Marcela qué era lo del picao de la escoba:
-Se traía la planta, se golpeaba en el machón y se echaba en la cuadra del ganado para que estuviera seco y durmiera bien, lo que, unido a su excremento formaba un buen abono para la tierra; ¡vaya patatas que daba! 
Sigue Basilisa: 
-Cuando aún se reúne la gente para un festejo, digamos después de recoger las patatas, se saca el pandero sin sonajas y se baila.
Máxima es la gran tocaora de pandero: 
-Nadie sabe una canción que ella no le haga el son -dicen sus vecinas-. Ahora, esto es como la Misa de Olleros, que durará lo que el cura.
Olleros fue un lugarejo de Salamanca, que se despobló, y en la iglesia, que duró más, acudían pastores a Misa, en tanto que hubo quien la dijese –dice Gonzalo Correas en su Vocabulario-. María le da un pandero cuadrado sin sonajas, como el que se usa en Encinasola, Huelva, en la danza de mujeres a la que da nombre el instrumento, y Petronila la acompaña chocando la badila contra una llave. Entre los vaqueiros asturianos también hay danzas en las que se usa de percusión la payetsa, que es el choque de una sartén con una llave. Es -o fue- baile de bodas. Son atributos que los futuros suegros regalaban al matrimonio nuevo. He aquí la canción salmantina que llaman Corrido: 

Dicen que por las venas / corre la sangre.
quítate, niña, / de esos balcones.
Si tú no te retiras, / ramo de flores,
yo seré la justicia / que te aprisione
con la cadena de mis amores.
Yo antes ignoraba / lo que ahora veo,
las vueltas que da el mundo / y aquí me quedo,
quítate, niña, / de esos balcones.
Míralo por donde viene / el gato por el tejado.
Por mí no doblen campanas / ni me entierren en sagrado...
De tu puerta a la mía / rondé, rondando,
navegué, navegando, / va una cadena,
chiquitita y bonita, / rondé, rondando,
navegué, navegando, / de amores llena.
Y ahora vamos a la cuna / ya no podemos entrar,
y ahora los franceses / piden libertad
y España les dice / podéis tropezar,
la fe, la fe / del cristiano, / ya la podemos buscar.

Ya lejos de Peñaparda me paro a preguntar a un hombre que cuida un barriquero, una terraza chica en el monte para poca siembra, si el castaño se planta por simiente o por esqueje: 
-Tiene que ver antes si le priva, o sea, si le conviene o no la tierra y ponerle al lado un mañizo, un palo tieso para impedir que se tuerza, digamos como un pie de amigo que le de arrope contra el viento ábrego. 
Es de Castañar de Ibor, entre Navalmoral y Guadalupe, y no queda ahí la charla, sino que vira hacia las fiestas de su pueblo:
-Los quintos ataban un gallo por las patas, lo colgaban y pasaban a caballo a ver quién le arrancaba la cabeza. Era cruel, oiga, pero tenía un no sé qué que gustaba.
Le digo que conozco la misma costumbre en pueblos vascos, donde lo hacen con un ánsar, y en Sepulcro Hilario, más allá de Peñaparda, aunque ya en desuso. En esto andamos cuando llega un pastor de cabras llamado Antonio Pérez, a compartir sombra. bocadillo, vino de bota y conversación. Le entro al recién venido con que las cabras son dañinas porque desgracian plantones al comerle las guías. No se inmuta. Le importa más saber qué hace por aquí un tipo que parece no ir a ningún sitio. 
-Tomo apuntes – le digo. 
-¿Para qué? -insiste.
-No sé. Aún no lo sé. Quizás para un libro.
En su pueblo natal, Alba de Tormes, hacen cacharros de barro brillante:
-Le dicen vidriados -me señala la libreta para que lo anote-; vaya y pregunte por Rogelio Moro, que le cantará además el romance Antonio, Divino Antonio; el que también sabe de estos líos es Valerio, el tamborilero de Casas del Conde, ¿lo conoce?. 
Lo animo a que suelte un cantar de los que se enredan en la memoria. Sonríe. El labrador asegura que el pastor sabe coplas del Castañar, y a poco ya canta el hombre las del enrame:

El día de San Juan veremos / las que son guapas,
si les ponen los mozos / ramos de albahaca,
las que son lindas, / si les ponen los mozos
ramos de guindas, / las que son feas,
si les ponen los mozos / ramas de acea.
Me pusiste el ramo, / Dios te lo pague,
rompiste siete tejas, / lo que el ramo vale.

Le digo que por El Andévalo, en Huelva, se hace lo mismo en la amanecida de San Juan, un lenguaje floral entre mozos a mozas, queriendo significar cada planta dejada en la ventana o el balcón una intención amorosa. El labrador le pide al pastor que diga el romancillo que nombra a los pueblos de su comarca, y al escucharlo, más que romance, me parece un fresco del paisaje pintado con palabras:

Los pueblos que yo conozco / entre el valle y la montaña,
ya te los voy a decir / en muy poquitas palabras.
Allá arribita en lo alto / anda la Virgen de Francia,
aquí abajo, Casarito / y después, la Casa Baja;
en Sequeros, botoneros, / en Mogarraz, fanfarria,
en Cepeda, los matones, / que hasta a las mujeres matan;
en Pineda matan chivos, / en El Molinillo, cabras,
en El Llano, las gallinas, / y para galgos, Miranda;
en el Soto, los nisqueros, / en Herguijuela, legaña,
en el Madroñal, papudos / y en La Alberca, la castaña;
En San Martín hay vaqueros, / lagarejos en Las Casas,
en Villanueva, colambres, / en Monforte, vinateros
y en Garcigüey las pasas.

El labrador añade:
-En Tamames hay buenos alfares, y en Cespedosa de Tormes se cantan y bailan por hombres vestidos de blanco la Pimienta, el Laurel, la Nochebuena, las Palomas, las Fiestas, el Milanillo y los Frailes. No sé ahora, pero en Ciudad Rodrigo había orives de renombre; la gente habla de las capeas pero todo tiene su importancia. Mire Herguijuela, con tres tamborileros: Eduardo, Tomás y Fanega. En Mogarraz convierten en plaza de toros la del pueblo. 
-Antes lo era sin tener que aviarla -media el pastor, que había perdido la vez y la recupera-. Allí vea usted a la señora Matea con sus bordados. Titón es el tamborilero. Dulzaineros tiene a Nicomedes en Villamayor y a Antonio en Villanueva.
Los tres damos cuenta del vino, del pan, del chorizo, del queso. El pastor se levanta a tirar piedras a unas cabras metidas en mal sitio. Grita: “¡Moooocha! ¡Hcá! ¡Hcá! ¡Ría, ría!”. Le insisto: 
-Son jodidas, ¿eh?; lo destrozan todo, comen hasta los papeles. 
Me pregunta como si yo no hubiera hablado: 
-¿Le sirve lo que le hemos dicho?. Apúntelo que se le va a olvidar.
El labrador se pone a apelmazar la tierra del barriquero. El pastor se va con las cabras. Yo sigo camino con más chicha en mi morral de vivencias. Por un instante nos veo figuras machadianas, gentes que...

Cuando caminan, cabalgan / a lomos de mula vieja,
y no conocen la prisa / ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino; / donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven, / laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos, / descansan bajo la tierra.

Años después regreso a Peñaparda. Paso antes por el barriquero que cuidaba el labrador, y por el monte donde pastaban las cabras, en un vano intento de recuperar las ausencias, el olor a leña de roble, a jara fresca; y los acentos, y los sones, y los sabores. Pero sólo quedan los ecos. Nada más que los ecos. 

© Manuel Garrido Palacios

Castro Crespo




Castro Crespo
MISCELÁNEA
(Notas de la exposición)



Sorprende la obra de Castro Crespo por su sinceridad. Un visitante advierte que uno de los cuadros está colocado al revés; otro le responde: ‘Igual ha sido una valentía del pintor al ponerlo de esa manera’; un tercero media: ‘Será que le viene bien para encajarlo en el hueco’. Y un cuarto, convencido de la intención del artista, cierra: ‘Es que lo ha pintado así y lo tiene que poner así’. Lo cierto es que si la sinceridad es una virtud que no deja sitio a la indiferencia, la obra de Castro Crespo atrae porque, entre otros valores, la posee.
Una exposición de arte suele ser una fuente de sensaciones que recibe quien la ve, y que, si tiene interlocutor a mano, expresa. De algún modo, cada cuadro salido del pintor saca del que lo mira algo que llevaba dentro y es cuando la comunicación se establece y la obra completa su ciclo. 
Lo mismo que surgen preguntas de viva voz ante este o aquel cuadro, los que se expresan en silencio con la escritura también lo han hecho. Juan A. González Márquez establece el marco creativo: ‘Una luz primaveral y vespertina bien tamizada inunda el estudio del pintor. [...] El estudio está en silencio. El visitante se siente en esos momentos como uno de los gatos que el gran Balthus arroja en muchos de sus cuadros: electrizado […] se prenda de los rostros, torsos, figuras, caras, espaldas y semblantes humanos que pueblan la estancia. Esa luz parece incluso transmitir un lejano murmullo que, por un momento, se convierte en soledad sonora, pues crees que son esos humanos los que se dirigen a ti. Desde ese instante, la puerta del diálogo está abierta, los ojos del espectador están dispuestos para interpelar a los que nos reclaman desde el otro lado del lienzo, de la tabla o del papel o del cuaderno de apuntes del pintor que, abierto sobre la mesa, reclama también nuestra atención […] las historias que concita permiten al espectador ir elaborando una cartografía de lo humano, una ontología del existente humano que es, al mismo tiempo, un diagnóstico de la época que nos ha tocado vivir y también del hombre que somos’.
Juan Villa escribe que ‘Los paisajes de Castro Crespo se nutren de la vida, se empeñan en contarnos historias de las casas, de las calles, de las peñas, de los campos, de las playas, del mar... en una personalísima arquitectura donde todo cabe, de todo se sirve el artista para transmitirnos su mirada: expresivas manchas de color, certeras líneas que recomponen y subrayan su intención, objetos de toda laya, disímiles, atrabiliarios, que por su mano, libre, inventan su propia armonía. El "collage", algo así como "pegote" en castellano, lo presenta Max Ernst en 1919, en Colonia, en una exposición Dadá, padres medio putativos de los surrealistas, y de la interpretación de la mancha como génesis de la pintura ya habló Leonardo. Son estos dos elementos de los que se vale Castro Crespo no para imitar la naturaleza sino para mostrarnos sus misterios a través de su mirada, que es interior, para desvelarnos lo que en ella permanece oculto y sólo es visible al ojo de la imaginación del artista, el que crea imágenes: sus cuadros’.
Eliacer Cansino cree que a la ‘creatividad, sorpresa, eficacia, versatilidad, seguridad y un profundo cuidado por la factura de la obra’ de Castro Crespo, hay que añadir que ‘tiene algo de vertiginoso […] una gestualidad rápida (como si quisiera atrapar la fugacidad del mundo)’ […] Sus bodegones ‘están como yéndose, detenidos apenas un instante, sorprendidos ─mas que contemplados─ por el flash de su mirada. Y eso, porque sospecho que para él la contemplación, la quietud, es un ejercicio dificilísimo. De ahí que le guste más llegar a los objetos que esperar a que estos lleguen a él’. Para Francisco J. Martínez López, una de las facetas de Castro Crespo que más le ‘fascinan es la de combinar creación y ciencia. [...] Un día me dijo: ‘Francis, estoy haciendo mi tesis doctoral, que consiste en un gran número de láminas que cuentan los últimos 3.000 años de historia de nuestra ciudad. ¿Cómo la tengo que presentar al tribunal?’ Le pregunté: ‘¿Pero no tienes textos, citas al pie y demás ropajes de la ciencia?’. Me dijo: ‘No; mi tesis son las láminas’. Juan B. Cáceres ve a Castro Crespo como ‘un creador humilde como todos aquellos que hacen del talento el principal valor de su obra’. Rafael Delgado cree que Castro Crespo ‘muestra su genial faena. Desde que pintara La Cuadrilla, (cuadro de una emotiva historia) hace cuarenta años, vuelve en un trajín inacabable a las cinco en punto de la tarde, y nos recrea a Los Tres Niño, a Pero Alonso, a Juan y a Francisco; a los Hernández Pinzón, a la Plaza de Armas de un coso taurino donde el aIbero está a la altura de la atalaya del castillo’. Carmen Ciria ve que dos grandes ventanales ‘filtran la luz del patio Nicolasa, llamado así en recuerdo de la tía de Charo, su mujer, su compañera. Son dos grandes ventanas que delimitan dos territorios: exterior (el mundo), e interior, el espacio de la pintura y de la escultura, allí donde conviven cachivaches de todo tipo (animales disecados, obras por terminar, recuerdos de viajes, cuadros de cara a la pared, esculturas, libros apilados en desorden, tubos de pintura, caballetes) en una libertad asociativa, en una acumulación fructífera que acompaña y protege la autoexpresión del artista, su rigor constructivo, su coherencia personal, porque ser artista es una decisión vital’. Uberto Stabile valora el cuadro ‘Robert Capa, mi abuelo y yo’ como ‘resumen de la mirada comprometida de Castro Crespo, una interpretación crítica de la historia y de los intereses que ponen en juego la calidad de vida de nuestro entorno, un grito en ocasiones, un hartazgo en otras, que sin abandonar el goce de la experiencia estética, permite trazar el hilo conductor de un pensamiento crítico y alentador, esa reconciliación necesaria entre nuestra sociedad para entender, su propia historia y el valor del medio natural en el fue concebida’. Y para Abelardo Rodríguez es ‘hueso de la luz, pulpa de lo real, semilla de la mirada esencial desnuda, color en su forma, geometría, puzzle de su espíritu, mar y cabezo en calabaza, amarillo Trigo verde, pupila de uva Huelva destilada compuesta nuclear, irradiante, expansiva desde el emisor de luz Castro-Crespo. Luz en alma’.
Todo eso sugiere la exposición de Castro Crespo. Y más.

© Manuel Garrido Palacios