Luis Delgado / David Garrido

 Le preguntan a Miguel Ángel (sólo cabe uno por milenio) por su técnica, su maña, para sacar en un solo bloque esculturas: una, ¿para qué nombrar ésta o aquélla? Y responde: ‘Escojo la piedra, quito lo que sobra y dejo limpia la imagen que estaba dentro’. Le preguntan a Picasso ante uno de sus cuadros cuánto tarda en culminar la obra: una, ¿para qué nombrar ésta o aquélla?. Dice: ‘Tres mil años’. Se podría seguir el rastro de tan iguales respuestas a tan distintas preguntas. O al revés. Si se les preguntara a músicos como Luis Delgado o David Garrido, juntos en el estudio que el primero tiene en Urueña, para qué hacen música, dirían: para resetear el alma y sacar el sonido que la habita. El último concierto al que asistí de Luis Delgado fue en una iglesia. El de David Garrido, en la banda sonora de un film sobre un pintor. La música de estos músicos: una, ¿para qué nombrar ésta o aquélla?, me suena a verso de Góngora, a algo así: ‘Vi venir de un colmenar, / muchos siglos de dulzura / en unos años de edad’. A veces la respuesta sale al paso sin que haya habido pregunta previa, o sin que el oído humano la haya percibido. El Arte es un todo misterioso, una síntesis de algo fuera del tiempo.

KANDINSKY

KANDINSKY
Composición (1923)
Colección M.S. - París

SEVERINI

SEVERINI
Danzarina (1913)
Colección Estorick
Londres

Monumento de las Nereidas

Monumento de las Nereidas
(aprox. 380 a. C.)
Museo Británico. Londres
Procede de Xantos, Licia, Turquía

Edificio funerario erigido por una dinastía Licia (¿la de Arbinas?) que mezcla elementos iconográficos y diseños griegos y persas. Las figuras de pie entre las columnas podrían representar a las Nereidas, ninfas del mar. 

Lendas Galegas de Tradición Oral

LENDAS GALEGAS DE TRADICIÓN ORAL
Ed. X.M. González Reboredo
Editorial Galaxia
Vigo 

EL ESCRIBA SENTADO

EL ESCRIBA SENTADO
Cuaderno de Paris
Manuel Garrido Palacios 

Si se entra al Louvre por la puerta Sully al encuentro de la cultura egipcia, lo primero que sale al paso es la sala de los escribas, cada uno en su urna en postura de profesional de la comunicación con su papiro dispuesto sobre las piernas cruzadas. Visto el conjunto de golpe se piensa que se está ante el cuadro de una agencia de prensa cristalizada en cronistas de las dinastías 19, 20 y 21, con su tintero y su sello para marcar documentos. Miles de años nos separan de la visión de lo que podría imaginarse la redacción de un viejo periódico, donde en vez del director preside la sala el dios Thot, mientras que Horus no pierde ojo como buen redactor-jefe. En el Louvre cada cual tiene sus visitas fijas como si fueran viejos familiares a los que no se les puede perder cara, además de disfrutar de todo lo demás y de lo que las salas previas ofrecen como exposiciones pasajeras. ¿Qué se saca de una sala que es casi de paso? ¿Qué podría ofrecer una fría mañana una reunión de escribas? Mucho. Uno se figura que el que está más cerca del ventanal por donde se ve la calle ha escrito esto: ‘Un gran inconveniente de la guerra social comparada con la guerra ordinaria es que las influencias de la ley natural están más o menos combatidas por la voluntad y las instituciones humanas, y no es siempre mejor el más robusto, ni el más adaptado el que tiene la suerte de subir. Al contrario, por lo regular suele sacrificarse la grandeza individual del espíritu a preferencias personales inspiradas por la posición social, la raza y la riqueza’. Un poco más allá, otro escriba podría decir en su papiro: ‘La sociedad debe estar organizada de forma que la felicidad de uno no nazca de la ruina de otros; lo justo es que cada individuo encuentre el bien propio en el de la colectividad, y viceversa, que resulte de la colectividad únicamente el del individuo’. No para ahí la cosa; el escriba que queda frente parece hacer señas para que se le lea su obra del día: ‘Llegará un tiempo en que la distancia entre el punto de partida y el de llegada se ensanchará de tal modo, que los mismos sabios del porvenir se negarían a admitir la posibilidad de un lazo entre ambos, si los escritos y los vestigios del pasado no les dieran los materiales necesarios para guiarles en su juicio’. También se puede sentir en la sala el siseo de un escriba aislado que ofrece su texto: ‘No hay mano que detenga a la Tierra en su curva, ni oración que detenga al Sol, ni calme el furor de los elementos que luchan entre sí. No hay voz que despierte del sueño de la muerte, ni ángel que liberte al prisionero, ni mano que baje de las nubes para dar pan al hambriento, ni signo celeste que dé conocimientos sobrenaturales’. Lo que es común a todos estos escribas es el estar erguidos con un orgullo de oficio expresado con el cuerpo, aparte de saberse notarios de la Historia. Los escribas tienen la postura tan fijada porque quieren decir con su lenguaje corporal que se puede escribir durante siglos guardando semejante equilibrio, o apoyados en una mesa, o sobre el muro, o en el propio lecho siempre que se escriba en libertad lo que se desee escribir. Cualquier postura será válida, menos de rodillas.

© Manuel Garrido Palacios