EL
ESCRIBA SENTADO
Cuaderno de Paris
Manuel Garrido
Palacios
Si se entra al Louvre por la puerta Sully
al encuentro de la cultura egipcia, lo primero que sale al paso es la sala de los
escribas, cada uno en su urna en postura de profesional de la comunicación con
su papiro dispuesto sobre las piernas cruzadas. Visto el conjunto de golpe se
piensa que se está ante el cuadro de una agencia de prensa cristalizada en
cronistas de las dinastías 19, 20 y 21, con su tintero y su sello para marcar
documentos. Miles de años nos separan de la visión de lo que podría imaginarse
la redacción de un viejo periódico, donde en vez del director preside la sala
el dios Thot, mientras que Horus no pierde ojo como buen redactor-jefe. En el
Louvre cada cual tiene sus visitas fijas como si fueran viejos familiares a los
que no se les puede perder cara, además de disfrutar de todo lo demás y de lo
que las salas previas ofrecen como exposiciones pasajeras. ¿Qué se saca de una
sala que es casi de paso? ¿Qué podría ofrecer una fría mañana una reunión de
escribas? Mucho. Uno se figura que el que está más cerca del ventanal por donde
se ve la calle ha escrito esto: ‘Un gran inconveniente de la guerra social comparada
con la guerra ordinaria es que las influencias de la ley natural están más o
menos combatidas por la voluntad y las instituciones humanas, y no es siempre
mejor el más robusto, ni el más adaptado el que tiene la suerte de subir. Al
contrario, por lo regular suele sacrificarse la grandeza individual del
espíritu a preferencias personales inspiradas por la posición social, la raza y
la riqueza’. Un poco más allá, otro escriba podría decir en su papiro: ‘La
sociedad debe estar organizada de forma que la felicidad de uno no nazca de la
ruina de otros; lo justo es que cada individuo encuentre el bien propio en el
de la colectividad, y viceversa, que resulte de la colectividad únicamente el
del individuo’. No para ahí la cosa; el escriba que queda frente parece hacer
señas para que se le lea su obra del día: ‘Llegará un tiempo en que la
distancia entre el punto de partida y el de llegada se ensanchará de tal modo,
que los mismos sabios del porvenir se negarían a admitir la posibilidad de un
lazo entre ambos, si los escritos y los vestigios del pasado no les dieran los
materiales necesarios para guiarles en su juicio’. También se puede sentir en
la sala el siseo de un escriba aislado que ofrece su texto: ‘No hay mano que
detenga a la Tierra en su curva, ni oración que detenga al Sol, ni calme el
furor de los elementos que luchan entre sí. No hay voz que despierte del sueño
de la muerte, ni ángel que liberte al prisionero, ni mano que baje de las nubes
para dar pan al hambriento, ni signo celeste que dé conocimientos
sobrenaturales’. Lo que es común a todos estos escribas es el estar erguidos
con un orgullo de oficio expresado con el cuerpo, aparte de saberse notarios de
la Historia. Los escribas tienen la postura tan fijada porque quieren decir con
su lenguaje corporal que se puede escribir durante siglos guardando semejante
equilibrio, o apoyados en una mesa, o sobre el muro, o en el propio lecho
siempre que se escriba en libertad lo que se desee escribir. Cualquier postura
será válida, menos de rodillas.
© Manuel Garrido Palacios
© Manuel Garrido Palacios