Antonio Martínez i Ferrer









EL RUMOR DEL PATIO


En la otra calle

los aceros de la muerte apuntan
a la cabeza del niño.
De todos los niños.
La mano de fuego consuela a la madre,
mientras
la tierra muerde sus tiernas carnes.


CORRE, CORRE, NIÑO DE ARENA



Con los días de la tragedia,

la mirada del verdugo
a nada humano se parece;
su belleza
de trasparencias engañosas,
se alimenta del apetito
y la sumisión al amo.
El señor de las verdades
es ignorado
mientras se ahoga
en los meandros
de un mar de mazmorras.


© Antonio Martínez i Ferrer

SENDEROS

“Estoy / aplaudiendo / en la esfera de los verdeazules / el tiempo / no recuerda esta sonrisa / mi descuido / ha impreso en la portada / una huella sin nombre / una rareza / escribe alborozada / en mi interior / vientos blancos / vientos”.


Son versos de Senderos, libro de Antonio Martínez i Ferrer (Alzira 1939), obrero de artes gráficas, luchador contra la dictadura franquista, represaliado hasta el despido laboral y el exilio. Martínez i Ferrer ha publicado en castellano, valenciano o portugués El rumor del patio, 2003; El soroll del pati, Angoixa y Corre corre xiquet d'arena, 2006, Editorial Germanía; el último también en Baile del Sol, 2009, libro que obtuvo mención especial en el Premio de Poesía Julio Tovar. En Ateneo Obrero de Gijón, El grito del oasis, 2007; y en Canto Escuro (Portugal) Efectos Secundarios / Efeitos secundarios, 2008.
Esta antología, que edita la Asociación Crecida, de Ayamonte -dice Antonio Orihuela en su prólogo- va “destinada a dar cuenta de las muchas voces, registros y confesiones con las que el poeta ha tratado de iluminar estos Senderos con los que es nuestra pretensión mostrar las huellas, las trazas y los desvelos que asedian la obra poética y la visión” de su mundo. Analiza la obra desde cuatro ángulos y empieza con los poemas que “parten del asombro del hombre que, casi en el tramo final de su vida, descubre la poesía. En ellos vuelve la mirada hacia donde el tiempo apenas recuerda las sonrisas y se hace consciente del descuido en el que ha vivido una vida entregada a un proyecto de transformación social y que, si bien también ha abierto surcos hacia un esperanzador barbecho para su cultivo interior, no había sabido conjugar, en la misma medida, ese afán”: “Retiro los escombros / desde aquel beso / sin huella / escupes / en la raíz y no crece el desprecio / rehaces / el guante del calvario / para asombro del sueño / escondes el báculo / en la orfandad / la agonía / reposa / junto al vuelo de los engaños / grazna desde el negro / acude al desorden / el deseo / es un horizonte / con enredaderas / de viento y distancia”.
Siguiendo el prólogo de Orihuela, el segundo ángulo nos deja ver “la otra raíz que anida en el ser para el mundo del poeta. La raíz materialista y dialéctica es también raíz histórica y sobre ella, el poeta construye un tiempo de ignominia, de las transacciones entre los grupos de poder del tardofranquismo en su adaptación al modelo de la democracia formal”: “Ese desierto / quebrado de golpes / ese dolor oceánico / ese rojo / mordiendo las arterias / esa soledad / hundida en sus raíces / esa inmovilidad / pesada / dura / ese restablecer / en la mirada / el gesto / ese andar por lugares / donde la mano / desnuda / se abre / y espera”. […] “El torrente compone / con sus volúmenes rotos / un nuevo artificio / de gritos / el final escaso / descompone los azules / seguir desnudo / seguir cayendo / seguir vacío”.
El tercero se abre “con una promesa de libertad individual, de fina y agreste rebeldía que quiere, desde lo personal, abrazar lo colectivo, recuperar el tiempo de las miradas, las sonrisas, la asamblea, el vértigo, los vínculos en los que volver a enredarnos para ganarnos en humanidad”: “Un verbo de columnas / sosteniendo / mañanas y tardes / espera en las hogueras / del hambre / yo trasiego / entre brotes jóvenes / la rebeldía / un tiempo / de revoluciones / espera en los sueños / un tiempo / de pan / espera en el camino / un tiempo / de muchedumbres / espera en las plazas / un tiempo para ellos / un tiempo para nosotros / las manos libres / esperan / esperan”
Por el cuarto ángulo de esta mirada paralela prólogo/versos entran “los poemas del consultante, del que espera, inquieto, lo excepcional por llegar, la revolución a la que el poeta no renuncia, siempre con su puerta abierta”: “Siento / la voz mordiendo / en el vientre / un volcán vomita / después / del miedo / están las esquinas / clavadas en el grito / me agarro / a la soledad / la ventisca recita sangrenegra”.
El libro me lo da Eladio Orta en Punta Umbría el día en el que Uberto Stabile estrena su documental sobre la poesía fronteriza México-EE.UU., marco idóneo para estas cosas que tanto calan en el sentir y que salen por los versos. Los poetas Augusto Thassio y Ramón Llanes, presentes en el acto, lo saben bien.

© Manuel Garrido Palacios

José Luis Rodríguez (Guitarrista)





José Luis Rodríguez
Guitarrista. Compositor



El guitarrista flamenco y compositor José Luis Rodríguez estrenó su espectáculo ‘Espacios Intimos’ en USA. Considerado uno de los guitarristas más importantes de su generación, continuador de la escuela de Mario Escudero, su música se caracteriza por su capacidad interpretativa y compositiva, apoyada en una técnica guitarristica impecable. Entre sus trabajos destaca ‘Yerma’, compuesto para la gran bailaora Cristina Hoyos, además de ‘Tierra Adentro’, ‘Al compás del Tiempo’ y ‘Viaje al Sur’; y ‘Dibujos’ y ‘Souvenir’ para Belén Maya, entre otros. Desde su llegada a USA, José Luis Rodríguez ha creado la música para el espectáculo ‘Cleopatra y César’, estrenado en el Colony Theatre de Miami Beach.
José Luis Rodríguez estrena ahora su nuevo proyecto ‘Resonancias’ en USA, que, como el anterior lo interpretará en el University Center for the Performing Arts, en Davie, Florida con el acompañamiento de Rómulo Bernal (percusión), Alex Jordan (guitarra), Niurca Márquez (danza) y la cantante sefardí Susana Behar.
‘Resonancias ─dice el músico─ es un reflejo de la memoria subconsciente que permanece en la obra de todo artista, como una huella esencial que llega a través de los recuerdos de otros y que, en nuestra mente aparecen como imágenes deformadas o distorsionadas’.
Desde su llegada a USA, José Luís Rodríguez continúa desarrollando su carrera en solitario, habiendo presentado sus proyectos Espacios Intimos y Flamenco abstractions, además de haber sido elegido representante de la Cultura Española en la inauguración del nuevo Centro Cultural Español en Miami. Nacido en Chaouen y criado en Huelva, José Luís Rodríguez es un guitarrista fundamental dentro del panorama flamenco internacional. Su música, renovada y fresca, se apoya en elementos sonoros universales y en un profundo conocimiento del flamenco.

www.joseluisrodriguez67.blogspot.com

Martín Gambarotta






PUNCTUM
Martín Gamboretta
Ed. Liliputienses




¿Por qué ahora aquí y allá? ¿Por qué Punctum? Desde luego que el título voluntariamente pretencioso, como el autor ha señalado varias veces, no ofrece la clave de la cosa sino una de sus efectivas descolocaciones pragmáticas. La reciente reedición del poemario en Argentina por parte de Mansalva/Vox y esta primera edición en España de parte de la Biblioteca Gulliver, no pueden resultar sino exactas recolocaciones de la cosa en un contexto geopolítico tan particular como global. La cosa es, antes que nada, un libro con su lomo y con sus tapas que en su día se volvió inencontrable gracias al culto que le profesaban las pequeñas hordas de lectores argentinos de poesía. La cosa era tan necesaria a esos lectores que al escritor del texto que la cosa contenía o que contenía la cosa, según dicen, una vez le negaron un ejemplar expuesto en una librería. El libro, dicen, colgaba de una cuerda sujeto por una pinza. Había dejado de ser tal para convertirse en algo más, acaso una lectura generacional; desde luego que un bien común no privatizable por aquel astuto cliente que decía llamarse Martín Gambarotta para quedarse con el ejemplar único de Punctum expuesto en aquella librería. No estoy segura de si dicho aura podrá ser traducida “aquí” – aunque estemos viviendo un momento probablemente perfecto para el trasvase – pero para intentar la traslación me atrevo con este breve postfacio (no tan) paradójicamente introductorio.

© María Salgado

José Manuel Caballero Bonald

Foto Héctor Garrido
Adornar la vida





La religiosidad del andaluz tiene un componente supersticioso muy acentuado, dándole al término superstición de tan amplio eco mediterráneo su más primario sentido de creencia en lo sobrenatural. Podría decirse que el andaluz, que convivió tan largo tiempo con religiones distintas a la católica, tiene una idea muy vaga de lo que es un feligrés ortodoxo. Los mandamientos de la Santa Madre Iglesia no se le antojan por lo común como de obligado cumplimiento. Sus efusiones devotas son casi de orden folklórico. Se dirige a sus Vírgenes predilectas como si hablara con una mujer, a quien vitorea y piropea en la lengua de cada día. Y las Vírgenes pasan contoneándose al son de la música y como alardeando del barroco y deslumbrador conjunto de sus ornamentos: esos ‘pasos’ atestados de flores, con los varales, candelabros y respiraderos de plata repujada, el largo manto bordado con hilo de oro, las joyas y coronas. No es una celebración rigurosamente religiosa, o no es sólo eso; es como el triunfo de la vida en un tiempo cristianamente considerado como de recogimiento y sacrificio.
Pero el gran momento de exaltación colectiva en este sentido es el de la romería del Rocío. Un episodio que, con toda probabilidad, pone de manifiesto las más recónditas y complejas intimidades del pueblo andaluz. Ese pequeño enclave de El Rocío, perteneciente al onubense término municipal de Almonte, se convierte cada Pascua de Pentecostés en un multitudinario y espectacular teatro del mundo andaluz. Existen también otras romerías famosas sobre todo la de la Virgen de la Cabeza, en Sierra Morena, ya citada por Cervantes , pero la del Rocío es la que atrae a más cientos de miles de enfervorizados devotos o asombrados espectadores. Son muchos elementos mezclados: la fe, el fanatismo, la piedad, la paganía, la unción, el desenfreno, los contagios de la moda, los lucimientos personales, las penitencias.
El escenario concreto de El Rocío se reduce a un arenal próximo a las marismas y al monte bajo del paradisiaco Coto de Doñana. El conjunto del caserío y de los campamentos circundantes recuerda un poco al de un poblado del oeste americano, y más cuando aparece absolutamente invadido de caballos, carricoches, caravanas de carretas, peatones más o menos vestidos de camperos. Por todas partes se bebe casi por imposición ritual y por todas partes se escucha el orgiástico redoble de las sevillanas ‘rocieras’, otra manifestación folklórica andaluza puesta últimamente de moda por todo el país.
La Virgen del Rocío, venerada hasta el frenesí por los almonteños y aún por gentes de muy distintos lugares, es más bien una diosa, la ‘Blanca Paloma’, la reminiscencia evidente de antiguos cultos tribales transferidos a la también llamada ‘Reina de las Marismas’. Como en las ferias, el caballo es aquí el signo manifiesto de un cierto privilegio social, y el vino y el entusiasmo, unos nexos democráticos muy prodigados en esos días. La Virgen es la gran madre primera, la que imparte beneficios y favores, la que exige un ceremonial casi lindante con el paroxismo y cuyas andas solo podrán ser sostenidas y aun tocadas por los iniciados y exaltados almonteños. Parece ser que las casitas de El Rocío cada vez más numerosas sólo pueden ser adquiridas a título de concesión de la parte edificada, ya que los terrenos pertenecen oficialmente a la Virgen no en vano los muy católicos han llamado a Andalucía ‘la tierra de María Santísima , la cual ni puede enajenar su propiedad ni pagar impuestos. Una figura jurídica perfectamente andaluza.
A medio camino entre lo dionisiaco y lo apolíneo, el andaluz parece reservar todos los excedentes de su pasión para las fiestas y todas las constantes de su filosofía natural para la vida cotidiana. Lo dionisiaco coincide como esta mandado con lo barroco, con lo tumultuoso, y lo apolíneo con lo clasicista y ordenado. Cuando no celebra colectivamente algo, el andaluz suele inventarse algún que otro sucedáneo de celebración privada, si no se dedica a soñar calmosamente con sus festividades predilectas. En algunos bares de la Baja Andalucía, junto a la imagen de la Virgen del Rocío, aparece una pizarra donde se van anotando los días, horas y minutos que faltan para la próxima romería. Una ocurrencia que tiene mucho de desorbitada, pero que tampoco deja de corresponderse con una cierta filosofía de la vida.
La capacidad de espera, la paciencia del andaluz es muy notable y debe estar relacionada con los imperativos fatalistas de la cultura campesina. O con ciertos influjos de la presunta indolencia oriental. Pero tampoco en este, como en muchos otros casos, hay términos medios. Junto al andaluz impertérrito, estoico, paciente, está [...] el exaltado, el bullicioso, el anhelante. Este último es el que cultiva el exhibicionismo, mientras el primero es el que gusta del intimismo. También podrían buscarse por ahí otras trazas distintivas, otras contradicciones. Por ejemplo y en especial las que condicionan de hecho un extenso campo de la vida andaluza: esas enfrentadas actitudes entre el que se afana por aprender y el que ‘desprecia cuanto ignora’.

© José Manuel Caballero Bonald

José María Vaz de Soto







Para el libro

'Una mirada a Huelva'
Col. La Espiga Dorada
Foto MGP.




Manuel me pide una mirada a Huelva para su libro del mismo título, y, tras repasar diversos archivos y disquetes y varios pasajes de mis novelas en los que Huelva sale sin ser nombrada, se me queda, por último, la mente tan en blanco que, como desquiciado homeópata (similia similibus curantur), vuelvo buscando remedio a la pantalla igualmente en blanco del ordenador, a la espera del correspondiente reflejo condicionado para teclear lo que me salga. La cosa parece que surte efecto, un efecto acaso excesivo, porque enseguida fluyen hacia las yemas de mis dedos tantas imágenes, e incluso tantas ideas, que no sé por donde tirar. Si tiro por aquí, me va a pasar como a Proust con la magdalena, que volveré al vasto jardín de mi infancia en Paymogo y en La Antilla; si tiro por allá, acabaré rememorando la Huelva capital de los años 50 vista o entrevista desde el interior de un siniestro edificio de la calle San Andrés o en los largos paseos dominicales en disciplinadas filas a la Cinta, a la cárcel o a la Punta del Sebo; y si me atengo a lo más reciente, quién sabe si no acabaré hablando del Recreativo, del que por aquellos mismos años fui socio y al que vi partirse la cara en el Velódromo durante seis largas ligas sin salir de Tercera.
Ninguna parte del mundo, lo tengo claro, ha influido en mí tanto como Huelva y su provincia; en ninguna parte del mundo, a lo largo de mi ya bastante larga existencia, he vivido tan intensamente como en la provincia de Huelva. Ni en mi adolescencia sevillana y madrileña, ni en mi juventud madrileña y vitoriana, ni mucho menos en mi vida adulta, española y francesa y otra vez sevillana, me han marcado la piel con hierros tan candentes ni me han pasado por ella con tanta suavidad, como al arpa de Bécquer, esa mano de nieve que todavía arranca notas dormidas en las cuerdas de la memoria.
Pero por este camino, ya se ve, podemos pasarnos de sentimentales, e incluso ponernos un pelín cursis si nos dejamos ir. En la mente humana, como en la vida misma, hay laberintos inextricables, pero también hilos de Ariadna. Recuerdo ahora -no porque a mí me interesen los aniversarios o centenarios más que la carabina de Ambrosio- dos poemas de Cernuda, Es lástima que fuera mi tierra y Bien está que fuera tu tierra. En ambos, desde su exilio ya definitivo, nos habla Cernuda de España; pero la España a la que se refiere en el primero de ellos -la de los años 50- la viví yo desde dentro, aunque niño, en Huelva. Quizá por eso, por ser niño, no me resultó tan ajena y hostil como a Cernuda, ni como acabaría resultándome a mí mismo posteriormente en Sevilla o en Madrid, sintiéndome yo también condenado ya por aquellos años a una especie de exilio interior. En todo caso, en las calles de la Huelva de entonces, aquellas procesiones ‘con restaurados restos y reliquias / a las que dan escolta hábitos y uniformes’ todavía desfilan a veces por la pantalla de mi memoria.
En el segundo de los poemas citados, aparece otra España, una España siempre amada por Cernuda, la España imaginada y recreada por Galdós en sus Episodios y en sus novelas, ‘la patria imposible, que no es de este mundo’, como él dice. Tampoco lo es, y a esto quería yo llegar, la provincia de mis sueños, y aunque Huelva no haya tenido un Galdós que la recreara para mí como lector, yo mismo, como autor, he aspirado un poco, aunque me esté mal el decirlo, a que se halle trasmutada y presente en mi modesta obra novelística.
A lo mejor Manolo hubiera preferido que yo le hablase aquí del Andévalo y Paymogo o de Lepe y La Antilla, y tentado he estado, ya queda dicho, de recurrir a algún pasaje de mis novelas, pero el límite de uno o dos folios que nos hemos marcado ha hecho que me incline por este breve artículo, que no es otra cosa que una impresión muy subjetiva. Podría haber hablado también de cosas más objetivas, como la literatura, el habla o el paisaje onubenses, pero tampoco me he atrevido a salir de mi concha. No sé si me aceptarán como disculpa que la Huelva que mejor conozco es esta que llevo dentro de mí.

© José Mª Vaz de Soto

Marcos Gualda







‘Teoría del choquero trocho’ es un libro de Marcos Gualda que viene marcado con el sello de las buenas iniciativas que asoman por acá. La última -muy nombrada- fue la de Colón en su empeño por ir a un lugar complicado, aunque luego encontrara aparcamiento en otro y allí pusiera el chiringuito bajando de los barcos a un tiempo la cruz y la espada. No cayó en que con tres carabelas es difícil andar de mar en mar buscando un guardia de circulación con tridente al que preguntar: «Oiga, ¿llevo buen rumbo para las Indias?» Seguro que topó con uno que tenía el día malo y por eso lo mandó a otro sitio, como me cuentan que ocurrió la vez que hubo un escape en el Polo Químico de Huelva y el guardia, confundido el hombre, se puso a dirigir el tráfico hacia el peligro, hasta que lo avisaron: «¡Oye, que es al revés!» y por esa simpleza se salvó el personal.
No tan trocho, no sólo porque diga con la gracia de buen escriba lo que dice en sus páginas, sino por la oportunidad de hacerlo, que vaya si hacen falta obras así por estos lares, lo que ofrece Marcos Gualda es la crónica de muchas verdades agazapadas en el insufrible «Huelva es así» que se suelta para justificar tantas cosas. El libro es un excelente viagra para erectar la conciencia, para que sepamos que aún es tiempo de restañar el daño que hace esa torpe resignación. Apurando, parece decir con Juan de Mairena que «Hoy es siempre todavía» y romper la costra de conformidad que nos lastra. No tan trocho, ahí voy, no sólo por las verdades como puños que trae, sino porque si extrapolamos la esencia hacia la lamentable desnudez que padecemos, podemos sacar conclusiones que nos alegrarían el día más allá de esa alegre tristeza de la que no se sabe salir sino a golpe de carcajada, a borbotón de chiste, a espasmos que nunca acaban en algo, siempre en nada. Una vez presentado el libro de Gualda por Stabile y Pimentel, en un soplo de días no habrá ejemplares disponibles. Estábamos de acuerdo en esto ayer Manuel Moya y quien esto escribe. Y sucederá porque aún hay quien busca enjundia propia en los textos cercanos, claves del cómo y por qué se es, esencia más allá de las pajas mentales que se advierten en cualquier rincón. El libro es grano puro que moler en la trastienda de la mente, útil para despertar y cuestionarse si seguir siendo lo que se ha sido o empezar a ser lo que se puede ser. En suma, para tratar de avanzar a lomos de las denuncias travestidas de trocherías impresas en sus páginas. Por eso presume Isabela que será un best seller sureño. Bienvenida la idea, el autor y la obra. Bienvenida Almuzara, por revolver con su iniciativa la charca empantanada de publicaciones en esta ciudad, merced al ¿criterio? restringido para publicar a amiguetes y familiares, pero con fondos de todos; bienvenido Marcos Gualda, fiel a las tres cosas importantes que hay que hacer en la vida; y mejor venida la Teoría del choquero trocho porque es un libro-espejo donde mirarse por un módico precio. Espejo nada de trocho porque lo que se ve dentro no es sino la imagen de la realidad reflejada. Lo trocho es el modelo, el arquetipo, el prototipo, el tipo que se mira el ombligo ante el cristal. Seguro que su lectura no será del gusto de todos: eso es bueno. Recomendable para cualquier obra. Me mojo y digo que a mí me ha gustado, entre otras razones, porque no enlirica paisajes para situar calcomanías, sino que corta a tajo los perfiles para hacerlos más humanos, si cabe; ni rebusca a ver qué es lo que le gusta más a mamá, sino que tiene la virtud de encontrarlo todo en su sitio justo, sea áspero como lija o dulce como meloja, para darlo tal cual de pasto al azogue. Se me da que Marcos Gualda sólo ha tenido que mirar para ver y luego escribir lo que sentía, soberanamente además, por si fuera poco.

© Manuel Garrido Palacios

Manuel Francisco Reina





Las rosas de la carne
Manuel Francisco Reina
Ed. Calambur





“Rosas secas sobre mi corazón agotado / como un tintero exhausto para escribir de amores, / donde los cuervos criados con la ternura antigua / de quien creía su pecho nido de palomas, / secaron mi fuente para el amor y las lágrimas / como monstruos sedientos de pasión y de vida”.
Son versos de Manuel Francisco Reina (Jerez de la Frontera, 1974) novelista, dramaturgo y crítico, ha publicado “Razón del incendiario” “Naufragio hacia la dicha” “Del insumiso amor” “Consumación de estío” “Las islas cómplices” “El amargo ejercicio” y “La lengua de los ángeles”, obras que han merecido, entre otros premios, el Ciudad de San Fernando, el Ciudad de Irún o el Ibn Al-Jatib.
“Y qué más da si olvidé vuestros nombres, / cadáveres de rosas exquisitas, / cuerpos espléndidos que amé con fuego / de noches extenuadas con pasión de agonías. / Qué importa si de mí me olvido cuando os otorgo / natura de dioses ahogados en mi memoria, / ungidos de eternidad por mi daño / que es mi herida antigua de antes de haber nacido. / Con tanto amor exhumo vuestros restos / que inmaculados volvéis a la vida / como si el pasado fuera sólo ruina y humo; / como si vosotros me llamaseis desde el alba / y el cuerpo despertara de su ahora / sabiendo que es cadáver de sí mismo, / aroma agonizante de su estío”.
El poeta se encomienda en los previos a Juan Ramón Jiménez: “El recuerdo / florece ahora en cada rosa, / entre los besos castos, hay un beso / ardiente, inexorable”; a Luis Rosales: “Los ángeles son de rosa / viva, las rosas de carne, / y anda el sueño confundiendo / los árboles con los ángeles”; a Pilar Paz Pasamar: “De rodillas aquellos, los que ignoren / que pueden encontrarte en una rosa / o en la terrible soledad espesa”; o a Héctor Rojas: “Me gustan esas rosas ardiendo en sus tiestos. Están henchidas de una alegría y un ímpetu que recuerdan el odio”.
Manuel Francisco Reina estructura su libro en tres partes: Naturaleza de la rosa: “Porque soy un mártir de la belleza, / testigo que no escapa al deseo tan ingenuo / de dejarse herir por la fugitiva hermosura / cada vez más escasa de este mundo”; Las rosas de la carne (No os engañen las rosas): “El párpado cerrado ante el que el hombre / sucumbiese inevitablemente a su destino, / como la amada tierna al poder abrasador / de un dios del cielo”; y Exhumaciones: “Habéis dejado el tiempo de ser flores, / perdisteis la razón de la ternura / y el cálido temblor de la inocencia. / Perdisteis todo al fin, y no me importa”.
Se incorpora el poeta al fragor del verso convencido de que no hay tregua y redescubre a través de la rosa la virtud de ser consciente de que siente, late, sueña; y busca un signo de identidad con el ser amado, paso decisivo, esencial de su vivencia: “Por el suelo empedrado de los siglos / desgastaron tu nombre y tu figura, / como tea que arrastra sus rescoldos, / deshojando sus pétalos ardientes. / Del motivo fatal de tu belleza / al cansancio leve de la palabra, / la misma culpa tiene el torpe amante / y el mal poeta, ladrones de gracia. / Cuánto canto anodino por tus logros, / cuánta vana metáfora de verdes / aguzados de espina traicionera / como mantis florida y predadora. / Pero al fin tú sigues siendo igual: tú, / la misma rosa mil veces ajada, / protagonista ajena del idilio, / confesora de amor o su pañuelo, / lecho de mortajas o ramo de novias, cáliz de la sed que prende el deseo. / Porque nada cambia: decimos rosa / y florece en el aire su presencia, / inmutable espíritu fiel al fuego / como fénix del tallo florecida. / Sin más. pensamos rosa y simplemente / nos vuelve a despertar la primavera, / nos arde la pasión sobre los labios, / y olemos su perfume en nuestro lecho”.
Versos que se enredan con lo más complicadamente simple: lo que el amor pintaba y que bien podría traducirse como inocencia. El poeta sabe que encontrar la voz deseada viene a ser un milagro sólo capaz de realizarse con los versos, aunque se revuelve contra las lindes propias de la expresión y tema no llegar a lo que busca. El tiempo se comprime en el gozo mientras el placer se dilata en el dolor. Bienvenido sea este tratado de lo bello, y sea así todos los días y todas las noches porque, como decía Pessoa: “No quiero rosas mientras haya rosas. / Las quiero cuando no las pueda haber”.

© Manuel Garrido Palacios

Cátedra de la Tradición / Urueña





Patrimonio Inmaterial
Fundación Joaquín Díaz
Cátedra de Estudios sobre la Tradición
Universidad de Valladolid
Urueña




Cuando después de Tordesillas el cielo se une con la tierra y crees que no vas a caber por el camino, aparece Urueña en un risco con la humildad que da la grandeza en su combate con el tiempo. Setenta vecinos, o un ciento largo de almas, o un rosario de puertas cerradas, o postigos que ya no abren, o nevisca en pleno abril si te dan de cara el agua y el frío juntos, o la soledad al asomo del lubricán, o la magia de lo sencillo. Todo eso es, o parece Urueña, pero también es el pueblo que luce diez librerías de primor, por lo que la llaman Villa del Libro, y un Museo de la Música con presencia de mil instrumentos generadores de la belleza sonora del mundo, y un exquisito estudio de grabación bajo la batuta de Luis Delgado, y un Museo de campanas con sus conciertos, y otro de la Imprenta, y uno en formación de gramófonos, y talleres de creación, y salas de exposiciones, y puntos de aquí te veo para creativos, y restaurantes en los que se saborea de entrada la sopa castellana, sin olvidar los caldos de Toro o de la Ribera o de donde sean: caldos son. Y un motor como esencia: la Fundación Joaquín Díaz, con él al frente y a los flancos. Fundación con un corazón grande para albergar un ejemplario sobre la tradición en forma de biblioteca, museo, colecciones y fonoteca, sin dejar de lado la riqueza de documentales que dicen cómo era lo que ya no es.
Puntualmente coincidieron en Urueña los asistentes al Simposio sobre el Patrimonio Inmaterial: gentes venidas de América, Europa, Asia... con los escritores del Encuentro de Creación Literaria, y hasta hubo que adaptar horas y espacios para hacer posible que se hablara de genio e ingenio, de repentización oral, del gesto como lenguaje, de la comunicación religiosa, de los trovos, de la desarticulación del tiempo, del humor de una modernidad periférica, de la interpretación de los chistes, de libros –contra más viejos, más nuevos a veces-, de cuentos populares, de pensamiento mágico y de todo lo que abarca el saber tradicional.
A la par de esto, brotaron las expresiones cantadas de esa América que conocemos poco. Una América en la que un peruano canta, un mejicano le contesta, un chileno le hace ritmo, un colombiano el coro o un cubano le aporta la improvisación oportuna.
Un milagro humano, una obra bella, irrepetible, que surge en su momento preciso estimulada por un campo bien labrado para que madure. Un campo de cultura cuyos surcos se le deben, sin duda, a nuestro Joaquín Díaz.



EL SIMPOSIO



Maximiliano Trapero (Universidad de Las Palmas) al hablar de la literatura oral, subraya que “nunca se había puesto el acento de manera monográfica sobre un aspecto como el ingenio”, y cita el caso del repentista cubano Orlando Laguardia, que ante uno de aquellos apagones del “período especial” (año 1997) lo invitaron a un abundante refrigerio al término del Festival de la Décima en Las Tunas, y dijo: “Tal parece que mi vida / es una pesada cruz: / cuando hay comida no hay luz / y cuando hay luz no hay comida”. Añade salsa con versos de otro cubano, Juan Antonio Díaz: “La memoria, a mi entender, / es la maquinaria humana / que hace llegar a mañana / lo que fue suceso ayer. / Pudiendo violada ser, / por diabólico motivo, / la memoria es el archivo / donde el hombre con acierto / transita después de muerto / como si estuviera vivo”.
Jean-François Botrel (Universidad de Rennes) indaga sobre el lenguaje y se pregunta si el “hablar de manos era cosa de villanos”. Luego hace un “atrevido y somero intento de arqueología del gesto, buscando en lo escrito y/o lo representado y en la literatura oral, fundamentalmente narrativa, todo lo que en las prácticas del pueblo español histórico remite a la gestualidad para poder analizar la posible función expresiva de un ‘arte del cuerpo’, estudiando cómo, cuando lleva intención, contribuye a la función ingeniosa de la voz, llegando a sustituirla a veces”.
El Profesor Salinas Campos (Universidad de Chile) escribe del tiempo colonial y su desarticulación por la risa, con el recuerdo de Juan Verdejo, “roto de Chile: representación viva de la otredad de Occidente en la historia” de aquel país, cuyos rasgos de origen quizás habría que buscar en tiempos de Felipe II, cuando mandó desterrar “a Chile a los individuos que consideró incorregibles y peligrosos para el gobierno y el orden establecido en el Nuevo Mundo”, Una pincelada de sus prontos: “Por mi abuela / que somos rotos fatales: / no poder comer cazuela con ají / por culpa de don Morales”.
Tomás Lozano habla de Trovos y cañuteros en Nuevo México: “En la puerta de mi casa / tengo una mata e cirgüela, / no te chinquetes conmigo / chiquétate con tu abuela”. Luis Díaz interpreta los chistes populares. Luis Resines da todo un recital sobre el gesto en su comunicación religiosa, y Susan Campos (Autónoma de Madrid) viaja desde la Insula Barataria a la República de los Cocos con los perfiles de Sancho, Charlot y Cantinflas en una reivindicación del poder como individuos libres. Don Quijote escribe a Sancho: “sé bien criado y procura la abundancia de los mantenimientos". Charlot dirá: "Pensamos demasiado, sentimos muy poco. Más que máquinas necesitamos tener más humanidad. Más que inteligencia, bondad y dulzura". Cantinflas aludirá a ello en Su Excelencia: "Estoy de acuerdo con lo que dijo el representante de Salchichonia: con humildad de albañiles no agremiados debemos de luchar por derribar la barda que nos separa, barda de la incomprensión, de la desconfianza, del odio, pero no la barda de las ideas, ¡eso no!, ¡nunca!; el día que pensemos y actuemos igual dejaremos de ser hombres para ser máquinas […] Debemos de pugnar para que el hombre piense en la paz, no sólo impulsado por su instinto de conservación, sino por el deber que tiene de superarse y de hacer del mundo una morada cada vez más digna de la especie humana, aspiración que no será posible si no hay abundancia para todos, bienestar común, felicidad colectiva y justicia social”.
Tras hablar de todo esto en Urueña, pueblo erguido al borde del horizonte, y de mojar ideas y palabras con los sabrosos caldos castellanos, sale de la imprenta este libro, cuyo eje podríamos fijar en que el humor: Patrimonio común y una de las cosas serias que existen.

© Manuel Garrido Palacios