Le preguntan a Miguel Ángel (sólo cabe uno por milenio) por
su técnica, su maña, para sacar en un solo bloque esculturas: una, ¿para qué
nombrar ésta o aquélla? Y responde: ‘Escojo la piedra, quito lo que sobra y
dejo limpia la imagen que estaba dentro’. Le preguntan a Picasso ante uno de
sus cuadros cuánto tarda en culminar la obra: una, ¿para qué nombrar ésta o
aquélla?. Dice: ‘Tres mil años’. Se podría seguir el rastro de tan iguales
respuestas a tan distintas preguntas. O al revés. Si se les preguntara a músicos como Luis
Delgado o David Garrido, juntos en el estudio que el primero tiene en Urueña,
para qué hacen música, dirían: para resetear el alma y sacar el sonido que la
habita. El último concierto al que asistí de Luis Delgado fue en una iglesia.
El de David Garrido, en la banda sonora de un film sobre un pintor. La música
de estos músicos: una, ¿para qué nombrar ésta o aquélla?, me suena a verso de Góngora, a algo así: ‘Vi venir de un colmenar, / muchos siglos de dulzura /
en unos años de edad’. A veces la respuesta sale al paso sin que haya habido
pregunta previa, o sin que el oído humano la haya percibido. El Arte es un todo
misterioso, una síntesis de algo fuera del tiempo.