EL SOL DE VIGANELLA
Parece una historia sacada de Pedro Saputo, la novela de Braulio Foz en la que
el protagonista ata una soga a la torre de la iglesia para moverla con tal de
desviar la sombra que proyecta. No sucede ahora en Almudévar, pueblo de Huesca,
sino en Viganella, aldea italiana en plenos Alpes, de un par de cientos de
vecinos, a la que se va desde Turín o Milán o desde Lugano, en el cantón suizo
de Tesino. Aparte del paisaje, cuyo perfil no cabría aquí, hace unos años su
nombre saltó a la palestra porque un alcalde con imaginación: Píerfranco
Mídali, de oficio ferroviario, rayano en el medio siglo de edad, quiso que el
sol no faltara en su aldea, en especial en los ochenta y tantos días que median
entre Noviembre y Febrero, periodo en el que la orografía lo impidió siempre.
En esos meses el sol camina tan a ras de tierra que las montañas hacen de
barrera para que la luz no entre en la aldea, situada en lo hondo del valle,
como si la tristeza quisiera habitarla. Las sombras provocadas por los montes
de la Colma lo tenían en vilo desde muy atrás, por eso el alcalde Midali parió
la idea de montar un espejo de 40 metros cuadrados, que recibiera de frente los
rayos solares y los proyectara sobre el caserío, invento que puso en marcha.
Encajado el espejo en la ladera idónea, al menos durante seis horas diarias el
sol llegaría a la aldea, borrando la imagen secular de las sombras a cambio de
la alegría de la luz. El espejo, de una tonelada de peso y de un coste de unos
100 mil euros, es el sol de invierno de Viganella, Se instaló el armazón a 1050
metros de altura con un helicóptero y ahora, cuando el astro asoma, se refleja
e ilumina 250 metros cuadrados de este lugar idílico desde una distancia
cercana al kilómetro. Si no hay sol arriba, no lo habrá abajo. Pero si lo hay,
la aldea lo gozará como tantos lugares. Giacomo Bonzani, el arquitecto que puso
en solfa la idea del alcalde Midali, manejó otras alternativas, como la de
poner, en vez de un espejo, varios más pequeños, pero el alcalde prefirió
seguir el criterio de los grandes operadores de cine: si el sol es uno, que el
punto de luz sea uno. Y como el sol se mueve, quiso que un brazo mecánico lo
fuera girando para no perder ni un rayo de los dirigidos a la aldea. Midali
logró los fondos externos necesarios para su proyecto (porque los impuestos
municipales de los 200 vecinos no estiraban más) y, entre otras aportaciones,
la plata base llegó desde la provincia de Verbano-Cusio-Ossola y de la
Fundación Cariplo (Cassa di Risparmio delle Provincie Lombarde) Puede ser que
semejante aventura atraiga a los curiosos, porque resulta insólito sentir un
sol tan de invierno inmersos en este grandioso valle. Lo mejor es que nadie
podrá llevarse un rayo de recuerdo porque toda la alegría de la luz quedará
donde debe: en los que habitan la aldea y en los sentidos del viajero. El
alcalde Midali consiguió con su empecinamiento que la luz llegara a esta piazza
de Viganella, en la que hay una fonda en la que te ponen una carne, un queso y
un vino cuya descripción va a necesitar otro artículo.
© Manuel Garrido Palacios
© Manuel Garrido Palacios