Concierto en el tren
Asisto en el tren a un
concierto cuya complejidad sorprendería al mismísimo Arnold Schoenberg, por lo
que me pongo a la tarea de hacerle su crónica. Veamos. Nada más arrancar y
pedir la azafata que se modere el uso de los teléfonos móviles y se salga a hablar
a la plataforma, suena en un ángulo del vagón la Marcha Turca de Mozart. Al
tercer compás la música se frena y da paso a un recitado en voz alta: «...le
dije a la abuela que no lo hiciera, pero ella es muy terca y como siempre se
sale con la suya, a ver quien arregla ahora el lío del Montepío...» Sin acabar
esta voz surge por el lado opuesto el tararirí del famoso Danubio Azul de
Strauss, y a los pocos compases se interrumpe para dejar paso a una serie de
gritos: «...dile a tu madre que en la mesa de mi cajón está el talonario, que
lo coja, haga uno por cien euros y te lo dé. ¿Vale, hijo?. Oye, ¿te has
acordado qué día es hoy? Papá cumple años, ¿sabes? Coño, sólo me llamáis para
pedirme pasta...» La tercera música brota del asiento 8B y es el tatatatá de
inicio de la Quinta Sinfonía de Beethoven, preludio para la voz que se
incorpora al coro, que suelta: «...oiga, váyase a freír monos. No me amenace
con embargos y tómese una tila... sí, sí, hombre, y espere sentado, que yo
también le tengo a usted cogido por donde mismo...» La cuarta parte del
pentagrama se llena con los compases del tirorirorí de la sonata Claro de Luna,
del mismo don Ludwig , tras de la que la voz saca a lucir su canto: «¿Que dónde
estoy me preguntas?. Pues en el AVE. ¿Dónde voy a estar?. Pareces tonto,
cariño. ¿No me estás llamando tú al AVE?» Y cuando ya se puede pensar que la
coral está completa comienzan a salir músicas y voces de todos los rincones;
incluso alguien que pasa camino del bar saca del bolsillo su móvil cantarino,
que entona el comienzo de El Barbero de Sevilla, de Rossini, para dar paso de
inmediato al recitado siguiente: «...tú no cedas ni un pelo, que esos, si no te
la dan a la entrada, te la dan a la salida y te van a meter las vacas en el
corral...» El ocupante del asiento 5A, en un alarde de facultades, consigue
atender dos llamadas simultáneas, una en cada oreja, una, con el comienzo de
una marcha semanasantera, otra, con una copla del Rocío, mezclando luego sus
argumentos a voces, cosa merecedora de admiración y de un «¡Bravo!» potente y
rotundo de la grada. Y así, más músicas y más palabras con las que se crea en
el vagón del AVE no ya una politonía -que ya quisiera haber conseguido
Shoenberg-, sino un ensayo policonfuso propio de los más avanzados auditorios
del mundo, con voces que suben, bajan, van o vienen, todas con sus músicas
tararireras, a las que, de cuando en cuando, se suma como un susurro, la más
dulce de todas: la de la azafata preguntándote si quieres zumo de naranja o
agua. Sin duda, el AVE tiene el honor de ser escenario de uno de los
espectáculos sonoros más en punta de los que pudieran degustarse. Cierto que se
echa en falta el aplauso final a tan denso esfuerzo, pero ya se sabe la
indiferencia de la gente hacia la verdadera cultura de vanguardia. Lo propio es
dar al elenco la enhorabuena. Ánimo.
© Manuel Garrido Palacios