Caro Baroja · Mozart



· Caro Baroja
· Mozart
§
Vidas
casi
paralelas


Puede que la gran pregunta que se hiciera fuese la de cómo vivir dentro de este mundo y hacer, a pesar de ello, una obra auténtica, evitando ser destruido, sin quemar la existencia en asuntos, ocupaciones y palabrerías huecas que dieran pie a malentendidos permanentes.
En este tiempo tibio en la soledad de mi estudio me acuerdo de él y su figura se me agiganta más allá de sus libros, de su magisterio, de su generosidad, de su desinterés. Se me hace más grande que nunca.
La pregunta que posiblemente se hizo Mozart –su retrato de niño junto al clave preside la estancia- durante toda su vida no fue la de por qué el número de bobos es infinito, sino la de cómo era posible que el poder de turno sirviera a veces de buena capa que todo lo tapa para ocultar tanta tontería, para pasarla por alto o para asumirla. Me viene a la memoria la escena en la que aquel príncipe listo de tez empolvada le dice a Mozart que «la obra que acaba de tocar está bien, pero que tiene muchas notas, que le sobran notas», y el genio le responde sin perder la calma: «¿Cuántas le sobran exactamente?»
El cuerpo de Mozart está enterrado en una fosa común envuelto en el primer trapajo encontrado a mano. Fue llevado al cementerio en la tartana fúnebre uno de los días más tristes que parieron los tiempos. Mal día de faena para los sepultureros, que tuvieron que descargar aquel bulto a solas porque ni séquito ni testigos pudieron sufrir la sobrecogedora tormenta. Y es que los cielos expresaban su furia por el trato que aquí abajo se le había dado al ángel que bajó para cantar, porque eso era Mozart, un ángel venido a marcar cotas de belleza, cuyas líneas maestras –y secundarias, y terciarias– no ha habido mano capaz de moverlas de como él las puso.
Hoy me acuerdo de Mozart, de don Julio y de tantas voces que veo como espigas que emergían del infinito campo de la mediocridad y que pasaron la vida intentando evitar que las cuchillas de la envidia y de la estupidez segaran sus cabezas. Y no sé por qué hoy, precisamente, me remueven con tanta intensidad. Será porque no siempre el corazón le cuenta a la cabeza el misterio que le bulle dentro. O porque en este tiempo, de la belleza del paisaje me ha caído esa gota de melancolía que obliga a hablar al alma. Será por eso.
Una obra suya me envuelve mientras escribo. No saldré hasta que la última nota haya agotado su latido. ¿Quién sabe si era una de las que le sobraban a aquel entendido príncipe?

© Manuel Garrido Palacios


Imagen 3: Tournée de la famille Mozart à Paris, nov. 1763-av.1764 (Ziegler, vers 1860) 
Imagen 4: Le convoi du pauvre (Vigneron, 1791)