ALOSNO, PALABRA CANTADA
(Fondo de Cultura Económica. México-Madrid)
Sebastián Perolino, Juan Díaz, Paco Toronjo
y Bertolomé Cerrejon, el Pinche
Se celebró en Alosno –tu pueblo, el mío– un homenaje a Paco Toronjo, que es como decir un homenaje al fandango, esa seña de identidad cantada que él convirtió en monumento con su modo al expresarla. Sucedió coincidiendo con el concurso anual que Alosno hace a ese tesoro que es su cante, si no fuera poco el rosario de celebraciones propias que luce durante el año y que le llegan de tan antiguo.
Emociona comprobar que exista un pueblo que siga alimentando su alma de sus ricas esencias; un pueblo que tenga tanto que decir y lo diga en cada ciclo vital con una seriedad y una elegancia conmovedoras; un pueblo que no recurra a espectáculos efímeros de los que pasan sin pena ni gloria, sino que sea capaz de abrir su despensa de valores y sacar unas Cruces de Mayo únicas, remotas, templos sagrados del amor pendiente, de la vida, y siga después con su San Juan, que es cita obligada, recuento alosnero, y que ahora, desde hace unos años, se descuelgue con una convocatoria de hondas raíces para darle aire al fandango: una de esas perlas invalorables que guarda en el cofrecillo de los sentimientos.
Alosno es un Universo. ¡Si lo sabrá quien esto escribe! Es cierto que formando parte del Universo global; o, reduciéndolo: del provincial, del nacional, pero aportando tal torrentera de elementos, que a poco que se “engarafite” desborda cualquier valoración que se haga. Y es así porque las nuevas generaciones, por un impulso misterioso, por un latido cuya dimensión escapa a los razonamientos, retoma el pasado, lo remoza, lo hace más suyo –porque suyo es ya– y lo encauza por la vida con una fuerza que sorprende, que rompe esquemas y que, sin salir de ese Universo, vuelve a fijar a cada poco las reglas por las que la fiesta íntima del pueblo tiene que caminar.
Digo esto porque hace algunos años grabé un disco con su gente –pronto se va a reeditar– llamado así: Alosno, en el que, por poner un ejemplo, Rosario Correa cantaba unas seguidillas alosneras (que no sevillanas) con la música que ella traía en la memoria y que correspondía al viejo romance que cuenta los amoríos de Gerineldo con una infanta. Aparte de la belleza que destila esa música (puedo decir que de las veintitantas versiones que he recogido, la alosnera es la melodía resuelta con más gracia) pensé al escucharla que era un camino a seguir para las músicas populares que podían caer en desuso: darles otra expresión además de la suya. Y para mi sorpresa, este año, en varias “colás” pude comprobar que lo que se cantaba, entre otras seguidillas alosneras, era la melodía del romance de Gerineldo, con lo que el milagro de la transmisión oral estaba cumplido.
Alosno es un pueblo de creadores, de oídos finos y voces que te remueven por dentro. Es pueblo que escucha al que viene a cantar, pero hasta ahí, porque Alosno se basta para cantar sus cosas, que es cuando saca a relucir esa esencia, ese pulso acelerado, esa humedad en los ojos, ese estado en el que se unen pasado, presente y futuro en una noche de pura emoción. Es lo que viene en llamarse una “alosnerá”.
Emociona comprobar que exista un pueblo que siga alimentando su alma de sus ricas esencias; un pueblo que tenga tanto que decir y lo diga en cada ciclo vital con una seriedad y una elegancia conmovedoras; un pueblo que no recurra a espectáculos efímeros de los que pasan sin pena ni gloria, sino que sea capaz de abrir su despensa de valores y sacar unas Cruces de Mayo únicas, remotas, templos sagrados del amor pendiente, de la vida, y siga después con su San Juan, que es cita obligada, recuento alosnero, y que ahora, desde hace unos años, se descuelgue con una convocatoria de hondas raíces para darle aire al fandango: una de esas perlas invalorables que guarda en el cofrecillo de los sentimientos.
Alosno es un Universo. ¡Si lo sabrá quien esto escribe! Es cierto que formando parte del Universo global; o, reduciéndolo: del provincial, del nacional, pero aportando tal torrentera de elementos, que a poco que se “engarafite” desborda cualquier valoración que se haga. Y es así porque las nuevas generaciones, por un impulso misterioso, por un latido cuya dimensión escapa a los razonamientos, retoma el pasado, lo remoza, lo hace más suyo –porque suyo es ya– y lo encauza por la vida con una fuerza que sorprende, que rompe esquemas y que, sin salir de ese Universo, vuelve a fijar a cada poco las reglas por las que la fiesta íntima del pueblo tiene que caminar.
Digo esto porque hace algunos años grabé un disco con su gente –pronto se va a reeditar– llamado así: Alosno, en el que, por poner un ejemplo, Rosario Correa cantaba unas seguidillas alosneras (que no sevillanas) con la música que ella traía en la memoria y que correspondía al viejo romance que cuenta los amoríos de Gerineldo con una infanta. Aparte de la belleza que destila esa música (puedo decir que de las veintitantas versiones que he recogido, la alosnera es la melodía resuelta con más gracia) pensé al escucharla que era un camino a seguir para las músicas populares que podían caer en desuso: darles otra expresión además de la suya. Y para mi sorpresa, este año, en varias “colás” pude comprobar que lo que se cantaba, entre otras seguidillas alosneras, era la melodía del romance de Gerineldo, con lo que el milagro de la transmisión oral estaba cumplido.
Alosno es un pueblo de creadores, de oídos finos y voces que te remueven por dentro. Es pueblo que escucha al que viene a cantar, pero hasta ahí, porque Alosno se basta para cantar sus cosas, que es cuando saca a relucir esa esencia, ese pulso acelerado, esa humedad en los ojos, ese estado en el que se unen pasado, presente y futuro en una noche de pura emoción. Es lo que viene en llamarse una “alosnerá”.
© Manuel Garrido Palacios