Recuerdo de un viejo amigo
El poder de evocación de la música sólo es comparable al de los olores, dice Phil Krönang; no hay que olvidar que el olor es el más antiguo estimulante para los sentidos, según Juan Pérez. Ambas sensaciones, música y olor, las analice quien sea, nos hacen cerrar los ojos y permanecer inmóviles mientras viajamos atrás en el tiempo hasta sabe Dios dónde. Ayer, por ejemplo, recibí un disco con la Pavana de Luys Milán (siglo XVI), obra que interpretaba magistralmente mi amigo Manuel Cabanillas, un gigante como operador de cámara, con el que recorrí Nepal, China y otras cercanías. Al sonar la música en el estudio toda la memoria común se me vino encima. No suelo hablar de esa época, pero a veces caigo en ella a golpe de neura. Mía es. Así que dejé caer los párpados y vi a Manuel con su eterna camiseta a rayas (compraba veinte iguales en los zocos) abrazado a su herramienta de trabajo: la cámara, dando forma a los planos más bellos que por entonces se hacían. A trabajo cerrado, solía tocar con la guitarra que llevábamos en los rodajes la Pavana de Luys Milán. Al llegar tiempos nuevos le ofrecieron un puesto en un partido a costa de abandonar lo de cameraman. No quiso. Sentía pasión por captar el mundo a través del objetivo, por el latido de la aventura, por la libertad de hablar, pensar y decidir sin que nadie hablara, pensara o decidiera por él. Pasados los años, lo ficharon para otro equipo, y en el mío apareció otro tipo genial del que hablaré en su día. La cosa es que en el vestíbulo de un hotel de Atenas volví a encontrar a Manuel. Él regresaba de no recuerdo dónde; yo iba a Nueva Delhi. Ya se había votado suficientemente como para tener una opinión de conjunto del pasado y, como si nuestra charla nunca se hubiera interrumpido, me dijo: 'Aquí me ves, con mi camiseta a rayas, que es con lo que me siento feliz. Sin embargo, ahí tienes a algún pamplinas que, después de mucho bandeo, toda la dicha que ha conseguido es tener un ropero con trajes adecuados a un partido, chupillas cortas para otro, chaquetas así o asao por si un tercero respira y camisas de todos los colores para que vayan a juego con lo que pudiera venir, aparte de estar nervioso como un flan porque nunca sabe qué ropa se llevará mañana. Yo, al menos, sé que me pondré la misma camiseta'. Lo encontraron muerto en su casa de Madrid. De vuelta de uno de los tantos periplos se le apagó el aliento en soledad. Cinco días tardaron en descubrir el suceso. Su alegría de vivir, su clara visión en las tareas que se le pedían, su saber estar en mitad del misterio de la vida, llenaron ayer el aire del estudio al sonar la Pavana de Luys Milán. Esta vez no la tocaba él. Pero con la música parecía decirme que sus viejas palabras en cuanto al chaqueteo político seguían vigentes. Siempre fue Manuel un visionario.
© Manuel Garrido Palacios
© Foto: Héctor Garrido