Doñana, diversidad y ciencia
Páginas 35-37 . CSIC . Madrid
Coordinador: Héctor Garrido
Doñana tiene el perfil de la casa donde habitaron los dioses y, a su semejanza, su rasgo es la indiferencia. Pase lo que pase dentro, allí pasa y queda. Si el lince muerde la garganta del gamo y lo abate, no es tragedia, sino una secuencia más de la vida que late en sus límites, parón de un pulso, supervivencia de una especie y no por fuerza desaparición de otra. Si un aguilucho lagunero se hunde en el brillo de la marisma y mata al pato para alimentarse, no por ello Doñana es cruel o dulce, triste o alegre; ella permanece impasible porque las reglas del principio de todos los principios han de cumplirse; algo superior a todo y a todos ya previó en la raya de los tiempos que nacieran una rapaz y cien anátidas, un lince y ciento un cérvidos. No porque un meloncillo le rompa el cráneo a una serpiente se frena el ritmo de la vida. Todo lo vivo que roza Doñana tiene asumido que ella es un escenario para vivir no en función de esto o de lo otro, sino por la vida misma, vivir, sencillamente, nada más que vivir, y que el final del ciclo puede llegar en cualquier instante como parte de esa vida que se vive. Doñana marca carácter en los animales que guarda y en el ser humano que la toca, la cruza, la siente, sea un cuidador, un vigilante, un pajarero, un doctorando o quien tiene la fortuna de mirarla. Ella le regala la sensación de que una extraña grandeza le inunda el alma al encontrarse ante el halo misterioso que exhalan la vera, la marisma, los corrales, los lucios, las dunas… Nunca será una impresión plana. Doñana le dirá, sin pronunciar palabra, que ella es lo que es: puro testimonio de todas las Doñanas, y que sólo el espíritu sensible podrá abrir los postigos naturales para admirarla entera, en toda su hermosura. Como es Doñana tuvo que ser lo que nuestra especie perdió un día. Quizás por eso y desde entonces adoptó para los tiempos venideros el aire indiferente de los dioses que la habitaban: no fue más que dar un paso atrás ante la ambición desmedida que vio en el ser humano que la tomaba prestada. Ese es su carácter. La palabra sexo nos lleva al estambre, al pistilo, al celo, al cu-cú del cuco invitando a la cuca a cuquear en el rito nupcial, al águila ofreciendo pieza fresca a la pareja pretendida, al abejaruco tallando su lecho de arena, al afán de cualquier especie –hasta la humana– para seguir en el mundo como tal. En los gorriones el contacto supremo es cuestión de un leve choque en vuelo; el lince se tensa al llegar los fríos para acelerar los latidos de la hembra; los ciervos atronan el horizonte en la berrea que precede al gran encuentro. Sexo, gozo, vitalidad en un marco único. Doñana desea la bondad que le cae del cielo porque día y noche está en trance para que se cumpla en su seno el misterio ante el que los primitivos estrenaron estupor: el matrimonio sagrado. Una mies traída por el viento penetrará su piel terrosa buscándole los centros, y puede que sólo necesite un lagrimón de las nubes para alcanzar su fin. Y es que lo mismo que dentro de un amuleto está la prehistoria, una semilla contiene todos los orígenes.
© Manuel Garrido Palacios.