de Nobel Alfonso
Conocí a Nobel Alfonso hará ahora un año y pico, con motivo
de la presentación en Nueva York del libro del político dominicano Víctor
Bisonó, Las bases de la nación. Fuente de virtudes ciudadanas. Mis
comentarios –para el que tenga interés en leerlos‒
aparecen en el último número del Boletín de la Academia Norteamericana de la
Lengua Española. En aquella ocasión, Nobel fungía de maestro de ceremonias.
A partir de ese día, nos hicimos amigos. Nuestras afinidades electivas no nos
han traicionado. Hemos mantenido correspondencia y nos hemos visto un par de
veces en sus visitas a Nueva York. Sabía de sus dotes de gran comunicador y de
su incansable labor promotora de actos culturales y cívicos. Ahora sé que,
además, es escritor. Y escritor singular, con una visión del mundo
originalísima, como podrán constatar quienes lean el libro que hoy presentamos.
Vayamos por partes. En primer lugar, el título: Crónicas
de una sociedad de gente cualquiera. Se trata, en efecto, de crónicas,
voquible que, según el Diccionario de la Real Academia Española (y
perdóneseme el prurito etimologista) proviene del latín chronĭca, y este
del griego χρονικά [βιβλία], [libros]. En las crónicas se
refieren los sucesos por orden del tiempo. Es decir, el cronista se sitúa a muy
poca distancia de los sucesos narrados, inmiscuyéndose, cuando se tercia, en el
mismo relato, pero sin que su velada presencia enturbie u opaque la relación de
los hechos. La preposición “desde” es en sí significativa, porque el narrador
no se coloca ni debajo de sus personajes ni por encima de ellos, sino que lo
sentimos como testigo, como espectador de las circunstancias que lo rodean. No
nos engañemos, esas circunstancias tienen nombre y apellidos: la República
Dominicana. Y, de nuevo, el título: “sociedad de gente cualquiera”. En torno a
estas dos entidades antagónicas se sustenta el libro: Gentes y Cualquieras, y ambos con mayúsculas iniciales. ¿Quiénes
son esas Gentes? ¿Quiénes son esos Cualquieras?
Me he referido hace un momento al carácter cronístico de este
libro, pero, la verdad sea dicha, estas crónicas no son ni mucho menos
narraciones con afán objetivista, pues la prosa del autor va mucho más allá,
alimentándose de variopintos recursos narrativos, productos de sus
conocimientos sociológicos, literarios, políticos. El libro de Nobel Alfonso
es, en este sentido, de una modernidad asombrosa, pues sus páginas nos acercan
ora a la historia, ora a la novela, ora al artículo periodístico, ora al
tratado sociológico y hasta filosófico. César, Matilde, Catalina, Víctor, Doña
Berenice y tantos otros personajes que desfilan por sus páginas son arquetipos
de valores humanos muy concretos. De valores o de falta de valores.
Según la opinión del doctor Manuel Matos Moquete, académico e
intelectual dominicano, la obra de Nobel Alfonso se enmarca en el plano de la
crítica social. “Su gran aporte –nos dice‒ es que por primera vez en nuestro país
alguien se plantea denunciar, aun sea en forma novelada, la mediocridad
rampante que se ha adueñado de los espacios de la sociedad y de la cultura”. No
se puede decir mejor. En efecto, no se trata de disquisiciones o elucubraciones
vagas, sino de algo muy concreto: la ética, la moral de la sociedad dominicana,
que el autor conoce como nadie. En otras palabras, estamos ante una pluma que
se enarbola a veces como lanza, a veces como escalpelo, y, siempre, cargada con
la tinta de la sátira y la ironía. A este tenor, no sería descabellado
entroncar a Nobel Alfonso con Mariano José de Larra, aquel gran escritor y
periodista, hijo de la Ilustración, que fustigó las costumbres (las malas
costumbres) de la España decimonónica, una España empantanada por la desidia,
la holgazanería y el arribismo político. Como Larra, Nobel Alfonso denuncia,
sin ambages, las lacras de su pueblo. Y como a Larra, a Nobel Alfonso le duele
su país, le duele su gente. Y si nos retrotraemos en el tiempo, nos toparemos
con otra figura de la que Nobel Alfonso pudiera considerarse heredero: don
Francisco de Quevedo. Como el autor de Los Sueños, Nobel no deja títere
con cabeza. ¿Contra quién o quienes arremete el autor?
Señalé hace un momento el carácter filosófico o sociológico
de estas crónicas alfonsinas. Su antecesor inmediato habría que buscarlo en un
libro revolucionario, en un libro que aun hoy es indispensable para aquilatar
la tesitura moral de nuestro tiempo: La rebelión de las masas, de José
Ortega y Gasset, aparecido en Madrid en 1930. Ortega habla de hombres-masa y de
hombres selectos. Pues bien, Nobel Alfonso se hace eco del pensamiento
orteguiano: la sociedad actual ‒y, claro está, no solo la dominicana‒,
está dominada por la masa: son los Cualquieras del libro que nos ocupa. ¿Cómo
son estos Cualquieras?
Los cualquieras, como las masas de Ortega, son
personas que no se valoran a sí mismas, que se sienten “como todo el mundo”, y,
sin embargo, no se angustian, se sienten a salvo al saberse hechos de la misma
pasta que los demás. Y las gentes, como las minorías orteguianas,
son aquellos que se exigen más que los demás, aunque no logren cumplir en su
persona esas exigencias superiores. Ahora bien, debo matizar, a sabiendas de
que piso un terreno bastante resbaladizo. Creo que entre las gentes también
existen los cualquieras. Y entiendo por gentes, en este caso, las clases con
posibilidades económicas, no sé si bienpensantes, pero sí bienpudientes, esos
oligarcas que, una veces ‒pocas‒ por vías legales y otras ‒las
más‒ por zigzagueantes senderos oscuros se hacen con el Poder,
con maquiavélicas intenciones de autoprovecho y en perjuicio y detrimento de la
res publica. Estas gentes, que deberían ser los modelos para el resto de
la población, son el paroxismo de la antisolidaridad, de la ambición desenfrenada,
de la plutocracia vergonzosa y del nepotismo descarado, vendidos siempre al
mejor postor, arribistas en todo momento y a toda costa.
De aquí, el “descalabro del sector inmobiliario”, la
“enmarañada estructura en que actúan los medios y multimedios”, los abusos y el
parasitismo de las fuerzas militares ‒esa casta corrupta que debería ser
erradicada de una vez por todas‒, y un largo etcétera de endémicas
plagas que asolan a Quisqueya. Cuando un país ve cómo sus mejores cerebros
emigran porque en el suelo patrio la recompensa que reciben es irrisoria, es un
país abocado al fracaso. Cuando un país no aúna esfuerzos en pro de la
educación y la cultura, y se siente satisfecho con los aspectos más
superficiales y anodinos de esa educación y de esa cultura, es un país abocado
al fracaso. Cuando un país pierde la fe, la confianza, en sus dirigentes, a
quienes considera títeres corruptos, es un país abocado al fracaso. Cuando en
un país los ciudadanos se saltan a la torera las normas y las leyes vigentes, y
se mofan descaradamente del estado de derecho, ese país está abocado al
fracaso. Solo un examen riguroso de conciencia puede ayudarlo a salir del caos.
Solo el advenimiento de la Justicia, de la verdadera Justicia, puede salvar a
un país de su destrucción, de su desmembramiento. Hablo de Justicia, y no lo
hago pensando en tribunales o códigos. Pienso en esa máxima de la Revolución
Francesa, que, a pesar de sus tergiversaciones a lo largo de los siglos, sigue
hoy teniendo validez: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Tres palabras que
resumen todo un proyecto de vida y de esperanza. Libertad física, psicológica,
metafísica, que no es lo mismo que libertinaje. Libertad para que cada
ciudadano y ciudadana pueda seguir, sin intromisiones ni cortapisas del Estado,
el rumbo de su vida y de su destino.
Gracias, amigo Nobel,
por este libro que, fiel a la máxima ilustrada del siglo XVIII, enseña, y
enseña deleitando. Enhorabuena.
© Gerardo Piña-Rosales. Director de la ANLE Nueva York. Correspondiente de la RAE. GLOSAS, Vol. 7, nº
10, 2012.