Ludwig van Beethoven
Concierto nº 1, Do M, Op. 15
para piano y orquesta
Penélope Carrasco, pianista
Orquesta Sinfónica Joven del Aljarafe
Director: Pedro Vázquez Marín
Penélope Carrasco cursa sus estudios elementales de
música en 2003 en el Conservatorio de Valverde y los termina en el de Huelva.
Los de grado medio los hace en el “Cristóbal de Morales” de Sevilla y en el de
Sanlúcar la Mayor. El profesorado está en lo mejor de su memoria: Rodrigo,
Floristán, Torner, Vázquez. En 2010 abre etapa y amplía su formación en la Royal Academy of Music de Londres con Patsy Toh y en 2011
pasa a ser pianista titular de la Orquesta Joven de Andalucía. Ahora disfruta
de una beca de estudios en The Purcell School de Londres bajo la dirección de
Tessa Nicholson. Diría que desde su primer concierto a los once años en la Igreja da Misericordia de Tavira, Portugal,
hasta estas fechas, no ha perdido el tiempo, que es lo único que tenemos y no
tenemos a la vez. Ha tejido su futuro desde que aquel día iniciático en el
Algarve tocara algo tan bello y breve de Beethoven como Para Elisa.
A grandes rasgos esto es lo que se ve. Lo demás, lo
que por no verlo suena a fácil, es su esfuerzo, su tesón, su perseverancia en
lo que ha querido hacer desde el principio: compartir la belleza de la música
desde los escenarios con un público cada vez más amplio, capaz ya de llenar una
sala de conciertos para sentirla tocar; no verla o escucharla, sino sentirla, porque
Penélope transmite lo que lleva dentro, eso que encanta, un enfrentarse a la
complejidad de una obra y dominar el cuadro en el que aparece como solista o
arropada por la orquesta, ese convencimiento que irradia su presencia ante el
piano; en suma, esa entrega: milagro que los que la siguen bendicen.
En aquel primer contacto con el público portugués tocó a Beethoven y en su
primer concierto con orquesta programado para tres noches de este verano
(Iglesia de San Pedro de Sanlúcar la Mayor, Teatro Cardenio de Ayamonte y
Teatro del Mar de Punta Umbría), vuelve a hacerlo como si su sensibilidad
buscara en su obra misterios no revelados. En el caso de Tavira fue lo que
Beethoven inició con el oído pegado a la tapa del piano para poder percibir el
sonido físico, que era la traducción del espiritual que atesoraba. En el caso
de 2012 Penélope ha querido que sea su Concierto nº 1, en Do M, Op. 15, junto a
la Orquesta Sinfónica Joven del Aljarafe, dirigida apasionadamente por Pedro
Vázquez Marín en un periplo más trazado en su rumbo fijo. Sabe Penélope que
habría que inventar un término que ajustara lo que representa la música de
Beethoven o Beethoven para la música; o resumirlo en las palabras de Daniel
Barenboim: “Beethoven lo es todo para la música, menos una cosa: superficial”.
Este concierto nº 1, escrito entre 1796 y 97, y
estrenado por él mismo en Praga en el 98, está dedicado a su alumna, la condesa
de Keglevics. Parece ser que, más que el primero, es su tercer intento en el
género. En sus movimientos Allegro con brío, Largo y Rondó.
Allegro scherzando, pueden advertirse rasgos de estilos
que recuerdan a Mozart, su referente y a Haydn,
su maestro, aunque Beethoven despliega aquí su trazo firme, su poética, sus
quiebros, su bonanza y su tormenta, como fenómeno de la Naturaleza que es. Cada
obra es la voz de su alma que se asoma.
El Allegro se inicia con una larga
introducción, densa y alada de la orquesta. La pianista espera siguiendo
mentalmente el desarrollo de la belleza que se crea y que desembocará en su
intervención. Se le nota que tocar a Beethoven es su sueño, dialogar con la
orquesta, frasear, modular, sumar la técnica al latido para conseguir momentos
sublimes en los que los instrumentos parecen desaparecer, quedar como fondo
lejano para que el piano cante el tema principal en un sin fin de variaciones.
La preparación del final suena a una gran marea que se acerca, llega y cierra.
El Largo lo abre el piano y es una de esas
perlas melódicas y armónicas que nos da Beethoven (recuerda al 2ª tiempo del
Emperador). Penélope se luce en su interpretación, se gusta cuando siente en la
sala el silencio más profundo para degustarlo a tope. La lejana tonalidad con el primer tiempo ─Do M-La b M─ crea aquí un contraste delicioso en el
que la pianista se crece hasta fundirse en un mundo sonoro sublime junto a la orquesta.
En el tercer movimiento el piano propone el tema
principal y la orquesta se hace eco. Es el más corto de los tres, el más
potente y enérgico, con un final de apoteosis. Tanto orquesta como la pianista
parecen haberlo tocado juntos toda una vida, cuando en realidad se han visto
las caras una sola vez, como mandan los cánones profesionales.
Alguien le dijo que no le habían dirigido ningún foco
y que su cara se veía en sombra. Ella respondió que “mejor así porque hubiera
pasado calor”. Y es que cuanto tiene que decir Penélope Carrasco lo dice ante
el piano; por el río del teclado va su corriente expresiva cuya madurez
interpretativa talla día a día sin dar opciones a que su arte baje de nivel,
convencida de que es el auditorio el que ha de elevarse para alcanzarlo.
Penélope posee ese poder de atracción nada más subir al escenario. Y lo ejerce.
Su brillante estreno con orquesta da fe de ello.
Hay obras que te hacen permanecer quieto mientras
duran. Es una magia, un instante eterno, una convulsión que paraliza. Pasa con
los segundos movimientos de los conciertos de Beethoven. Ya iniciado el tema
parece que te dicen labios invisibles que atiendas y calles en nombre de la
belleza. Es posible que Beethoven habite en nuestro subconsciente y sólo lo
sintamos cuando se manifiesta. Por eso tengo el piano abierto a todas horas,
sin importarme que el polvo se meta entre las teclas o que el marfil amarillee
si le da la luz. El piano no se cierra. Espera porque ¿y si una tarde el que
pasa y se para es Beethoven? ¿A quién estorba un sueño en mitad del misterio de
la vida? Sin ir más lejos, en los tres conciertos de Penélope Carrasco he
sentido su presencia, que parece poco.
© Manuel Garrido Palacios
© Foto: Héctor Garrido
© Foto: Héctor Garrido