Juan Francisco Blanco








En el primero de los cuentos, que el autor titula Acerca de la vida, ya va la clave del manojo narrativo que nos ofrece en una -¿simple?- pregunta: “¿Y eso?”. El protagonista expresa así su asombro ante “aquella manchita roja en la yema de un huevo”, según le dijeron: “porque el gallo ha montado a la gallina”. Poco pudo añadir a lo largo de los años, siglos o milenios el niño que supo tamaño secreto a voces. Su respuesta fue la de no comer huevos en un mes, hasta que asumió su parte de ignorancia y habitó en la normalidad del misterio de la vida.
En el último de los cuentos del libro, Pantallas imposibles, alguien –él mismo– pregunta: “¿Qué es eso?” como final de un bucle que regresa al principio después de rodar leguas con la cuestión encima, incluso de haber descubierto “una isla virgen que no aparece en ningún mapa”. No le vale el poseer el “portulario más completo del mundo”, ese “mapa de todos los puertos posibles e imposibles”. Bien sabe que de los caminos trazados en ese portulario, ninguno lo llevará a la respuesta, no ya del sentido de la vida, sino de la simple galladura de la yema del huevo. 
Un portulario no es más que un papel en blanco que repite los caminos que se hicieron buscando la misma cosa, intentando explicar lo inexplicable. Estos cuentos componen el cuaderno de bitácora íntimo, las travesías en pos de una respuesta, llámese faro en la niebla o ternura de sor Benedicta, madre vicaria, origen por el que pregunta Fabio, el usurpador en nombre de todo latido humano. ¿Se arriba a éste o a aquél puerto? En Margaritas para Gilda sugiere el autor la respuesta: “Por un momento dudó”. ¿Cuánto dura un momento? ¿cuánto una duda? El poeta Dabrio se acercó a la medida al hablar en sus versos de la “breve eternidad de un instante”, y una duda puede ocupar una toda una vida, las trescientas sesenta y cinco albas de cada ciclo. 
Un libro de cuentos sincero como éste es una relación de secuencias ordenadas a impulsos, sin rellenos; una narración continua con la vida y la muerte de fondo, sin perderse en caminos vanos, rica en esquinas de sorpresas; un largo “cuento de cuentos” en el que, a poco que hurguemos en sus páginas, nos dice que sólo mientras estemos frente al tablero de este ajedrez que es la vida, es posible mover ficha, hacer algo, sentir, aunque al final la partida venga siempre a ganarla la dama negra. 
En La búsqueda siguen las preguntas elevando el rango: “Tú, ¿qué quieres ser de mayor?” “Feliz”. Si apenas sabríamos responder a la duda planteada al inicio de El gallo de la torre: “¿Soplará del norte mañana?”, ¿cómo hacerlo a la del asombro ante una “manchita roja en la yema de un huevo”, o ante la obsesiva “¿qué quieres ser de mayor?” “Mayor”, parece ser que diría cualquiera que leyera estos Cuentos del desván, “espacio mítico” para el autor, que declara, frente a esta suposición, consciente de la duda, como si pretendiera revestirse de silencio, que no sólo “es el sobrado de sus abuelos [sino el de] la edad de la inocencia, un tiempo que, de haber podido elegir, hubiera deseado no superar”. 

© Manuel Garrido Palacios.