MARÍA DE ZAYAS


MARÍA DE ZAYAS
DESENGAÑOS AMOROSOS
Edición de Alicia Yllera
CÁTEDRA · Letras Hispánicas

JAVIER MARÍAS

JAVIER MARÍAS
BERTA ISLA
ALFAGUARA

Siegfried Lenz

Siegfried Lenz
EL DESERTOR
Traducción de Consuelo Rubio Alcover
Editorial Impedimenta

Un acontecimiento literario en Alemania. La obra maestra perdida de Lenz, recuperada con 65 años de retraso, después de que en 1952 el manuscrito fuera rechazado por razones políticas y “traición a la patria” y cayera en el olvido.

LA COCINA DE ZENOBIA

LA COCINA DE ZENOBIA
Edición de Pepi Gallinato Ollero
y María José Blanco Garrido
Editorial NIEBLA

LA INVENCIÓN DE LA MÚSICA

LA INVENCIÓN DE LA MÚSICA
Ángel músico
Rosso Fiorentino. 1494-1540 (det.)
Galería de los Oficios (Florencia)


Alguien sopla un hueso hueco y otro lo machaca con una piedra. Acciones tan simples dan paso, sin saberlo, a una de las grandes revoluciones de la especie, pues el que sopla encuentra, sin buscarla, la melodía, y el que machaca el hueso topa, sin proponérselo, con la percusión. A poco que lo hagan con más o menos energía, ligero o cansinamente, dan con el ritmo. De ahí a Bach, Mozart, Beethoven o Vivaldi median milenios, pero así pudo empezar el milagro de la música, cuya secuencia casi completa hasta ahora puede verse, por ejemplo, en el Museo de Arte e Historia Natural parisino, Galería de la Evolución,

© Manuel Garrido Palacios

JUAN RULFO


JUAN RULFO

Asisto a un congreso en el que se habla de Juan Rulfo, escritor que regala a quien lo lee la sensación de haberlo conocido antes de leerlo. Juan Rulfo me pareció siempre un enviado del verbo; su imagen memora la del pregonero del pueblo que él mismo describe gritando que se han perdido un niño, una muchacha… Rulfo pregonó unas señas de identidad que en gran parte perdieron parte de su son nítido. Llegó su voz para tallarse hecha palabra entre nosotros, y quien quiso puso voluntad en escucharlo porque traía ecos que no se opacaban; ecos serenos de sonoros silencios llenos de las desafinadas notas del Zopilote Mojado; sólo quedaba cerar los ojos, abrazar el libro y decirse bajito: ‘Este es. Aquí está’. 
Es mágico el marco donde encaja las historias, el trato con los personajes extremos, su andar por los yermos solitarios, su estar y no estar, el hablar simple de andar por casa elevado a rango de categoría. Gentes de los cuentos pueden entrar o salir de la novela o del guión cinematográfico en un impulso. No hay en sus páginas imágenes confusas; tras la bambalina de cada una lo que cabe ver es un mundo por descubrir, un patio brumoso de arriates con plantas de sonidos, un bosque de expresiones que vienen a conectar con los clásicos, un viaje hacia atrás para recoger lo que quepa en la memoria y seguir luego por donde se iba. En su obra la belleza se abre paso sin entender de fronteras físicas o temporales; sólo para saber de tormentas humanas.
Juan Rulfo posee el inefable poético, cualidad que permite que el lector analice, interprete y se interne en toda suerte de hipótesis sobre su obra. Después de habitar durante años en los anaqueles de la espera, conmueve ver que haya sido traducido a un centenar de idiomas, aunque sería desventaja no leerlo en el suyo, el rulfiano, más allá o acá de las gramáticas; idioma real con virtud de hacer mejor a quien lo lee.
La obra de Juan Rulfo forma parte de la llamada literatura de la revolución porque es un avance en el conocimiento humano, un sacar fuera los ocultos dentros bondadosos, un intento de justicia, un ansia de verdad, un ser y no sólo parecer. Vivimos instalados sobre lo que parece evitar la reflexión para no ver que somos los primeros engañados. Pasa así hasta que entramos en esos espacios revueltamente ordenados y nos paramos a escuchar las voces propuestas por escritores como Juan Rulfo; voces venidas del misterio de la vida para decirnos que no pueden dejar de ser lo que fueron, que no podemos dejar de ser lo que fuimos. Con Juan Rulfo llegó la revolución del lenguaje -no digo idioma- la del color de las palabras -tantas que viajaron a México hace siglos-, la de su sentido hondo, lejano y cercano a un tiempo; palabras que en una orilla desvanecían –y desvanecen- ante la presencia de otras lenguas y en la opuesta se sumaban a la propia y permanecían frescas, capaces de decirlo todo. Los rasgos de la esencia mexicana en la obra de Rulfo están a la vista. Es esencia que llega de un limbo que se difumina en el pasado hasta sólo dejarnos ver lo que hay en primer plano, tras de lo cual está una identidad en parte borrada. Juan Rulfo la topa y nos la muestra desde su sentir cuando dice: ‘un señor que se pone a platicar con la soledad, se pone a platicar con su alma’. 
Se habla de la modernidad de un autor que destaca por recuperar su esencia; esencia que ya Aristóteles señala en su Política, donde invita a ir al origen de las cosas si queremos comprenderlas. A las raíces. En Juan Rulfo es posible rastrear la modernidad cuando enseña el alma colectiva a través de los perfiles, de los gestos, de los labios sellados, de la llama del llano. Enseña el alma porque él la ha buscado en el más atrás para hallarla, aunque herida, maltrecha de tanta revolución quedada, de tanta apariencia. 
Juan Rulfo es esencia desde su propio universo, un clásico nacido en México para enriquecer esta bella lengua que hablamos millones de personas. Estudiarlo en congresos aquí o allá no le dará premio ni despremio; sólo ayudará a conocerlo más y mejor. El premio será siempre para ese aquí o allá donde suene su nombre.

Manuel Garrido Palacios

MEMORIA DE LAS TORMENTAS

MEMORIA DE LAS TORMENTAS

Manuel Garrido Palacios.
Calima Narrativa, Palma de Mallorca, 174 págs.
por Francisco Morales Lomas


Garrido Palacios es un sólido narrador del que se debería hablar más, pero por razones que ignoro no se hace lo suficientemente, a pesar de que posee una obra de contrastada calidad literaria.
“Memoria de las tormentas” pertenece junto con “El Abandonario” y “El Hacedor de Lluvia” a la “Trilogía de Herrumbre”. Por momentos, al leer esta novela, me han venido a la memoria Castroforte del Baralla, sede y alma de “La saga/fuga de J. B.” de Torrente Ballester, “Volverás a Región” de Juan Benet y “Celama” de Luis Mateo Díez; pero también a Camilo José Cela en el gracejo de la narración y en la soltura compositiva. “Memoria de las tormentas” es, incluso, una reminiscencia de los espacios rurales tan extraordinarios que ha creado la literatura latinoamericana por obra del gran Rulfo, de Borges, de Vargas Llosa, de García Márquez...
Garrido Palacios con esta obra desciende a la memoria a través de una anciana cercana a los cien años, doña Dulcedumbre, que va conformando la historia de Herrumbre y la historia personal (una especie de nueva Úrsula Iguarán (el personaje mágico de “Cien años de soledad”), etérea y fantasmal, que posee una enorme fuerza como creación literaria personal y propia, a pesar de las evocaciones aludidas.
A través del esquema narrativo de la historia contada a “un caballero” que llega al pueblo, la voz homodiegética del personaje se hace presente y cuenta desde la primera persona y a través del monólogo interior sus vivencias, sus sensaciones y sus desencuentros con el mundo y sus habitantes: “No quiero cansar al caballero. He contado esto tantas veces que me he convertido en la historia misma. Ya ve que voy de mis recuerdos a mis recuerdos a través de mis recuerdos” (p. 21). En otro momento le insistirá a su receptor: “Le cuento a usted lo poco que sé, tres migajas, ¿qué podemos saber unos de otros?” (p. 120). Estamos ante la narrativa oral que la memoria en pequeños trazos construye, y es Dulcedumbre con su ánimo, su gracejo y su tristeza la que nos va envolviendo en ese aire sorprendente conformado por los trazos agridulces (como su propio nombre) de la existencia: “¡Ah!, mi cabeza es un saco de historias en el que meto la mano y saco jirones” (p. 34). Aunque, en realidad, podríamos considerarla una intermediaria de la abuela Bonaparte, que fue la que contó estas historias después de darle un sorbo largo al aguardiente. Un homenaje a la memoria, que como dice Dulcedumbre, no puede ser amordazada ni ser pasto del olvido. Pero, aparte del rico anecdotario que encuentra el lector, plagado de fantasmas y seres mágicos, la historia de Dulcedumbre permite adentrarnos en una filosofía de vida, en un modelo cuasi moral, si me apuran, profundamente humano, en el que gastó su vida, complaciendo siempre a los demás pero sin ser complacida.
Una España atrasada y esperpéntica, múltiple, abigarrada y plural conforma esta agridulce obra en la que la paleta negra está muy presente, un color que ha sido consustancial a nuestra historia como pueblo. Goya nunca se equivocó con sus cuadros del Callejón del Gato y tampoco Valle con don Latino de Híspalis y Max Estrella. Una España de espejos deformados y personajes al filo del esperpento o ya esperpentos propiamente. Y el absurdo mayor surge en estados de guerra: “Toma una escopeta y a pegar tiros. ¿Contra qué? Tú tiras en esa dirección y no preguntes (…) Detrás se esconden los malos, el enemigo. Cualquiera es el enemigo” (p. 31).
Dulcedumbre, veinte años, se va con el seminarista a la capital, donde trabajará en una taberna, y deja Herrumbre, su pueblo, que alguien le había dicho que no existía en el mapa. Pero el enamoriscamiento duró poco y pronto se casa con otro. Se van intercalando historias como la del pariente Onofre, o de Onésima que cazaba gatos por hambre, la historia de Teresona, el político Donglorio (sobre el que ironiza constantemente), la historia de Remilga que nos ha retrotraído a los esquemas y el espíritu de la narrativa picaresca española. De hecho en la página 62 hay una alusión expresa a obras como “Lazarillo de Tormes” y “Guzmán de Alfarache”, y ese texto, casi textos de textos que es el “Himnario”, presidiendo como memoria común de unos seres que pedían que se diera fe de la existencia del pueblo y acompañaba a Dulcedumbre siempre.
Los efluvios amorosos de Tío Livio y la burra Mica, que nos adentran por una geografía humana escabrosa y triste en torno a una sexualidad mal entendida, por no hablar del mocito de Herrumbre que “se daba maña en masturbar a los muchachos, llegando a hacer dos pajas distintas al mismo tiempo con bastante arte” (p. 40). Y surge entonces una evocación evidente de la novela “Mazurca para dos muertos” de Cela, que le valió el Premio Nacional de Narrativa. Sexo y hambre como elementos que trascienden el discurso narrativo de Dulcedumbre y nos adentran en un imaginario colectivo.
Una de estas historias es la de Rufina, que le cortó el pene a su amante, y cuando así hizo, dijo: “Se acabó la comedia” (p. 81). O la historia de la muchacha que se dedicaba a enseñar sus bragas al Cuartoquilo diciéndole para lo que servían éstas: “Las bragas sirven para guardar el coño” (p. 83). Un valor simbólico el de todas estas historias que emergen como una imagen en sepia de época, en un país, en unas circunstancias dominadas por una absurda y sangrienta represión en todos los ámbitos de la vida cotidiana. También tiene su gracejo y suculencia la historia de Onésima, a la que rondaba un viajante de libros, Fructuoso, que era muy respetado en el pueblo por su forma de pronunciar el nombre de los autores de los libros, entre los recomendados estaban los de un tal Somersemogan (William Somerset Maugham, escritor inglés de mediados del XX) y el Masensevadermé (Maxence Van der Meersch, francés, autor de Cuerpos y almas). Y cuando la Onésima se quedó preñada, le dijeron: “¡Mira que dejarte empreñar! Ella contestó: Es que es de un inglés”. Historias y anecdotarios que conforman un paisaje humano, un mundo, una creencia y sobre todo una filosofía de vida que muestra el atraso y la incultura de un pueblo: “En Herrumbre no hay listura. Quería decir cultura, pero le salía listura” (p. 106). Una España dura en la que los niños iban poco tiempo a la escuela porque enseguida los ponían a cuidar el ganado, aunque sería al cabo la Naturaleza su maestra. Esta imagen genera también una ambientación costumbrista a la que no es ajena la novela y una incidencia manifiesta de un espíritu de época donde la desfloración y el sexo formaban parte directa de sus vidas de modo permanente. Y en esa complacencia por los elementos que conforman la cultura del pueblo, uno de los capítulos (pp. 120-127) está centrado en el análisis de la lengua. Y entre otras cosas dice: “Abuela Bonaparte no soportaba que dijéramos peo en vez de pedo (…) Peo y pedo huelen igual, pero tienen su distingo (…) Sepa usted que el jigo que usted pronuncia es una barbaridad (…) No hagamos una guerra por una letra, que de una u otra forma lo que yo quiero decir es que estoy hasta el coño (…) Había que decir cataplines por cojones (…) En la taberna de Mateo aprendí lo que corta el alma una mirada y también palabras nuevas”. Creemos que en este ámbito está también presente el espíritu de Camilo José Cela en el gracejo, en la socarronería, en la construcción deformada de los personajes y en la degradación de una sociedad atrasada con tan solo pequeños y significativos trazos.
Pero desde luego, algo que siempre en los pueblos es bastante recurrente es la trascendencia del paso del tiempo, la relación con el silencio y la diferencia de éste con la capital pues las cambios sólo llegaban a aquél después de años; noticias que se habían producido hacía tiempo se tomaban como una novedad al cabo, y la huida de un lugar que todos odiaban cuando en realidad lo que odiaban era un época, un modo de vida, un pensamiento que va organizado a través de una aleatoria presencia de historias breves y poemas que ayudan a comprender la filosofía subyacente, como éste: “Qué pueblo tan raro, / tan extraño éste, / sale el Sol por la mañana/ y por la tarde se vuelve; / debajo de cada techo/ un potajillo se cuece / y al fondo de cada olla / hay un Herrumbre silente, / un Santrás, un Carriponte / y un cabezo Lajareque; / pucheros en las cocinas, / leche, leche, leche, leche”.
En esta novela también hay frases para la posteridad y modelos: “Más une el hambre que el amor” (p. 46); “Somos porciones de la gran nada” (p. 65); “No hay que ponerle más música a la verdad, que luego lo que sale es el cuento del membrillo” (p. 78); “El amor es un lujo; el odio anida donde falta el amor. Diría que el amor es un odio agazapado y el odio es un amor en trance” (p. 78); “Cada mujer era un mundo y cada hombre un proyecto” (p. 78); “Toda época es un tránsito y que sólo vives en el instante en el que percibes que vives, ese que es inmedible porque parece eterno” (p. 79); “Ahora sé que un pedante puede ser un imbécil montado en un libro” (p. 94)… Una de las más suculentas es ésta: “A uno que andaba en trance de muerte el cura le ofreció ir al Paraíso y el tal le dijo: Déjese de tonterías; como en mi casa no voy a estar en ningún sitio.” (p. 173).
En definitiva, “Memoria de las tormentas” es una novela que conforma un mundo propio, la España del franquismo, una España atrasada e inculta en la que los personajes deambulan en torno a instintos y situaciones absurdas. Con habilidad, soltura y gracejo crea una historia, pero sobre todo conforma una época y un modo de ser y de estar en el mundo.
© Francisco Morales Lomas

PALABRAS DE ANDAR POR CASA


DICCIONARIO DE PALABRAS DE ANDAR POR CASA
(Huelva y sus pueblos)
Manuel Garrido Palacios
3ª Edición: Editorial NIEBLA
2ª Edición: Universidad de Huelva
1ª Edición: Calima Editores (Madrid / Mallorca)

VIAJE A LA SIERRA DE ARACENA


VIAJE A LA SIERRA DE ARACENA
(Una cala en la tradición oral)
Manuel Garrido Palacios
Editorial NIEBLA
En la presentación en Aracena:
M.Moya · M.Garrido Palacios · M.Guerra · Rafa Pérez

LA CELESTINA


LA CELESTINA
Tragicomedia de Calisto y Melibea
FERNANDO DE ROJAS
Edición de Dorothy S. Severín
Introducción: Stephen Gilman
Alianza

CARTAYA



CARTAYA
Manuel Garrido Palacios
Edición bilingüe español-inglés · Traducción: William Truini 
Fotografía: Carlos Ortega · Nota previa: José Mª Pérez Peridis 
Editorial Lunwerg

LE FAISEUR DE PLUIE


LE FAISEUR DE PLUIE
Manuel Garrido Palacios
EL HACEDOR DE LLUVIA
1ª edición - Calima. Mallorca
2ª edición · L'Harmattan, Paris
traduit par Isabelle Toledo / William Rozenblat

Exekias, alfarero


Exekias, alfarero, firma el ánfora ateniense
de figuras negras (aprox. 540-530 a. C.), 
procedente de Vulci, Italia,
cuyas imágenes muestran a 
Aquiles matando a Pentesilea,
reina de las amazonas, de la que, 
según la mitología,
se enamora en tan trágico momento.
(Museo Británico. Londres)