LO DICHO Y LO ESCRITO


CULTURA DE VOCES Y DE LIBROS

          En un cortijo de la Axarquía me dice la señora Dolores que el poleo es “mano de santo para las almorranas”. Y Sebastián de Covarrubias anota en 1611 que la flor del poleo, mezclada con tuétanos de ternera, resuelve admirablemente las almorranas y les quita el dolor”.
En un viaje por pueblos de los montes de Málaga, Mateo, labrador, me dicta esta receta, aprendida de su abuela, para equilibrar humores del cuerpo: “se dejan macerar en agua durante la noche dos dientes de ajo, un cuarto de cebolla y medio limón. Por la mañana se cuela todo y se toma en ayunas”, noticia que plasmo en mi libro “Álora la bien cercada”. Casi al mismo tiempo recojo la misma receta en la Plaza del Coso de Fuenteheridos, en una noche mágica, documento que queda en mi libro “Viaje a la Sierra de Aracena”.
Son ejemplos transmitidos por la tradición oral. Lo curioso es que en “El libro de la almohada”, escrito muchos siglos atrás, se describe la misma fórmula, con leves variaciones: “Se toma el ajo, se le quita la cáscara, se tritura perfectamente, se echa en agua, se deshace, se pasa por un tamiz tupido, se agrega miel, en cantidad dos veces superior a la del ajo, y se pone a cocer hasta que alcance consistencia”. A veces abres una obra y aparecen en tu lenguaje interno las palabras de Fray Luis de León: ‘Decíamos ayer’. No importa de qué traten sus páginas, ni qué fecha tenga su edición príncipe. Lo cierto es que se referirá a nosotros en cualquier secuencia temporal, a aquello que iniciamos en un entonces lejano: en su lectura descubrimos las huellas de lo que hacemos hoy. Vienen al hilo las palabras del sabio: ‘Sólo sé que no sé nada’, a las que cabría añadir ‘o casi nada’, ya que, al menos, se sabe que no se sabe. O las más cercanas de León Felipe, cuando confiesa en su Antología rota: ‘Yo no sé muchas cosas, es verdad; / digo tan sólo lo que he visto’.
          Estos elementos majados en la marmita diaria vienen a cuento porque ando en un estudio que me lleva a consultar textos de cierta edad, como el “Macer Floridus” de 1477 o el antes citado “El libro de la almohada”, recetario médico árabe del siglo XI escrito por Ibn Wafid de Toledo. En estos y en otros me he llevado la agradable sorpresa de encontrar recetas que también he recogido de viva voz en trabajos de campo por pueblos de España, materiales que, aparte de quedar fijados en las obras en fechas más o menos lejanas, han permanecido en la memoria colectiva y en la práctica diaria como parte de una cultura que nunca se fue ni tuvo por qué hacerlo.

© Manuel Garrido Palacios