GABRIELA MISTRAL y LOS ESTADOS UNIDOS
Edición de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) de Nueva York
realizada por Gerardo Piña-Rosales, Jorge Ignacio Covarrubias y Orlando Rodríguez Sardiñas
con motivo de la celebración del
Congreso de la Lengua de Valparaíso
Congreso de la Lengua de Valparaíso
Me siento a leer en uno de los lugares favoritos de Gabriela Mistral en Nueva York. Ningún fondo mejor que el rumor de la fuente que la recuerda: “Miro correr las aguas de los años, / miro pasar las aguas del destino. / Antiguo amor, te espero todavía: / la tierra está ceñida de caminos”.
Paso las páginas de Desolación, primero de los libros publicados aquí, y veo en mi mente a la autora, que muere en esta ciudad a los 67 años, a la Profesora venida de su Chile, que imparte clases en 1904 en La Compañía al tiempo que escribe en El Coquimbo y en La Voz de Elqui, a la mujer que pierde el gran amor, suceso que marca su vivir, a la madre de América, premiada en 1914 en Santiago con Sonetos de la Muerte y en 1945 con el Nobel de Literatura: “La tierra a la que vine no tiene primavera: / tiene su noche larga que cual madre me esconde. // ¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido / si más lejos que ella sólo fueron los muertos?”; a quien conoce en la Araucanía a Neftalí Reyes, que dará su eco al mundo como Pablo Neruda, a la voz que se alza ante la Liga de Naciones en Europa, a la errante: “este largo cansancio se hará mayor un día / y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir"; a la que deja el nombre de Lucila María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga para tallar en sí misma un homenaje a Gabriele D'Annunzio y a Frédéric Mistral: “El nombre mío que he perdido, / ¿dónde vive, dónde prospera? / Nombre de infancia, gota de leche, / rama de mirto tan ligera. / De no llevarme iba dichoso / o de llevar mi adolescencia / y con él ya no camino / por campos y por praderas. / Llanto mío no conoce / y no la quemó mi salmuera; / cabellos blancos no me ha visto, / ni mi boca con acidia, / y no me habla si me encuentra”.
En este lugar tan suyo siento cómo el poder de sus versos nace de la hondura del sentimiento y se eleva sobre lo que existe. Su voz no vale verla con la lupa del contador de sílabas -alejandrinos, romance, copla, silva-, sino con el prisma amorfo de la tristeza, el más extraño deseo que alberga un alma; tristeza forjada en el yunque del recuerdo: “Hablan extrañas lenguas y no la conmovida lengua / que en tierras de oro mi pobre madre canta…”; de la bondad, esa insólita cualidad humana: “Creo en mi corazón, siempre vertido, / pero nunca vaciado…”; del amor, el misterio hecho impulso: “Quiso el amor soledades / como el lobo silencioso. / Se vino a cavar su casa / en el valle más angosto / y la huella le seguimos / sin demandarle retorno”. Sus versos, “No turbó su ensueño el agua”, sus vocablos, más que fruto de una búsqueda en el mar del lenguaje son un encuentro con la clave que define la idea poética y la dota de eco duradero: “Siento mi corazón en la dulzura / fundirse como cera: / son un óleo tardo / y no un vino mis venas”.
Dios “terrible y fuerte” está ahí para preguntarle con dolor por su amante muerto. La vida es la espera de una cita ineludible con la luz, con las sombras, a través de Dios; una preparación sobrecogedora hacia la visión suprema: “Grávidos van nuestros ojos de llanto / y un arroyuelo nos hace sonreír; / por una alondra que erige su canto / nos olvidamos que es duro morir. / No hay nada que ya mis carnes taladre. // Siento que Dios me va haciendo morir”.
La forma, señuelo que atrae, encierra el encanto de su voz. Se abre, sale el perfume y se hace poema que se suma a lo bello. Si expresamos este milagro a su tiempo, cuando el oído interior pide otras maneras de extraer de la palabra la poesía que contiene, tendremos a Gabriela Mistral, sin que el agua deje de correr al fondo de sus versos “en esta tarde lenta como una hebra de llanto”.
© Manuel Garrido Palacios
Gabriela Mistral publicó su primer libro en los Estados Unidos, donde vivió durante muchos años. Debido a su vinculación con el país norteamericano, los miembros de la ANLE decidieron colaborar en este homenaje no solamente a la escritora chilena, sino al pueblo de Chile en general. A lo largo de los trabajos reunidos en este volumen se realiza un análisis sobre la escritura y la vida de la autora vicuñense, así como sobre otros aspectos no estudiados con tanta asiduidad, como su pensamiento o su papel como crítica literaria.
SUMARIO
Orlando Rodríguez Sardiñas:
LOS ROSTROS DE GABRIELA.
Víctor Fuentes:
GABRIELA MISTRAL EN CALIFORNIA.
Alberto Acereda:
TERNURA Y COMPASIÓN HUMANA EN LA POESÍA DE GABRIELA MISTRAL.
Christian Rubio:
LOS ARTÍCULOS DE GABRIELA MISTRAL EN LA NUEVA DEMOCRACIA, DE NUEVA YORK.
Jorge I. Covarrubias:
TRAS LAS HUELLAS DE GABRIELA MISTRAL EN NUEVA YORK.
Luis Pérez Botero:
GABRIELA MISTRAL Y ODÓN BETANZOS PALACIOS (SONETOS DE LA MUERTE).
Luis Alberto Ambroggio:
GABRIELA MISTRAL: EL SENTIMIENTO DE EXTRANJERÍA.
Yara González Montes:
GABRIELA MISTRAL: LÍRICA TRASHUMANTE.
Alister Ramírez:
GABRIELA MISTRAL EN LA ESTATUA DE LA LIBERTAD (1930):
REFLEXIONES SOBRE LA PROSA MISTRALIANA.
Manuel Garrido Palacios:
LEYENDO A GABRIELA MISTRAL EN NUEVA YORK
Elio Alba Buffill:
GABRIELA MISTRAL COMO CRÍTICA LITERARIA: UN ASPECTO OLVIDADO DE SU OBRA ESTUDIADO POR ONILDA JIMÉNEZ.
Esther Alba Grey:
UN ANÁLISIS DE LA PROSA MISTRALIANA DESDE LA PERSPECTIVA CRÍTICA DE EUGENIO FLORIT.
Georgette Dorn:
GABRIELA MISTRAL Y LA BIBLIOTECA DEL CONGRESO.
Pedro Pablo Zegers:
PAPELES ESTADOUNIDENSES DE GABRIELA MISTRAL EN LA BIBLIOTECA NACIONAL DE CHILE.
Gerardo Piña-Rosales:
LA RECEPCIÓN DE LA OBRA MISTRALIANA EN LOS EE.UU.
ANLE