LOS NIÑOS INTERIORES
Esta voz para el verso publica Mara con 18 años, poemario que elogia Juan Ramón Jiménez. A Mara le siguen Los buenos días (1954), Ablativo Amor (1956) Del Abreviado Mar (1957), La Soledad Contigo (1960), Violencia Inmóvil (1967), La Torre de Babel (1982), Textos Lapidarios (1990), Philomena (1994), Sophía (2003), La Alacena (1986), Ópera Lecta (2001) y los ensayos Poesía femenina de lo cotidiano (1964), La poesía femenina hispanoamericana (1992), Fernando Quiñones y José Luis Tejada en la época de Platero (2000) y En tomo a Rafael Alberti y las Américas (2001). Para teatro escribe El Desván (en colaboración con José Mª Rodríguez Méndez, 1955), y Campanas para una ciudad (1987), y en relatos, La Dama de Cádiz (1990), Historias Balnearias (1999) e Historias Bélicas (2004). Académica de la Hispanoamericana de Cádiz y de la de San Dionisio de Jerez, da vida a la revista Platero junto a Quiñones, Mariscal, Bonald y Tejada. La crítica dice que Los niños interiores es libro de madurez, sorprendente, que corona la trayectoria de sus grandes temas, como la memoria:
De pronto los árboles se ponen a escribir
transforman sus raíces en plumas de escribir
los pájaros anotan con plumas de escribir
mientras otros colocan sus plumas y subrayan
Yahoo y punto es.
Arroba y punto net (todo se escribe)
Hotmail punto com (todos escriben)
Todos se comunican. La luna arroba arriba.
Redondo signo blanco.
El sol y punto net redondo y amarillo.
La tierra en su formato de polos aplastados.
El alma a solas. Qué.
…sucedió contigo
lo mismo que otro tiempo
sucediera en la etapa de las briznas
cuando el niño llegó frente al tendero
con la hucha acariciada
y el hombre sopesó con las dos manos
su contorno de barro, como el de una granada
de recóndito jugo apetecible…
Versos de Paz Pasamar que impulsan a volver al principio para saber que
…los árboles hoy
se han puesto a escribir
con plumillas de aquellas
que portaban los cofres de los niños
pues quieren dedicar su madera
a estuches sapienciales,
antes que ágrafo el mundo
olvide la escritura.
NARRACIÓN DE LA LLOVIZNA
Hay poemas que te retienen en un libro por razones que se nutren de sinrazones. Te paras en sus versos porque notas su latido y que la individualidad del poeta trasciende al universo común:
Somos extraños en el único lugar donde no somos
extranjeros,
aunque a nadie conoce el río como a nosotros,
ni su fondo de fango e historias podridas.
Extraña nuestra forma de mirar las puertas,
el amor,
las mayorías.
Igual que otros,
extravagantes temporeros
llegados por la cosecha de recuerdos amarillos.
Tejemos con ellos un viejo mantel de tiempo
un lugar a donde trasladarnos un día, todos juntos
cuando sucesivamente caduquen los salvoconductos
los cuerpos y los labios.
Un lugar
no extranjero
a todas partes extraño..
Antonio Orihuela nace en Moguer. Profesor, escritor, investigador, Doctor en Historia, ha publicado en poesía libros como Comiendo Tierra, Piedra, corazón del mundo, (Valencia), Tú quién eres tú (Tenerife, 2006), La ciudad de las croquetas confiadas. (Tenerife, 2006), Para una política de las luciérnagas, (Madrid, 2007), Durruti en budilandia (Tenerife, 2007), Que el fuego recuerde nuestros nombres, (Huelva, 2007) o La destrucción del mundo, (México, 2007). Autor de la novela experimental x Antonio Orihuela, (Béjar, 2005), además de los ensayos La Voz Común: una poética para reocupar la vida (Madrid, 2004), Archivo de Poesía Experimental (Málaga, 2007) y Libro de Tesoros (Sevilla, 2007). Coordina los Encuentros Voces del Extremo, de la Fundación Juan Ramón Jiménez, desde 1999. Los poemas de Narración de la llovizna se agrupan en
LLUVIA
Infiernos del agua
ahora me paseo lineal y suave,
abriendo una brecha en la memoria para que salga
lo que quede de todo lo que fue...
cartoncito,
dolor de piernas,
me alegro, igual que la fina proa recta de mi barca,
así nos vemos, sin rumbo,
no vinimos aquí para ganar concursos,
sino para pasar disfrutones en el concurso
que es vivir con otros vivos
sin juicio.
LA PÚRPURA
Otro día
para la taba que hemos recuperado de debajo del laurel,
para el fragmento de terra sigilata
que Ángela ha encontrado en el jardín,
para la extraña piedrita que ha recogido Mar entre los aromos
y que limpia es un as de época de Galieno.
Otro día…
LA MUERTE
Un niño
suspendido en las ramas de la higuera
mira un paraguas roto aún más alto.
El no sabe que es pronto para llegar allí.
Yo ya no soy
ese niño.
Inútil, como entonces,
me afano en arrancar algunas notas a la flauta
escondida
de sus ramas.
Ellas caen sobre mí
a través de un paraguas roto.
Me dicen que es tarde para el niño,
que es pronto para mí.
Todo el libro responde a la magia que va más allá de la lectura, siempre con un poema que hace de llave. Aquí lo parece Con su mano en la mía, que dice:
Le dijo a su compañera de cama que yo era su hijo
pero que no me gustaban los hospitales.
Hacia frío en la calle
y los árboles estaban pelados
a ella le gustaban las flores
y los días de estío
murió esa noche
vino a decírmelo.
MARADENTRO
Para visitar la tumba del poeta Abelardo Rodríguez Mora hay que acercarse al mar de Punta Umbría, donde ‘las gaviotas se posan / el viento se echa / la luz resurge’. Él está allí, en Lo constante místico. Las corrientes habrán llevado sus cenizas sabe Dios a qué destinos, quizá Donde los pájaros son signos, cenizas que también
…decoran lo celeste
transpiran éter
por el cielo
en la verbena de las galaxias
…desde que su hijo las vertiera en el seno salado con el mismo ritual con el que pudo haberlo hecho en los tiempos antiguos. Si ‘La soledad más grandiosa es la del mar’, puede que una legión de peces ‘criaturas abisales’ hayan removido las partículas: ‘Su transparencia color / un restallido unísono de agua al alba’, y que ahora circulen por los ríos interiores del mar palabras doradas buscando la hondura de los puertos: Marismaire, Zinambaros, o un bello verso entero del amigo: ‘Bajamar sin nadie / desplomado el cielo’. No se sabe si su espíritu merodeará entre los pescadores que plantan sus cañas en el espigón: ‘El fin del mar es ser cielo’, ni si participa silente de las magras conversaciones de las infinitas noches de pesca: ‘Ese roce imperceptible de valvas’, o se entremete por las mañanas en los corrillos de gente que desentierra dos coquinas en tres horas: ‘Un pájaro blanco / pasando deja / la huella de lo vivo’ que luego reparten entre nueve comensales: ‘No pueden ser palabra / un flahss burbujeante define sus funciones oceánicas’, o en el jolgorio de la calle Ancha:
Ciegos por el neón
enredados en la malla de estrellas
polvorientos de luz
los insectos
enamorados a distancia
por el perfume de una hembra errante
persiguiendo su rastro
sucumben a los pies del junco
se hunden en las charcas
se posan en las olas
enloquecen en las bombillas
se destripan contra el blanco
y ciegos, ebrios de perfume
se seleccionan a contraluz
resplandeciendo como astros.
…o en los ecos del viejo embarcadero de las canoas:
El mar es ahora un presentimiento
una bruma sin pájaros
por donde el barco va
sin cielo
sin agua
cruzando un sueño.
Fue allí donde expresó desde la proa de un barco:
¡Quién pudiera como tú, recién llegado,
ver por vez primera esta playa!
Y venteó:
Presiento junto al mar la muerte
frente al mar la espero
la huelo en su olor general
en su rumor de olas la canto
la toco donde ya es arena
y sé, junto al mar
frente al mar
que es dulce la muerte
salina la muerte
rítmica la muerte
gaseosa la muerte
tenaz la muerte
como el vuelo y la caída.
Ya digo; para visitar la tumba del poeta hay que acercarse al mar de Punta Umbría y mirar el horizonte:
Los blancos de la noche son suyos
posibilita el verde de la ola al mediodía.
Y si lo que se quiere es sentir el mar, su mar, el mar de todos ‘Allí donde lo Absoluto y lo Infinito / se dan las manos’, aparte de asomarse a la cornisa de los sueños, hay que leer los versos de Abelardo Rodríguez. El mar y el poeta llegaron a ese acuerdo:
Quien quiera saber de uno de nosotros,
que nos busque en el otro,
porque así será poema la ola
en el silencio final.
CAMPOS DE CASTILLA
El viaje regala testimonios reacios a las vitrinas, no aptos para posar junto al bicho disecado; no son nada que ande en vías de desaparecer, sino simples frutos de las…
...buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra.
Emociona sentir voces que defienden su expresión en esta batalla que libran en una sociedad que no las valora con el respeto imponente que José Carlos de Luna pedía para el Piyayo: ‘¡algo de nuestro ayer, que todavía, / vemos vagar por estas calles viejas!’. Vamos del aún al ya en un soplo, total, para saber que no somos tan diferentes los de aquí y los de allá, por alejados que estén los suelos. El ser humano es igual a sí mismo por los siglos de los siglos, con su carga de grandezas y miserias, sus mitos y creencias como respuesta a sus dudas; no más: ‘gentes que danzan o juegan, / cuando pueden, y laboran / sus cuatro palmos de tierra’.
Voy en el tren de la vida. Miro por la ventanilla y llevo la impronta puesta de que me gusta anotarlo todo en el papel o en la memoria. En un trayecto largo y en un departamento estanco, que es un mundo, se aprende mucho porque el renuevo de voces se impone cada vez que se llega a una estación, entrando los recién llegados al diálogo abierto sin más trámite. Lejos de las chácharas soporíferas de púlpito o estrado, aquí reinan el sentir y la gracia. Es el caso de la mujer que va frente a mí, de Madrid ella, que dice que ‘el chotis es una danza escocesa, pero por lo que cuenta mi madre, con casi el siglo de edad, antes se bailaban seguidillas, tiranas, fandangos y jotas, como en Navarredonda, Villaviciosa de Odón o en Cadalso de los Vidrios’.
El tren llega a un destino cualquiera, final para unos, de paso para otros; salen, entran; hay revuelo de maletas y el andén hierve unos instantes con despedidas y encuentros. Después todo tiembla y el tren camina de nuevo. El departamento entra en conversación y mi cuaderno de notas se llena de sitios a los que ir, de gente a quien buscar, de cosas que hay que ver; se constata que, pese a tanto viento en contra de la cultura base, aún existen pueblos y voces: ‘quien va y vuelve / buen viaje hace’, dice alguien. Todos charlan animadamente mientras la luz del día cambia. Una mujer cuenta que ‘el Canelo le hablaba a la Puntilla y el Mono se lo contó toito tó a la madre’. El tren hace tran tran con su paso redondo. Pendulea mi cabeza. Un hombre añade que ayer se lastimó un brazo, que un pastor le dio un tirón seco para dejarle los huesos en su sitio y que se lo vendó con un pañuelo pringado en clara de huevo. El tren frena y hace rechinar los dientes. Puesto otra vez en marcha, sobre las rodillas viajeras plantan una maleta para echar una partida de cartas. Me preguntan si me gusta el juego. Respondo: ¡Psss!.
Un vendedor de chaqueta blanca y una canasta se asoma: ‘¡Pastelitos buenos y baratos!’. Una dama saca un termo de café humeante y comenta: ‘las procesiones de Cazorla, que es mi pueblo, parecen colgadas de la montaña’. Tras envolver el aire de aroma cafetero, pregunta a la señora que va al lado: ‘¿De dónde es usted?’ ‘Yo soy de Baeza, el pueblo de don Antonio Machado’. La otra la corrige: ‘Ese poeta es de Sevilla’. La una se revuelve: ‘Si no nació en Baeza, Baeza le nació dentro, que mi pueblo puede presumir de eso, de rebonito y de deliciosos platos como ajoharina, andrajos, gachas, sopa y migas; y ya sabe el refrán: no donde naces, sino donde paces’.
El tren camina y camina,
y la máquina resuella,
y tose con tos ferina.
¡Vamos en una centella!
El departamento guarda silencio ante tanto desparpajo. Es hermoso que haya gente que ame tanto a su pueblo como para regalarle un poeta entero. Abro el libro del poeta al que le nació Baeza dentro, CAMPOS DE CASTILLA, y leo:
Tras la turbia ventanilla,
pasa la devanadera
del campo de primavera.
La luz en el techo brilla
de mi vagón de tercera.
Entre nubarrones blancos,
oro y grana.
La niebla de la mañana
huyendo por los barrancos.
¡Este insomne sueño mío!
¡Este frío de un amanecer en vela!
Resonante, jadeante,
marcha el tren. El campo vuela.
Enfrente de mí, un señor
sobre su manta dormido;
un fraile y un cazador
y el perro a sus pies tendido.
Yo contemplo mi equipaje,
mi viejo saco de cuero;
y recuerdo otro viaje.
pasa la devanadera
del campo de primavera.
La luz en el techo brilla
de mi vagón de tercera.
Entre nubarrones blancos,
oro y grana.
La niebla de la mañana
huyendo por los barrancos.
¡Este insomne sueño mío!
¡Este frío de un amanecer en vela!
Resonante, jadeante,
marcha el tren. El campo vuela.
Enfrente de mí, un señor
sobre su manta dormido;
un fraile y un cazador
y el perro a sus pies tendido.
Yo contemplo mi equipaje,
mi viejo saco de cuero;
y recuerdo otro viaje.
RAFAEL VARGAS
BARRA LIBRE
BARRA LIBRE
Tras arrancar setenta calendarios
ya no te engaña el candor de las violetas,
con el éxodo de los sueños
la vida es ya / una muchacha que nos olvidó
ya ni recuerdas cuándo adquiriste la locura
de gastar la existencia
sembrando fábulas como un dios ebrio.
El tiempo mueve su dolor...
Y cuando te haces con él
y lo guardas en los sargazos del alma
como el ruiseñor guarda el suyo
para la ribera, hay que imponerse a la fuga.
¿A dónde ir si no a la vida?
Detrás de la muerte sólo hay más muerte.
Que el mármol no nos corrompa
ni la tramposa inmortalidad tampoco.
Este es uno de los poemas del libro Barra libre, de Rafael Vargas, publicado por Bohodón, Madrid. Antes fueron Las nanas del galeote, La plenitud fugaz de la mariposa y otros hasta alcanzar una hermosa bibliografía propia de 18 títulos, que parecen pocos, pero hay que hacerlos. Entre ellos están el volumen recopilatorio Los motivos del lobo y 21 de últimas, donde su palabra convive y conversa con las de más de un centenar de poetas andaluces contemporáneos.
El tiempo. Quién nos iba / a decir que el tiempo / nos mataría antes de comenzar. / El tiempo nos ha contagiado / y sometido. Nuestro tiempo / nos ha condenado a vivir / una vida que suplanta a la vida, / una jodida metáfora colectiva. / Los niños mueren por culpa del tiempo. / El ahora, es su ahora / y las miserias del poder / con nuestra mansa pasividad, / han programado para ellos / el ayer del porvenir. / Hay en sus ojos / parte de nuestra muerte.
Rafael Vargas nació en Calañas y se formó en Cataluña para venir a vivir, a escribir, a desarrollar su obra en Aracena, de donde, mano a mano con Manuel Moya han salido sabrosos proyectos y espléndidas realidades, ya que han propiciado que vieran la luz textos y voces que quizás de otra forma no lo hubieran podido hacer. Los títulos de La Biblioteca de la Huebra, salvando tormentas y destiempos han marcado, sin duda, una muesca profunda en la tarja literaria serrana. Escribe: La luz nadie la escoge: llega, / siempre virgen y siempre diferente. / El poema nace de la raíz / del instinto y de la luz. / La luz que lo piensa, / que le da sentido y lo fija. / La luz donada que geometriza / la vastedad del lenguaje, / el ritmo, la música / y los alfabetos de la noche. / La luz que deja pasar el infinito / balido del silencio. / La luz no se ve, es un hecho: / médula, hueso y esencia del poema. / La luz que hace diferente al poeta.
En la solapa de otro de sus libros, Equipaje de fuga, dice Manuel Moya que Rafael Vargas, con esa inmediatez y franqueza que caracteriza su obra [añado: y su persona], desde ‘Las nanas del galeote’ hasta ‘Barra libre’, consigue mediante su vitalidad a prueba de todo que cada verso y cada poema se constituya en una especie de contrafuerte inexcusable ante las andanadas de la Parca.
Hubo un día en que quise / ser viento. / Vestirme de fina brisa / con incrustaciones de nube, / rodar por los siglos / como el azor se coge del aire, / pero los años me ensenaron / la horizontalidad del agua. / Fundé mi fe en los hombres / y estos se traicionaron, / averigüé su amargura / y la mía se hizo infinita, / quise para ellos el más alto azul / y prefirieron la greda, / pasar los duendes del rocío. / Y reincidieron, una vez y otra, / como perdidos niños.
Una tarde pregunté a Ángel Manuel Rodríguez Castillo por qué se daba en la Sierra tan rica cosecha de gente escritora. Me dio sus razones, citó una amplia nómina de poetas, narradores y ensayistas (él lo es; ahí están sus libros sobre José Nogales) y por primera vez escuché el nombre de Rafael Vargas, este mismo que escribe:
Cambio mi vida por el sueño de un niño
o la sombra de las palabras
por el alma de un río
o la flexible gracia del guepardo
por el lastimero gemido del Stradivanus
o la apasionada tinta de la amapola.
Cambio mi vida por el iris de una perla
o la transparente cruz de la libélula
por la honda raíz de la siguiriya
o la angustiosa fugacidad de la mariposa.
Cambio mi vida porque no se adonde ir...
¡Decidme, para qué la quiero!
Si pudiera olvidarme de lo visto y oído,
de los dos rostros de la verdad, de tanta nada.
Elegir nos deja más sedientos. Sí. Ya sé:
al poeta sólo le alimenta el hambre.
Hambre de leerlo sugieren sus versos.
RAMÓN LLANES
MEMORIA DEL PRÓDIGO
Tanto si se le llama verso: “se abre este poema en mi herida”, como si se le llama prosa: “escribir en estío siempre ha de oler a sosiego”, lo que viene publicando Ramón Llanes en sus continuas entregas es todo pura poesía. Escribiré Poesía con mayúscula porque trae savia de lo salido del corazón, no de la barriga: “alumbra la verdad lo poco que precisa la noche”. Le pedía el cuerpo al poeta, o el alma -¿qué misterio, qué impulso es el que nos pide por dentro?-, reunir sus cuartillas de éste y de otros tiempos, de todos sus tiempos: “mediodía de primer curso / pantalones cortos / patio de recreo”, y ordenarlas para compartirlas con los demás en un libro que es un disfrute leer: Memoria del pródigo: “estoy hecho a la melancolía / de tanto cenar tristeza […] ¿A quién dedicaré mi ternura? ¿A quién mi turbulencia? / Acaso a la tierra. Sí, hincaré mi travesía en la tierra / con la rabia de un herido o la insatisfacción de un pródigo”, publicado por Editorial Onuba en su Colección Románticos. Hubiera salido en este sur o en el sur de Madagascar, lo cierto es que la obra ha cuajado en un goce para los sentidos, un muestrario de madurez lírica y, diría, después de conocer la andadura literaria del escritor, una tarja profunda en su expresión más íntima. Su aire, aunque suyo hasta las trancas (escucharlo es leerlo), no es ajeno a la brisa de Miguel Hernández: “hablaron los poetas para mi memoria”, ni al magisterio de Juan Ramón Jiménez, ese nombre de hombre de todos que tanto manosean los de siempre a ver si les cae un goterón de gloria mismo.“Hay un buzón para las cartas tristes”, dice Ramón Llanes en uno de sus poemas, y “un ciprés sin difuntos”, y “canciones serenas para tardes de estío”, y “un retrato en sepia en el desván del tiempo”, y “una búsqueda imposible por lugares sin caminos”, y “un recuerdo abierto al silencio”, y “el pregón poético de una lágrima”, y “todos los todos del Tharsis que de siempre me aferran”, y es que “llovía anoche mientras nos olvidábamos”, porque “es la página muerta el epílogo de las huídas desenamoradas” cuando “los ojos han quedado en la aduana de la tarde” y “cuesta la misma vida mandar lilas y memorias” y ya “no es tiempo, mujer, de perderse, de vagar con lo puesto”, porque “nos pertenecemos / desde aquel domingo de mayo”.De tener que hacer un retrato del poeta habría que emplear, más allá de biografías al uso para salir del paso, pasto de solapas, un tinte antiguo para representar a Ramón Llanes como una voz. Él lo confiesa en el papel:
Toda esta voz, hecha y escrita,
es de presente,
pensada en pasado limpio,
en futura paz,
voz con garras sin filo,
brocal de rebeldía,
desconsuelo.
Es la voz que me sale, me sienta
y me eleva,
no tengo más trago en voz
ni en compostura,
es la dolida voz de los sueños soberbios,
la voz que se inventa
para contar el poemario
penoso con carencia de discordia,
es la doblez de la voz en caricatura,
un cestón de nubes en los pies,
un loco en silencio,
es mi voz, mi voz que contiene brasas
y quemaduras.
Mi voz traspasada, no requerida,
no deseada, no llamada;
voz de durmiente
velatorio de calamidades en desuso,
ya no es invierno;
voz que sangra y alivia.
Acaso voz que espera
la palmada de un beso,
sobre el ascua”.
Es lo propio que los libros hablen por sí mismos porque a fin de cuentas es la página abierta por el verso la que te dice, la que eleva la luz de una tarde, el eco de una palabra, el silencio elocuente a rango de categoría. Si pretendiera cerrar con uno de los mejores poemas de este libro pecaría de lo que no quiero, que es intentar hacer una selección personal. Prefiero que sea un poema cualquiera el que cierre esta nota que habla de Memoria del pródigo. Y puede ser así porque cada página destila la hondura expresiva de un claro poeta:
Las horas de mirarte se me acaban
y quisiera que las horas de mirarte
esta tarde de sosiego me empezaran
y se fuera al desdén de los desechos
todo el lastre de las horas sin mirada,
todo el limo de los párpados caídos
por la ausencia, en mi alma solitaria.
Las horas de tenerte se me cansan
en un reloj temblón, sin minutero,
que ha dejado de sonarse la campana
de los sueños que a nosotros nos traía
y a nosotros dulcemente nos tocaba,
para sonar ahora con tristeza
a eso que en amor se llama circunstancia.
ERNESTO CARDENAL
VERSOS DEL PLURIVERSO
Bienaventurado el hombre que no sigue
las consignas del Partido
ni asiste a sus mítines
ni se sienta en la mesa con los gangsters
ni con los generales en el Consejo de Guerra.
Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano
ni delata a su compañero de colegio.
Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales
ni escucha sus radios
ni cree en sus slogans.
Será como un árbol plantado junto a una fuente.
ni asiste a sus mítines
ni se sienta en la mesa con los gangsters
ni con los generales en el Consejo de Guerra.
Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano
ni delata a su compañero de colegio.
Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales
ni escucha sus radios
ni cree en sus slogans.
Será como un árbol plantado junto a una fuente.
El poeta estuvo en Huelva, visitó a quien quiso, leyó versos en una librería, habló de lo divinamente humano, o al revés, del Uni-verso (un verso) y del Pluri-verso (su obra) (ya plagiado el título por algún aficionado a estas cosas), lo escucharon unos cuantos y se fue de vuelta a Nicaragua: Todo en el universo gira. ¿Y el universo gira también? ¿Y gira en torno a quién? No sólo dejó su palabra en el aire salobre de los cabezos, sino escrita en unos libros a la mano de todos: Esfera es el deseo de un ser de ser lo más pequeño y simple que pueda ser Ahí está su obra para quien quiera compartir con él que Nuestro ciclo es el de las estrellas. Con la creación comenzó la expansión. Y tiritan azules los astros a lo lejosMe conmovió la noche de la lectura (quince asistentes) fue la atmósfera creada con su presencia: Cada vez más inadecuado pensar como individuos Aquello era el libro sobre el libro, el gusto y el regusto, el pararse a escuchar una voz sin más bandería que la de los versos: Todo se interpreta con todo Era su verbo sólido, tallado, en paz consigo, en guerra permanente con las circunstancias. Era el proyecto de un joven talludo nimbado de blanco de querer conocerlo todo y reconocerse en ello: Materia viva y no viva son lo mismo Era apartar a cada momento la paja del grano para llegar a los centros de las cosas: Si el espacio-tiempo se viera tendría forma de espuma Era una lección improvisada para un puñado de personas atentas, que no pretendían salir en la foto para enseñar mañana. Mira, aquí está Ernesto Cardenal conmigo Era, fue, lo será en la memoria silenciosa un acto emocionantemente simple, pura sensación, curso acelerado de muchas disciplinas, fruto de un respeto imponente a la experiencia de una vida, cuya expresión brota en la poesía desnuda, más que nunca desnuda: Cuando no tengas respuesta, mira las estrellas Su voz no le venía del hoy agotador de tanto viaje, sino del ayer recio cuya esencia lo acompaña como pícaro destrón: Solentiname. Suelo constelado de luciérnagas y cielo con millones de reacciones nucleares. Alcé una semillita de zacate pará. De zacate pará que cubre todo el postrero y entendí que el tamaño no es importanteSu mirada interior estaba situada a la justa distancia para que el árbol no le impidiera ver el bosque, y él entraba y salía del bosque, y llevaba y traía al leve auditorio al bosque y la librería era un hermoso bosque de libros, de palabras, de ideas, de saber que Todo está conectado con todo Una luminosa noche de Poesía con mayúscula: Entropía es el tiempo que se va y no vuelve nunca para atrás. Las curvas exponenciales de sus cuerpos: todas las muchachas que yo amé se las llevó la entropíaCada encuentro de dos unifica el universo Lo expresé allí: me gusta esto, me emociona que hayamos vivido esto, me parece que lo que hay que hacer es esto, un ‘esto’ mágico más allá de la palabrería y la vaciedad que nos inunda como el peor de los tsunamis. Un ‘esto’ que subraya lo que dice el poeta: Todo lo posible es real en algún sitio.
JUAN CARLOS MESTRE
LA BICICLETA DEL PANADERO
Es tan rico en sensaciones el libro que humildemente propondría jugar con él en el mejor sentido posible: leyéndolo. Pero voy a más. Una vez leído –nunca se acaba de leer un libro- cada lector podría componer un sin fin de poemas tomando versos sueltos de diversas páginas sin desvirtuar el original. No sé si esto es un disparate total o casi, que no tengo a mano el disparatómetro para medirlo; sí sé que puede ser algo para poner de los nervios a su autor, Juan Carlos Mestre, que igual lo acepta teniendo presente que su libro es un generador de conciencia, una añoranza de porvenir, una polifonía redentora de la imaginación condenada al monólogo del individuo’.
Los poemas se han convertido en escaparates
de los almacenes de moda.
Los textos dramáticos han desencajado
la burla de los autómatas obligados a trabajar
en el elenco de los asuntos humanos.
Días atrás estuve en el Louvre. Una marca de instrumentos musicales había puesto a disposición de quien quisiera participar veinte pianos en círculo, cuyo sonido resultante se grababa sin que nadie mediara para dar turnos o interrumpir a los que teclearan aunque fuera una frase, una nota. Si ya es una explosión vital sentir pasajes de Beethoven a solas, aquello se convirtió en una armonía mágica cuando estos se mezclaron por las buenas con una canción Beatle, el Madigan de Mozart, El clave bien temperado de Bach, además de ritmos salseros, melodías étnicas y obras del más variado origen, incluyendo los torpes intentos de quien pasaba y ponía sus manos en las teclas. Dediqué tiempo a escuchar semejante concierto, cuya variación de intérpretes y de compositores fue un milagro sonoro contínuo. Un grupo de japoneses coincidió con otro rumano y, de cruce en cruce, el discurso musical se agigantó hasta ser la voz del mundo ebria de alegría por el inesperado encuentro en el Museo.
Al llegar a casa tenía el libro ‘La bicicleta del panadero’ sobre la mesa y con la emoción que me había regalado la música, lo abrí y tuve la sensación de estar acompañado por una gran coral que se unía a la magia del momento. Era un juego maravilloso en este atormentado retablo, en el que luchan la aspiración de absoluto y las devastaciones de la experiencia, un conjunto que concebía la poesía como una restitución ante la historia del oprobio y como un reflejo de lo irreparable, que ilumina las zonas que han sido negadas a la memoria. Toda la armonía del mundo puesta en escena hacía honor a la hondura de uno de sus versos, que pinta la ironía como gran sospecha ante la conducta del saber.
Viviremos bajo los párpados del triunfo
como un imperdible en lo que ya no está
pero llama a la puerta.
Otro vector se añadió a la lectura del libro. Resulta que para armar el fondo de la canción Tomorrow never knows, Lennon y McCartney grabaron todos los ruidos a su alcance y los mezclaron en el estudio. Hablo de memoria y creo que es el último corte de Revólver.
Alimentaran los cultivos del mundo
Con permutables pulsaciones melódicas
Las madres de los artistas
Perpetuamente en dudas
Ante la jaula de los leones.
Tras todo esto me di cuenta de haber estado anotando versos sueltos mientras los iba leyendo. Ahí nació mi disparatada propuesta del principio.
No puedo probar cuanto digo,
pero lo que digo desata la alabanza.
Alguna virtud debe existir en la alabanza de los ausentes.
Y el que dice digo está a punto de decir
yo ya no digo nada.
Los previos aciertan al decir que este libro despliega un entramado simbólico, en la herencia imaginativa de su poesía, una conmovedora visión de las utopías de la felicidad, la desobediencia ante el sufrimiento y la insurrección estética como acto de legítima defensa frente a los discursos de dominación.
Asamblea de muertos parece ser el sentido de la Plaza Jamaa el Fna, en Marrakech. Las sillas se hacen insoportables cuando están vacías después de los entierros, después de los casamientos cuando se van los invitados. Asamblea de voces vivas es La bicicleta del panadero, que indaga en los territorios donde lo sublime y lo prosaico se desposan. Aparece aquí su autor en plenitud: más complejo, arriesgado, irreverente, airado, divertido, conmovido y asaltado por la precisión y la alucinación del lenguaje poético. En suma, la obra es un ofrecimiento desde el confín de la derrota y la pérdida, donde cada despedida es un regreso y cada encuentro una constatación de vacío.
Y al final, la experiencia de componer un poema según cada lector, gustara o no al autor, se produjo. Valga un fragmento:
El buen recuerdo de las telarañas
fuma entre los eucaliptos.
La cerradura sin puerta, la puerta sin casa.
De cada caballo boca abajo
cae en algún momento un tesoro.
Y las madrigueras se llenan digamos
que de panes frescos.
Las lágrimas me han vuelto mediocre.
Porque día después nos reunimos gentes de aquí y de allá, leímos los poemas de La bicicleta del panadero y cada cual anotó un verso de los que se dijeron en voz alta. Después pusimos uno detrás de otro y el efecto fue sencillamente asombroso, como asombroso nos pareció el Libro.
© Manuel Garrido Palacios