Antonio Enrique
Col. La espiga dorada
«Viendo caer la tarde» es un libro de versos que ha publicado Antonio Enrique, «sencillo demiurgo», como lo llama Juan Delgado en el prólogo: El autor dice que la obra «es un discurso donde se me impusieron tres evidencias: primera, que las cosas son tanto más simples cuanto verdaderas; segunda, que la verdad pertenece al misterio —de lo que proviene a todo poema su atmósfera mágica y aun de prodigio—, y tercera, que la única manera válida de enfrentarse al misterio es haciendo acopio de sinceridad personal y literaria, esto es, con lenguaje antirretórico; de manera que pueda decirse: a mayor misterio, expresión más clara».
Continúa el poeta: «Tal vez el hecho de observar la tarde, perderse en las ensoñaciones que suscita, pueda ser considerado un acto insolidario. Lo es, en la medida que toda experiencia estética es interior, individual por tanto. Pero no lo es si se tiene en cuenta que al contemplador de la tarde no se le deja otra opción que disfrutar de lo que pertenece a todos: las infinitas gradaciones de luz, la magnitud del silencio, la retirada de las aves, los olores»
En la presentación se planteó Enrique algo más, pero de viva voz. Por ejemplo: ¿Para qué sirve la poesía? La respuesta abarca un arco tan grande que puede ir de «absolutamente para nada» a «vitalmente necesaria», pasando por gestos indiferentes de los que jamás han accedido a ella o de los soberbios que bajan de sus olimpos caseros y miran así como quien dice al que se atrevió a dar forma bella a su pensamiento verso a verso.
Tanto las evidencias que proclama el autor como la duda de para qué sirve, o qué utilidad tiene un poema están presentes en las páginas de «Viendo caer la tarde». Bastaría decir con él que las «deliciosas tardes / parecidas a perlas / una con otra se atesoran / porque ninguna vuelve, jamás»
El libro parece hecho a base de soledades: «Soy un hombre del desierto / y tú también lo eres; no lo supe / hasta que te encontré. / Hay retratos por la casa / que no me atrevo a mirar. / A veces, de la casa en ruinas / escapa un rumor que parece música. / Morimos no sólo en soledad, / sino de soledad. Y soledad / no la hay mayor que en noviembre. / Puro tiempo condensado, / abismo de soledad. / El silencio se junta con el trigo»
«Ver caer la tarde» es para el poeta «ver caer el mundo / como tú mismo caes / con el peso de tu vida». Cuando se ve caer la tarde con su serenidad de alma «está el esplendor desplegando su fuerza; / se puede ver cada grano de arena / en la tierra que nos aguarda» Y si al final de la escena alguien viene y pregunta: «¿Qué haces ahí, solo?», se le puede responder: «Viendo caer la tarde», convencido, además, de que «a la vista de lo que nos ofrece como bueno el mundo que vivimos», no hay nada mejor que hacer.
© Manuel Garrido Palacios
© Manuel Garrido Palacios