Una mirada a Huelva
Selección y prólogo de
Manuel Garrido Palacios
Fotografía de Ramón Masats
La corriente de esta obra se nutre de dos fuentes claras: la de las notas manejadas al hurgar en otros temas ─unas cuantas─, y la de la petición a conocedores de este punto geográfico “tan a trasmano”, según don Camilo, de unas páginas donde expresaran las sensaciones nacidas en su ámbito. El corpus resultante va por orden alfabético de sus autores. Seguro que la sola lectura de sus nombres o de sus textos bastará para dar norte de cada uno de ellos.
Ésta ha sido la técnica. Pero si todo quedara ahí, en estas páginas no habitaría el latido. La clave del trabajo ha estado, una vez más, en el sentimiento, ese empuje misterioso que mueve el mundo desde el primer día, sin el que la vida y cuanto se hace en ella sería una ‘aburrición’, al decir de Tasio, y los vivientes no pasaríamos de ser ‘prácticamente muebles’, en palabras de Carlos Castilla del Pino.
Digo dos fuentes. La de las notas ─datos simples, historia contrastada, pura leyenda, cantos rodados de hechos antiguos, que sabe Dios cómo ocurrieron en realidad, versos sueltos, ecos de Tartessos y de Argantonio envueltos en la nube de sesudas investigaciones─, suele brotar en la soledad del estudio, cuando uno nada en un mar de dudas y busca una isla de respuestas en los anaqueles; circunstancia que, en este caso, me ha permitido medir lo poco que se ha escrito sobre Huelva en comparación con otros lugares; notas que, una vez que han iluminado las dudas, quedan libres hasta que un día, hoy mismo, se integran en una obra como la que aquí comienza.
La otra fuente, la de las páginas pedidas o buscadas es el fruto de observar cómo viajeros escritores que pasaron por Huelva regresaron a sus lares con la impronta intacta de sus vivencias, sin compartir sus valiosas visiones desde tan diversos ángulos: anécdotas, paisajes, sabores, apuntes..., en suma, recuerdos, ese fenómeno íntimo de regresar con el alma al lugar en el que se estuvo con el cuerpo; según Pedro de Mexía en sus Silvas: de ahondar en el ‘dique que retiene el pasado antes de seguir hacia el olvido’; o retomando a Tasio, asumiendo que ‘sólo somos memoria más un sueño’. La mayor parte proviene de manos forasteras, que aportan, sin duda, un panorama menos condicionado por los tópicos, con lo que se moderan encendidos entusiasmos y se evita el árbol que oculta la hondura del bosque. La menor porción de páginas está escrita por naturales de Huelva o de sus pueblos, cuyas letras devuelven a su tierra lo que le es propio después de permanecer latente en sus dentros.
El último texto recibido para el libro, el de don Alonso Zamora Vicente, termina así: ‘...flota, protegiendo ese rincón de España, un resplandor, un inmenso resplandor. Sí, Huelva es en mi memoria un resplandor, una infinita, acogedora claridad’. Al hilo de sus palabras recuento un cuento en el que aparece el Creador poniendo empeño en hacer el mundo en siete días, al cabo de los cuales se siente tan cansado del trote como satisfecho al ver la tarea cumplida. Pero ha sido tal su afán por crear belleza, que al dar de mano ve que le sobran cantidad de ríos de agua limpia, de valles fértiles y de cordilleras de imponente estampa. Mas como la faena está hecha, lo que hace es arrinconar el paisaje sobrante en un recodo de la Tierra. Con el tiempo, el lugar viene a llamarse Chile. Una segunda versión señala otro lugar del Continente como receptor de tan ricas sobras: el mismo que con el tiempo viene a llamarse Venezuela, en honor de Venecia. Termina el cuento diciendo que cuando en la tarde del séptimo día el Creador se sienta a descansar, prende un fuego sagrado para entonarse, y al ver que las llamas que entibian el aire crean tan maravillosos tonos al quedar en ascuas -’rojo del crepúsculo de los dioses tartésicos’ ─al decir de Bada─, decide eternizar el momento para que todos los días por los siglos de los siglos se repita ese resplandor en un rincón del sur de Europa, abrazo de ríos, formado por La Rábida, Saltés, Bacuta, Aljaraque... Lugar que con el tiempo viene a llamarse Huelva.
El cuento ─leyenda ya─ enlaza a su vez con una de las primeras miradas viajeras de la historia, la de Strabon, que sitúa a Tartessos al final del ocaso, en ‘la brillante lumbrera del Sol, que arrastra tras de sí la noche negra sobre la tierra de fecundos senos’.
Muchos ojos observan a Huelva en este libro. Es deseable que tal riqueza de miradas componga una visión más amplia, más justa, que redescubra esta bendita tierra a sus propios hijos para que la entiendan más, la cuiden más, la amen más, la merezcan más.
Esa ha sido la idea.© Manuel Garrido Palacios