El torillo andaluz es un pájaro con planta de codorniz, más chico. No es que no quisiera estar junto a nosotros, sino que lo echamos de nuestro lado, es decir: matamos los últimos ejemplares que quedaban en un arranque de valentía, fuerza, poder y otros atributos de nuestra especie. Hace décadas que su mugido, más que canto, no se escucha en los bosques del Sur, y que su nombre aparece en los tristes catálogos de especies que desaparecen; mugido que podía hacer temblar al más pintado en mitad de la noche por su similitud con el del toro; eso parecía (de ahí el nombre) detrás de un seto, en vez de una tímida criatura de pocos centímetros bajo un matojo. Unos investigadores andan empeñados en retomar el final del torillo andaluz y convertirlo en principio; o lo que es lo mismo: devolverlo a su casa natural. Proyecto que empezó sólo con la idea, pero que ha tomado rango de relaciones internacionales. Hace un tiempo se presentó el resultado de la prospección llevada a cabo en Marruecos a la búsqueda de este animal que se fue de nuestro lado. Y los datos fueron alentadores, capaces de mantener viva la esperanza de recuperarlo. Mediante equipos sonoros de identificación pudieron detectar la presencia del torillo andaluz al sur de Marruecos, grabaron sus huellas, intuyeron la ubicación de sus nidos, aunque no llegaron a verlo, como si el pájaro se hubiera vuelto más esquivo de lo que era y huyera de los humanos. Eso sería una interpretación idealista, pero deja abierto el debate de por qué el hombre destruye indiscriminadamente el mundo como si éste fuera su cortijo particular.
© Manuel Garrido Palacios