Te levantas una mañana como si hubieras encontrado aquello que buscabas sin saber qué era. Y lees la prensa, toda la prensa, incluso la prensa cuyas páginas vienen en blanco, y te paras en la que luce un roto en un pico, y piensas en lo que pudo pasar para que se rompiera el pico. La publicidad se encarama a los filos milimétricos de cada hoja y el ruido que hacen al pasarlas te trae la esperanza de que en cualquiera de ellas estará la sorpresa. Pero no. Es el mismo monotono repetido de ayer, el mismo que se repetirá mañana: Ca se mete con Ce, Ce con Ca, Ci con Ca o con Ce, Ce le contesta, Ca se sale de madre y pregunta a todos por la «bartibé de la vagande» y hasta los que nada tenían que ver en el asunto responden: «Ojxana pruni». Bien pensado, ante tan plano horizonte es lo único respondible, aunque se le podía exigir más a los respondones. Luego, quizá, quien sabe, a lo mejor, es posible que te topes por la calle con el barruntador de eventos que quiere saber si te has enterado de esto o de lo otro. Pues no, mire usted. Y que a la hora del café en tu sitio de costumbre se te siente al lado la tristeza en forma de amistad dispuesta a contarte sus quebrantos. El mercado ofrece vida y llevas la amistad al mercado para que palpe esa pujanza en forma de lenguado, rape, corvina, y oiga el pregón de los vendedores, capaces de cortar dos lomos de borriquete o pargo como expertos cirujanos. Vuelta y vuelta, un poco más caso de ser la pieza grande, o su tiempo de horno, y a reunirte con quien te plazca para compartir semejante tesoro nutricio, sin olvidar la salsa, en la que no puede faltar el ajo. Y la tristeza en forma de amistad te llama entonces y te pregunta si puede hablarte en ese momento. Claro. Pides disculpas a tus invitados y escuchas el rezo. Más tarde piensas que la tensión se ha diluido en conversaciones de tres al cuarto, pero notas que la tristeza en forma de amistad se te ha metido en los sesos y no ves otra forma de sacarla que sacándola de cuajo. Es cuando marcas su número porque crees que acabas de dar con una solución para sus problemas: milagro de pensamiento batido en la marmita durante todo el día; y se lo dices. La amistad en forma de tristeza te contesta que ya no le hace falta ayuda porque lo ha solucionado felizmente. Y te alegras porque no has sido necesario sino como cubo donde se echa lo peor. Y quieres decirle que la próxima vez mida su angustia para no derramarla encima del prójimo, pero la amistad ha colgado porque ya no hay tristeza, ni amistad, sino una circunstancia que da pie para todo. Al alba te levantas como si hubieras encontrado lo que buscabas sin saber qué era, y suena o no el teléfono, y es la tristeza o no en forma de amistad desesperada. Vuelves a la prensa de las páginas en blanco, y al sorbo de café, y al mercado a ver el pálpito de la vida, tal como ayer. Y así se pasan los días, tan callando, sin saber de qué se revestirá la amistad para el próximo número. Y un día vomitas todo esto en la esquina del tiempo y te liberas, pero al primer descuido se repite el ciclo porque el cubo para echar los restos está vacío y la amistad se presenta con clara voluntad de llenarlo.
© Manuel Garrido Palacios
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