Manolo Garrido Palacios me llama Orson Welles y yo a él John Ford. Supongo que ambos caemos en algún tipo de herejía cuando utilizamos dioses del Olimpo con tanta frivolidad. Coincido con Welles en el sobrepeso y en la atracción por las femmes fatales como Rita Haywort en La Dama de Shangai. Ahí acaba cualquier parecido con el desmesurado genio. Sin embargo, Manolo no sólo me recuerda a John Ford con sus gafas redondas y su gorra gastada en mil batallas de 16 mm. No; Manolo es el cronista épico de la tierra roja de las minas de Tharsis. Si John Ford tenía Monument Valley, Manolo tiene Tharsis. Y por supuesto, Alosno.
El primer día que visité Alosno con Manolo y unos amigos, con ocasión de un rodaje, hubo un momento en el que consiguió conmoverme. Nadie se dio cuenta, ni siquiera el propio Manolo. Paseábamos por la calle en la que nació Paco Toronjo. Manolo se detuvo. Se quitó la gorra para dotar de mayor trascendencia a sus palabras y dijo: 'Vine al Alosno con mi padre cuando tenia diez años. Abre bien los ojos -me dijo-: aquí hay verdad. Vendrás a buscarla un día'. Los ojos de Manolo brillaban por la emoción. Me recordó la primera secuencia de Qué verde era mi valle, de John Ford, aquella película en la que un jovencísimo Rody McDowall pasea con su padre por un valle de mineros irlandeses.
Manolo sabe que el Alosno ya no existe. Sólo vive en su recuerdo. La verdad de la que hablaba su padre es la verdad de las cosas auténticas. El fandango es un haiku pletórico de sabiduría eterna. El trabajo de Manolo, un esfuerzo épico por rescatar del olvido un mundo definitivamente perdido. ¡Qué verde era mi valle! ¡No lo sabéis bien! Él me anima a seguir contando historias mientras toma un té tibio. Ha leído mi guión titulado Compromiso. “Tú también tienes tu verdad -me dice-: si escribes bien para el cine podrás hacer tú mismo la película que llevas en la mente. Todo camino comienza por un paso; toda película empieza por un plano. Después viene lo demás”.
© Villie Garvin (Director de cine)
© Foto: Héctor Garrido