JOSÉ MANUEL DE LARA
Estoy en el aeropuerto de Francfort camino
de Calcuta. Me quedan once horas de vuelo, un aterrizaje, una ventanilla para
sellar el pasaporte, un policía que verá si me parezco al de la foto, una
llegada al hotel, un número de habitación y, durante unos días, poner la cámara
frente a algo. Todo como ayer, quizá como mañana. Si vuelo en Air France, se
comerá bien; si es en la Pan Am, estrenarán película.
Hace años estaba en el mismo sitio para
hacer idéntico viaje; la noche antes recogí un libro de José Manuel de Lara:
Plaza Nueva. Lo metí en mi bolsa y ahí ha ido conmigo de aquí para allá,
sacándolo a veces para leer poemas en algunos sitios: Troia, Lagheri (en la
casa de James Joyce), Benarés (en la de Raví Shankar), etc. Los versos de Lara
me han acompañado siempre, como los de Machado, Hernández, Lorca, Juan Ramón,
Bécquer, Gerardo Diego y otros. Han representado esa memoria grata que ha
venido a sumar belleza al momento que vivía. Hace algún tiempo fuí al Dolmen de
Soto con unos amigos. Era una tarde desapacible y se nos ocurrió darnos un
recital de poesía en aquel seno de piedra. Cada uno recitó lo que quiso y yo
cubrí mi turno con un poema de José Manuel de Lara.
Así que en este aeropuerto, al buscar la
libreta para tomar apuntes, topo con el libro de Lara y me pregunto si la
ciudad de Huelva sabe del gran poeta que alberga. No sé si porque es persona
que vive piel adentro, sin saraos ni mandangas, no veo su nombre en recitales
ni actos públicos. Y mi duda es si su obra ha tenido en los medios de
información el suficiente eco. Frente a la imagen del sujeto que arrincona a la
gente por la calle para leerle sus paridas y al margen de los poetas oficiales,
José Manuel de Lara es un poeta tan entero como el trayecto que dentro de un
rato voy a hacer, y bueno es decir que no surgen voces así todos los días, tan
dejando el alma al aire, tan cercana a la fuente de la que brota la poesía.
Al abrir el libro puede verse que Lara
lleva dentro una plaza diferente, idealizada por la distancia; plaza de colores
tenues, silenciosa, a la que vuelve el poeta constante¬mente, donde los tiempos
se solapan:
La Plaza Nueva tenía
el sol de la infancia
dentro.
La Plaza Nueva tenía
todo lo que ya no tengo.
La voz del poeta se sumerge entre las sombras, en el olor a jazmín, en el pregón de la calle, en el anochecer, en la canción semidormida que le llegaba y le llega. Y este sentir lo vuelca al pliego: “me paso la vida coleccionando sueños, para ser como el niño que guarda sus estampas para romperlas un día, cuando esté solo y le falle la ilusión”.
La obra de Lara ha buceado en los hondos
rincones del alma, sacando a flor magistralmente las esencias que nos
conmueven: el amor y la muerte, constantes en su poesía. Sobre la muerte tiene
un resumen: Sombra Infinita, escrito al filo de la pérdida del padre, asomado a
ese abismo insondable. Sobre el amor, valga esa reflexión anterior hecha soneto
donde lo auna con la muerte. Lara es poeta directo, llega sin más, sin que haya
que descolgar manuales de interpretación para ver qué quiso decir:
Quiero pensar en tí desde este sueño
para poder decir lo que
te digo.
Directo y conciso de términos hasta este punto en el poema titulado Carta:
Ahora que no la esperas,
cuando crees que no hace
falta
que te escriba, quiero
hacerlo
en una imposible carta.
Poner tan solo una
fecha,
un saludo y una
postdata.
Huelva, catorce de
abril.
Te recuerdo ... Me
olvidaba
decirte que todavía
llevo tu ausencia
clavada.
El altavoz hace la última llamada para
volar físicamente y dejo este apunte sobre la Poesía con mayúscula de José
Manuel de Lara. Llueve en la pista y a unas cinco de la tarde se anuncia la
noche con tanta insistencia que el ánimo se queda parado en la nostalgia de uno
de sus poemas: Agua de Otoño:
No sé qué larga sombra
de silencio
entristeció la duda de
tus ojos.
Aquella luz, aquel abril
contigo,
ahora sólo es agua del
otoño.
Desconfiada y triste me
preguntas
por un amor que fue y
quedó en nosotros;
y, sin quererlo, anidan
en mi sangre
aquellos raros pájaros
remotos.
Sé que la vida ha
puesto, desde entonces,
un algo sobre tí, que no
conozco.
Pero en tu modo inquieto
de mirarme
contemplo tu niñez llena
de asombro.
Guardo el libro junto a un guión en el que se finge esto y lo otro. Ahora volaré, daré el pasaporte en la ventanilla y un policía verá si me parezco al de la foto; igual se interesará por cualquier nadería. Inmerso en los versos que acabo de leer, espero que sea breve en sus preguntas, por no romper este claro momento de belleza.
© Manuel Garrido Palacios