La vela arde en el estudio por
María José Rico
La llama da su luz, su calor, su vida y se renueva cuando tiende a agotarse para que no cese esa energía que ilumina la memoria. La cera es de un color o de otro ─tanto da─ como el aroma que esparce por la estancia. Al atardecer se confunde con la raya brillante del ocaso y si se alinea el pequeño fuego con el sol que se va, parece que Che está allí, en su concierto íntimo con el mar, figura leve, dama de la orilla. Hoy ella forma parte del misterio como un trozo de brisa, una bajamar, una espuma, una sombra fugaz, una ola distinta, aunque parezca la misma, o la misma, aunque parezca distinta, un rumoreo de gaviotas, una trasparencia salada. No son sólo palabras, sino la imagen que proyecta el sentimiento sobre un milagro de persona. Su ayuda en mis trabajos literarios quedó escrita en mi agradecimiento. Su encanto en el grupo de amigos se goza en el recuerdo: Olhão, Sanlúcar, Tavira ─su Tavira─, Algarve entero. Amado Nervo le pedía a la tierra que no pesara sobre quien no pesó sobre ella, y es que su presencia era como la llama del estudio: casi gota de alcohol ardiendo. Curro, su compañero, dice: ‘Esa llama la llevo dentro’.
© Manuel Garrido Palacios