Aquel primer concierto
Ludwig van Beethoven va una tarde lluviosa a dar una clase a la adolescente condesa italiana Giulietta Giocordi, afincada en Viena, y mientras la espera, apoya su oído mermado en la tapa del piano, percibe las vibraciones que produce su entraña, cierra los ojos en una meditación honda, roza las teclas a punta de dedos, como se acaricia a quien se ama y, de semejante cuadro gris empieza a nacer la Sonata 14, op. 27, número 2, Quasi una fantasía, a la que llamará más tarde Mondschein, Claro de Luna. La escena termina en desconcierto porque, exprimiendo las últimas notas, descubre que la alumna lo ha estado observando en silencio escondida tras unas cortinas, situación que lo lleva a cortar bruscamente el discurso de la obra y a marcharse indignado del palacio por haber sido sorprendido en su intimidad creadora. Busquemos la magia en el viaje hecho por aquel Claro de Luna a través de los siglos desde la habitación vienesa hasta la Igreja da Misericordia de Tavira ─antaño Capital del Algarve─ templo que se convierte una noche en improvisada sala de conciertos. Las manos que tallan el milagro sonoro son las de otra adolescente, Penélope Carrasco, que aborda la obra en el teclado con la entrega que lo hubiera hecho Giulietta de no haber huido Beethoven del palacio. Penélope puebla el hermoso Monumento Nacional algarvío de claros y de lunas, y al espectador le invade la sensación de que el maestro la observa tras un cortinón, a quien ella, sin pronunciar palabra, parece decir: «Sepa que lo que pretendía entonces era aprender la obra escuchándolo a usted». Esto arranca del genio una sonrisa de agrado que borra de su gesto toda confusión. Sus ojos son reflejo de una alegría retenida durante siglos porque la gracia interpretativa de Penélope Carrasco los ha forzado a ello. Gracia que transmite al auditorio como un toque de esperanza que viene a significar que la belleza es una antorcha que cada generación ha de tomar para que el camino siga iluminado. Imaginemos. Ahora es Beethoven quien se oculta tras la cortina para comprobar cómo otra alumna recoge nota a nota e interpreta, con el aire fresco del sur de Europa, aquel Claro de Luna inacabado.
© Manuel Garrido Palacios
© Foto: Héctor Garrido