Barra libre
Rafael Vargas
Bohodón Ediciones, Madrid
Bohodón Ediciones, Madrid
“Tras arrancar setenta calendarios / ya no te engaña el candor de las violetas, / con el éxodo de los sueños / la vida es ya / una muchacha que nos olvidó, / ya ni recuerdas cuándo adquiriste la locura / de gastar la existencia / sembrando fábulas como un dios ebrio. / El tiempo mueve su dolor... / Y cuando te haces con él / y lo guardas en los sargazos del alma / como el ruiseñor guarda el suyo / para la ribera, hay que imponerse a la fuga. / ¿A dónde ir si no a la vida? / Detrás de la muerte sólo hay más muerte. / Que el mármol no nos corrompa / ni la tramposa inmortalidad tampoco”.
Este es uno de los poemas del libro “Barra libre”, de Rafael Vargas, publicado por Bohodón Ediciones, Madrid. Antes fueron “Las nanas del galeote”, “La plenitud fugaz de la mariposa” y otros hasta alcanzar una hermosa bibliografía propia de 18 títulos, que parecen pocos, pero hay que hacerlos. Entre ellos están el volumen recopilatorio “Los motivos del lobo” y “21 de últimas”, donde su palabra convive y conversa con las de más de un centenar de poetas andaluces contemporáneos.
“El tiempo. Quién nos iba / a decir que el tiempo / nos mataría antes de comenzar. / El tiempo nos ha contagiado / y sometido. Nuestro tiempo / nos ha condenado a vivir / una vida que suplanta a la vida, / una jodida metáfora colectiva. / Los niños mueren por culpa del tiempo. / El ahora, es su ahora / y las miserias del poder / con nuestra mansa pasividad, / han programado para ellos / el ayer del porvenir. / Hay en sus ojos / parte de nuestra muerte”.
Rafael Vargas nació en Calañas en 1939 y se formó en Cataluña para venirse a vivir, a escribir, a desarrollar su obra en la calle Cruz de Mármol, de Aracena, de donde, mano a mano con Manuel Moya han salido sabrosos proyectos y espléndidas realidades, ya que han propiciado que vieran la luz textos y voces que quizás de otra forma no lo hubieran podido hacer. Los títulos de La Biblioteca de la Huebra, salvando tormentas y destiempos han marcado, sin duda, una muesca profunda en la tarja literaria serrana. Escribe: ”La luz nadie la escoge: llega, / siempre virgen y siempre diferente. / El poema nace de la raíz / del instinto y de la luz. / La luz que lo piensa, / que le da sentido y lo fija. / La luz donada que geometriza / la vastedad del lenguaje, / el ritmo, la música / y los alfabetos de la noche. / La luz que deja pasar el infinito / balido del silencio. / La luz no se ve, es un hecho: / médula, hueso y esencia del poema. / La luz que hace diferente al poeta”.
En la solapa de otro de sus libros, “Equipaje de fuga”, dice Manuel Moya que “Rafael Vargas, con esa inmediatez y franqueza que caracteriza su obra [añado: y su persona], desde ‘Las nanas del galeote’ hasta ‘Barra libre’, consigue mediante su vitalidad a prueba de todo que cada verso y cada poema se constituya en una especie de contrafuerte inexcusable ante las andanadas de la Parca”.
“Hubo un día en que quise / ser viento. / Vestirme de fina brisa / con incrustaciones de nube, / rodar por los siglos / como el azor se coge del aire, / pero los años me ensenaron / la horizontalidad del agua. / Fundé mi fe en los hombres / y estos se traicionaron, / averigüé su amargura / y la mía se hizo infinita, / quise para ellos el más alto azul / y prefirieron la greda, / pasar los duendes del rocío. / Y reincidieron, una vez y otra, / como perdidos niños”.
Una tarde pregunté a Ángel Manuel Rodríguez Castillo por qué se daba en la Sierra tan rica cosecha de gente escritora. Me dio sus razones, citó una amplia nómina de poetas, narradores y ensayistas (él lo es; ahí están sus libros sobre José Nogales) y por primera vez escuché el nombre de Rafael Vargas, este mismo que escribe:
“Cambio mi vida por el sueño de un niño / o la sombra de las palabras / por el alma de un río / o la flexible gracia del guepardo / por el lastimero gemido del Stradivanus / o la apasionada tinta de la amapola. / Cambio mi vida por el iris de una perla / o la transparente cruz de la libélula / por la honda raíz de la siguiriya / o la angustiosa fugacidad de la mariposa // Cambio mi vida porque no se adonde ir... / ¡Decidme, para qué la quiero! / Si pudiera olvidarme de lo visto y oído, / de los dos rostros de la verdad, de tanta nada. / Elegir nos deja más sedientos. Sí. Ya sé: / al poeta sólo le alimenta el hambre”.
© Manuel Garrido Palacios