ÁLORA LA BIEN CERCADA
Manuel Garrido Palacios
Castilla Ed. Valladolid
PRÓLOGO
De esa joya de romance morisco y de frontera, saca Manuel Garrido Palacios título y fondo de un libro de estudio e investigación etnográficos de mucho mérito. De las antiguas canciones de gestas, detalladas y largas, sale de manera fragmentada ─siglos XIV y XV─, todo un mundo nuevo con el romancero. De ese mundo nuevo por su fragmentación, toque alado, esencialidad, pero sin derivar de las antiguas canciones de gestas, es el romance de Álora la bien cercada.
Este romance le sirve al autor para situar su trabajo y para entrar en Álora: campo y monte, río Guadalhorce, pueblo con historia viva. Pueblo en pendiente, arropado en su antigüedad, alto en el decir y en gracia tierna, en el que entra el autor para vivir su quehacer antiguo, para definir sus esencias, para airearlas, para que esas esencias hechas de vivencias no se pierdan. Camina; sube las calles; oído atento; pulsador de hechos, formas y matices. Va pasito a pasito brujuleando para captar la mina seria que en los pueblos vive. Busca a los sensibles que guardan el vivir en dichos, canciones, bailes, pregones, palabras, costumbres, tradiciones, es decir, en vida, en vida especial se entiende. Busca eso, la continuidad que en el hecho de ser vida define la esencia y molde de los pueblos.
Oye una canción en el interior de una casa. Buen principio. Le da pie para iniciar su inmersión en lo guardado. También hacía lo mismo Azorín. De la abuela que acuna al nietecito pasa a esos seres sensibles por donde las tradiciones viven y se continúan. De ahí en adelante es Garrido Palacios el que mueve loa hilos y profundiza en su empeño y quehacer. Nada más serio que el seguidor de su vocación y nada más natural y noble que el ejercicio y práctica de su vocación. Pulsa, insinúa, añade, inicia, tienta, sitúa a sus informantes para redondear o para ampliar su mundo con novedades, perlas escondidas. Y como todos son del mismo campo y de la misma mina se reúnen, se buscan; es decir, Garrido Palacios convierte su inquietud en poder aglutinante para enlazar almas del pueblo en la misma inquietud y ponerlas en disposición de recordar para dar accidentes y formas de ayer en vida viva.
Álora es pueblo sombrilla, como lo son en otras maneras el Alosno onubense y andevaleño y el Lepe costero. Hay pueblos especiales guardadores de formas y moldes en las vivencias. Historia con toques especiales que se acumulan y sensibles que la definen, la marcan y la proyectan. Sin sensibles no es posible la continuidad especial en el hecho original de vivir y actuar. Y como Garrido Palacios lo sabe saca de esta Álora alta lo que en su seno guarda. Paralelismo con la sierra onubense y aracenana. Soldados de Encinasola estuvieron en Álora hace cuatrocientos años, cuando se pacificaba el antiguo reino de Granada, y algunos se quedaron. La originalidad de Álora en esos pregones con gracia y ánima que los sensibles recuerdan. El baile y canto de los verdiales; el romance de los peregrinos que van a Roma, que Garrido Palacios recoge en sus muchas variantes. Salen con chispa inaudita y con gracia fina esos San Antonio: el noviero y el de los pájaros. Ese encanto de Navidad en Álora donde toda la riqueza espiritual y sentida de un pueblo tiene también la contrapartida, quiero decir la vivencial por diaria y humana.
El autor va perfilando su intención: deja hablar; apunta nuevas vías para el acercamiento al filón; vuelve al punto inicial para aclarar o matizar; inquieta, sugiere, complementa. Así salen los cantos del campo de esta Álora tan bien subida y tan bien cercada. Cantos de carnaval; las murgas, el hilo fino por donde el espíritu de un pueblo se desborda. Por allí está el carpintero que en su insistencia suma un punto más para esta Álora singular: la castañuela a la que al buscarle el hueco se le encuentra el son; la gracia natural de una zona malagueña vista a través del perote, de las perotadas de esta Perosía donde está Álora; las recetas medicinales de hierbas; las reuniones de las faeneras, su habla, su quehacer, su historia: liaban en la estación las naranjas que se exportaban a Inglaterra, y en el quehacer, la forma especial de vida, de decir y hasta de ser.
La mujer soldado, tan repetida en nuestra historia literaria, está viva en los varios romances donde se cuentan hechos y vida de la menor de las siete hermanas, don Marcos o don Martín; airea Garrido Palacios ese encanto de Álora que se pierde y pierde de los cantos del mecedero, con su rito especial del amor del que las jóvenes se inundan; los cantos de las viejas que airean los méritos de la joven a la que columpian; cantos en la bamba, toda esa escondida veta del principio del amor donde la poesía flota, se expande y enciende purificando el ambiente con su angustia continuadora de la reproducción humana.
Siempre he pensado que Garrido Palacios nació precisamente para escribir esto que escribe. Se preparó con títulos universitarios, pero lo básico estaba en él: trabajador en su vocación, poeta nato, narrador de mérito. Y así, sí porque en su caso vocación, formación y naturaleza son inseparables. Se acerca al zéjel árabe y lo reconoce en su función en esos cantos bellos en amor del mecedero; vive la vida de Álora en su intensidad más honda y profundidad más ancha en las festividades de Semana Santa. Canto que señala el corazón mismo: la saeta, flecha de dolor, de agonía, de religiosidad. Canto que señala varias direcciones y todas en agonía: identificar el dolor; humanidad que por el dolor divino se salva; humanización de la santidad. Voz armónica en el canto que busca el bien puntualizando el mal que se le hace al bueno y por el bueno, a la buena.
Deseo reseñar algunos rasgos esenciales que aprecio en autor y libro: investigación rigurosa, pero lo hermoso está en que aparece todo en espontaneidad; el amor con que se hace la investigación y en el que se describe lo investigado; la amplitud de los conocimientos que complementan la investigación; la gracia natural del autor en los quiebros, el valor de sus aportes para dar fe de algo que existió o casi existe y lo deja vivo para que se estudie y viva; la entrega total a una vocación y al estudio de una forma natural de ser y de vivir de los pueblos. Libro, a mi manera de ver, que amplía un ángulo de nuestro ser y quehacer que se nos perdía y pierde y busca las formas para que no se pierda. Libro de mérito en el encanto.
Dr. Odón Betanzos
PEPE ROSAS Y SU PUEBLO
Paralelamente a mi libro 'Álora la bien cercada', ha salido otro de mi buen amigo José Morales dedicado al pueblo, al 'lugá', que él ha querido que sea 'una guía práctica para viajeros diferentes'. Libro necesario, por supuesto, porque Álora encierra tal cúmulo de voces por escuchar y prodigios por ver, que se hace necesario un mapa literario, esta guía, por ejemplo, si se es, como se espera, viajero diferente. Álora no es el pueblo por el que se pasa de largo; es el pueblo al que se va, en el que se para uno; pueblo con una plaza por mar en la que confluyen todos los ríos humanos que corren por sus calles. Pueblo de dichos y de gracia, de ingenio y de bondad, de sabor rancio, antiguo. Álora es pueblo que se sabe protagonista en uno de los más bellos romances que dio el Romancero Viejo en Lengua Castellana. Es, como si dijéramos, pueblo-pueblo, con su Rafaela lotera, con sus churros de mañana, con sus cafés donde se fraguan los negocios de la vida, la vida misma, con su sabor a alma y su olor a pan recién hecho. Esta es la Álora que está en par del río, cercada por el Adelantado una mañana en domingo, la que Morales disecciona para decir al viajero lo que el viajero no sabe. Y por si fuera poco, trae bellas ilustraciones del pintor Jacques Laulheret y está dedicado a 'todos los que hicieron algo por su pueblo'.
El índice nos proporciona una sabiduría de rutas, montes, tierras de Lagares, sierra, lo que pudiéramos llamar 'un a través de los tiempos', incluyendo el capítulo que engloba la relación con la iglesia: templos, Semana Santa y curas nacidos o vividos en la bien cercada Álora. Recoge luego un puñado de ritos y de tradiciones, habla del amigo común Pepe Rosas y termina con la muerte. Quiero dar noticia de la aparición del libro y repetir la última conversación que tuve con su autor, José Morales, en la que me regaló una de esas 'perotadas' finas, afiladas, sutiles como sólo del pueblo salen. Veníamos de Bobastro y bajamos del Torcal de Antequera para comer en el primer sitio a mano. Ya en la mesa me contó que uno del pueblo había querido ser sacristán, pero como era analfabeto, el cura lo había rechazado. Y por más que hizo el hombre, el cura insistía: 'Si no sabes leer ni escribir, ¿cómo quieres meterte a sacristán?'. Al fin, se consoló vendiendo cigarrillos a la puerta de la iglesia. De los cigarrillos sueltos pasó al paquete, del paquete a la caja, de la caja al puesto y así hasta que compró una casa para almacén y luego otra y otra. Una vez que era rico y tenía a su cargo cien empleados, se admiró el cura: 'Hay que ver, Fulano, lo que has conseguido siendo analfabeto. Me pregunto, si hubieras sabido leer y escribir, ¿qué hubieras sido?. Y él contestó: 'Sacristán'.
Álora, con su gente, cumple lo que hace muchos años leí estudiando a Marcel Mauss; esto no es más que elevar la anécdota a categoría, consigna que la sentí en varias ocasiones en labios de don Julio Caro Baroja. Durante mi vida peliculera la llevé pegada como una lapa. Durante mi vida libresca la sigo llevando. Ya la consigna va conmigo, haga lo que haga. Lo que me parece maravilloso es que aún haya pueblos en los que este trabajo no sea necesario hacerlo; son sus propios habitantes los que dan la categoría hecha, sin que apenas haya rozado la trivialidad de la anécdota. Esto pasa en Álora. Esto se recoge en el libro que comento. Esto es, sin duda, el principio de la Etnografía. La que un servidor ama.
Pepe Rosas pudo ser un cuenta cuentos brillante en la gran plaza de Marrakech llamada Asamblea de los Muertos. Lo fue en vida en la de Álora, dando juego constante a las memorias con las que se cruzaba, indagando en la que pasaba por la otra acerca mientras hablaba con la que estaba en ésta. Lo que aprendía de saber popular le gustaba enviármelo porque confiaba en mi respeto por lo que era: un documento, y porque sabía que, de alguna manera, hoy o mañana me pondría a organizar el material para darle el eco merecido.
Con el correo de sello en el sobre y con mis visitas –magnetofón en ristre- al pueblo, me fue posible elaborar la edición del libro “Álora la bien cercada” y publicar varios artículos en los medios gráficos, amén de programas de radio o de televisión. Allí estaba presente Álora porque Pepe no paraba de enviarme datos nuevos, aunque lo que fuera contara con siglos de edad.
Hoy tengo la ocasión de devolver a Álora una vieja canción de Navidad que recibí en una carta en la que el buen amigo se disculpaba por la mala escritura: “Apenas veo”, decía en ella. Fue la última que recibí. Después, unas llamadas por teléfono, mi visita al pueblo para una charla y el silencio para siempre.
VILLANCICO
Estando la Virgen lavando,
/ lavando las camisitas,
estándolas refregando / se presentó santa Rita.
La besa y la abraza / con mucho cariño;
le dice: -María, / ¿dónde está tu niño?
-Entre usted y lo verá, / pobrecito desgraciado,
entre
usted y lo verá / en un pesebre acostado.
Pobrecito niño, / rey de
los cielos,
que por no tener cuna / se
acuesta en el suelo.
El niño que la escuchaba,/
por halagar a su madre,
dijo: -Si no tengo cuna, /
ya me hará una mi padre.
Álora puede incorporar a su patrimonio oral este documento y aplicar a la actitud de Pepe Rosas lo que José Manuel de Lara dice en uno de sus poemas: “Cuando el hombre deja su obra, no se ha ido”.
© Manuel Garrido Palacios