FLORENCIA
1 . Dante e il suo poema. Domenico de Michelino (1417-1491) Cattedrale di Santa Maria del Fiore.
2 . Palazzo della Signoria
3 . Pianta della Catena. Museo storico-topografico.
No se
sabe a ciencia cierta a qué se viene a Florencia, si a sentirla dentro de uno o
a sentirse dentro de ella. Lo de Florencia es un amor irresuelto al que hay que
tantear de continuo para ver cómo evoluciona y crece. A Florencia se viene y
basta. Es cita ineludible todas las veces que se tercien en la vida. Es viaje
siempre cumplido, siempre pendiente. Cuando era un muchacho vine a tocar la
guitarra. La ciudad me envolvió de tal forma que, desde entonces, raro es el
año sin que regrese como quien pretende recontar sueños, fantasmas o lo que
apetezca contar. Y una y otra vez encuentro algo con lo que no pudo el tiempo:
la belleza. Ahí está ella, sobreviviendo a guerras, a tormentas, a ciclos
humanos. Ir a la Academia y toparte con el David de Miguel Ángel, entrar en la
iglesia de la Santa Croce al tiempo que ensaya la coral y los muros te acogen
para que escuches las voces de otro tiempo, o subir a la torre de la Signoría,
o extasiarte en la Catedral o en el Baptisterio, o cruzar el Ponte Vecchio, o
comprar uvas en un puesto callejero, o enriquecerte en la galería de los Uffizi
para terminar frente al ocaso del día sobre el Arno, son los movimientos
básicos de todos los primeros días en Florencia, para, después, a emoción
calmada, penetrar en Strozzi, Rucellai, Pitti, Santa María Novella...
Brunelleschi, Leonardo, Rafael… Respirar el Renacimiento. Porque Florencia es
eso: volver a nacer, romper la costra del olvido, valorar. A poco que se esté
en ella se puede imaginar que se estuvo allí toda la vida. El aire sabe a eso,
da eso; se haga lo que se haga, se renace de alguna misteriosa forma. Hace
varios meses vine buscando los perfiles que dibujó Pío Baroja en ‘El mundo es
ansí', libro que en la primera página dice que ‘el arte es un mullido lecho
para los que nos sentimos vagos de profesión’. Y me pareció -o quise- ver vagar
por las calles florentinas al protagonista, Juanito Velasco, que 'transformado
por efecto de su libre albedrío en joven artista, recogió una cantidad
considerable en dinero y en papel del Estado, y se fue a liquidarlo y a
recorrer el mundo': el mismo que llegó a ser un entendido en Botticelli,
Donatello y el champagne. Hoy he caminado por los escenarios en los que se
movió Hannibal Lecter. No voy a hablar de la película porque doctores tiene el
oficio. Sólo diré que se me ha sumado en este viaje la ocasión de palpar esa
textura narrativa de la obra, que abre en la sensibilidad postigos que aún
permanecían cerrados, entornados, ligeramente abiertos. Textura de los versos
de La vita nuova, de
Dante:
A toda alma prisionera y gentil corazón,
a cuya presencia venga el decir presente,
por que me escriban su parecer,
salud en su Señor, es decir Amor.
Ya eran casi terciadas las horas,
del tiempo en que toda estrella está luciente,
cuando aparecióseme Amor súbitamente,
Alegre me parecía Amor, teniendo
mi corazón en la mano, y en sus brazos una
dama, envuelta en un lienzo, dormida;
Después la despertaba, y de este corazón ardiendo
ella espantada humildemente comía,
y después irse lo vi llorando.
Esto, aparte del color tallado, la luz exacta, la interpretación magistral, la historia, el arte del tiempo que nos ha tocado vivir, cuya síntesis, en ocasiones, aunque no tantas como quisiéramos, suele darnos el cine. Así que tras los ecos de Hannibal Lecter cruzo por la Logia sumido en la niebla de medianoche y hasta he creído -o querido- ver su figura de abrigo negro desaparecer tras una esquina. Mañana regresaré a las estancias de la Casa Capponi y preguntaré por el bibliotecario. Estará ausente. Hannibal Lecter tiene que estar ausente. No puede ser de otro modo. Y una vez más ese misterio de lo imaginario se me hará más bello para que la próxima vez que vuelva traiga más sueños para convertir, más fantasmas que buscar, aunque, ya digo, nunca se sepa a ciencia cierta a qué se viene a Florencia. Será porque llama, atrae, retiene. Y aquí está ella, lujuriosa, intacta, sobreviviendo a guerras, sombras, tormentas, a ciclos humanos, a ambiciones ajenas a la belleza.
© Manuel Garrido Palacios