Supe por la prensa que el maestro guitarrista había muerto.
No es de extrañar que me pasara de largo la noticia en su momento. El que esto
escribe salía por entonces de un achuchón traicionero de los que te ingresan en
la tercera planta del Hospital y los meses fuera de juego me hicieron ignorar
pérdidas como la de Rafael Rofa, al que debo más que palabras.
Vivía en la calle Trigueros en un patio de vecinos al que yo
acudía cada tarde a tomar clases de guitarra. Este nunca bien valorado artista,
no sólo me enseñó la gran variedad de toques flamencos, sino algo más
importante: a respetar la guitarra y dar su sitio al guitarrista. No le parecía
justo que éste fuera considerado simple acompañante de un cantaor, sino que en
toda actuación quería que se observara que el que tocaba las seis cuerdas
aportaba sus falsetas, daba sus entradas, marcaba compás, facilitaba tono,
ponía aire a los cantes y no pocas veces salvaba al que cantaba de algún que
otro atolladero de voz.. Con esta lucha en la cabeza me pasó que con 14 años
fui a tocar a la incipiente televisión, por aquel tiempo en el Paseo de la
Habana, y cuando el alguien que mandaba nombró al cantaor y ahí te quedas, yo
me puse en lo aprendido en el patio de Rofa y le pregunté si no decía también
el nombre del guitarrista. Aquel entendido no vio oportuna mi reivindicación y
me miró como los burros miran a los aviones. En resumen, que vino otro que
sabía más o mandaba más y le dijo al que sabía menos o mandaba menos que me
incluyera como un ‘aparte’. Así que toqué una pieza que me había enseñado
Rafalito Rofa y luego acompañé al que cantaba, con lo que me vine la mar de
contento porque había puesto en pomporetas las dos enseñanzas del maestro: la
de la guitarra pura y dura y la del respeto al guitarrista, oiga, que parece
poco. Esto, que no pasa de anécdota, se eleva a rango de categoría porque lo de
maestro aplicado a Rafael no era gratis. Maestro es el que da la norma, el que
dirige los pasos del alumno mientras titubea y eso fue para mí este hombre que
me esperaba sentado en su patio cada tarde. Cuando los concursos de fandangos
en la Academia que cuidaba Señá Pura llegué a acompañarlo como 2ª guitarra y
tocamos juntos varias noches presentados por Manuel Zamorano, locutor amable de
voz opaca al que Rafael le tenía que repetir machaconamente que nombrara al
guitarrista. En la puerta de la carpintería de mi abuelo, a la vuelta de La
Merced, parece ser que se hacían reuniones de cante con Pepe Pinto, Marchena y
otros de la vieja época, costumbre que pasó a mi patio para celebrar un algo
especial. Y allí estaba siempre Rafalito Rofa, y a veces también venía el padre
a tocar con el hijo y a cantar las que llamaba ‘seguidillas alemanas’, una de
cuyas letras empezaba: ‘Firisforfai…’ y a partir de ahí, vaya usted a saber el
idioma.
En un capítulo de Raíces incluí a Rafael en la reunión que rodamos en
Alosno. A él le gustaba ir al pueblo a ‘respirar’ el toque alosnero. Hoy día es
un documento porque la reunión tiene la presencia de los dos Rofa, Pepe el
Patrón, Juan el de señá Pura, Perolino, Juan Díaz (todos a la guitarra) y Paco
Toronjo, Paquillo el Zapatero y Antonio Abad al cante.
Rafael Rofa dio carácter al toque por Huelva –distinto al de Alosno–. Era
emocionante sentirlo pelear con sus falsetas y que te llegara su compás
pidiendo la ‘salía’. No era un guitarrista ‘largo’, sino ‘justo’, que es lo que
se necesita para arropar el mensaje cantado y adornarlo con cuatro cosas. Hay
algo que no dicen los historiadores del flamenco, quizás porque Huelva siempre
fue algo tímida como ciudad, capaz de ‘descubrir mundos y disimularlo’, como le
dijo Pemán al hacer una semblanza del poeta José Manuel de Lara; y es que el
toque genuino de Huelva lo han tallado a tope tres guitarristas: Sabicas,
Rafalito Rofa y el Niño Miguel. Emocionante era escuchar a alguno de los tres
porque las cuerdas parecían pintar en el aire una vibración salobre, y se veían
cabezos, y bajamares, y soles redondos hundiéndose en la ría. Toque de Huelva
escueto, claro, conciso, que ha quedado ahora en manos de Miguel. Toque
emocionante, como emocionante es acordarse de todas estas cosas que me han
revuelto el alma al conocer la muerte del maestro.
© Manuel Garrido Palacios