Foto MGP.
La lucha que libra la cultura del pueblo contra el proceso de homologación y falsedad al que se le somete, la fuerzan a adaptar sus tradiciones, a que las fechas cundan como puentes para la vacación, a que muchas veces se baile, se cante o se ritualice sin apreciar su significado.
Alosno, por diversas razones, conservó lo que los pueblos venidos le aportaron, heredando tal monto cultural que es injusto reducirlo a “cuna del fandango”; ésta es su expresión de andar por casa, pero no la única. Alosno guarda ecos que igual suenan a ayer mismo que a tierra prometida. Es la suya una contracultura a la que la Cultura con mayúscula llama popular porque transmite un saber distinto al de los criterios santificados.
Ahí vemos las colás en las que se planta la Cruz junto a elementos paganos, que no están ahí casualmente, sino que ese era y es su sitio; la colá es un marco conciliador de doctrinas diferentes, ejemplo de sincretismo. La esencia de la vida fluye pujante en estos templos caseros, antaño para el amor sagrado, y los protagonistas así lo sienten, que el sentimiento siempre pudo más que la razón.
Las colás se adornan con lo mejor que se tiene: cortinas, encajes, tapices, rasos, blondas, espejos, cornucopias, grabados, galerías y paños de cortadillo, que “cuando la Cruz viene, cada una luce lo que tiene” o “quien de la fiesta sepa gozar, desde la víspera ha de empezar”; y se celebran dos veces: la Cruz Grande, o sábado después del 3, y Cruz Chica, o sábado siguiente. Los altares se cubren con tisú de plata y joyas y la Cruz puede ser labrada, policromada, tallada o de ramos. Quien entra a sacar a una moza al llano para bailar tiene que pagar “la voluntad”, dinero que se destina al coste del decorado, que “día de fiesta, algo cuesta”. Se dice “una perrilla pa la lú”, pero el significado va más allá.
El aspecto de las colás transporta a unos a un salón renacentista; a otros, a los antiguos templos del amor sagrado. En ellas todo pasa sin filtros, sacando a bailar mozos a viejas, viejos a mozas, pastor a heredera, pobres a ricas, sin que sea ley bailar bien, sino bailar sin más. Las mujeres mayores cantan sin forzar la voz; sueltan coplas como rezos, o mantras, o seguidillas en murmullo al son de las panderetas. La fiesta está hecha para lo que está y quien quiera ir que vaya, que lo que tenga que pasar no quedará sin que pase.
El llano es el espacio para bailar entre los cuatro escaños: al frente, las mujeres mayores cantan, observan, vigilan; los dos laterales son para las jóvenes con sus mejores galas, dispuestas a salir con el hombre que se lo pida, guste o no, y el otro, haciendo de frontera con la calle. Las mujeres avisan si la gente se agolpa allí: “Que corra aire por el pasillo de los hombres”; son las que defienden sus cantos antiguos de la Cruz de Mayo frente a las jóvenes, que atacan más los de moda. En ese ángulo esperan turno los hombres para bailar, ya elegida de lejos la moza; al final, ella recibe el dinero y lo deposita en el altar. “Una, dos, tres seguidillas / al pie de la Santa Cruz / y al final de la tercera / la perrilla pa la lú”.
Cuando alumbraban los quinqués, el haz de luz que salía a la calle oscura indicaba que allí había un pequeño santuario esperando: “Por esta calle me voy, / por la otra doy la vuelta, / la niña que a mí me quiera, / que tenga la puerta abierta”.
Ir de Cruces en Alosno es asistir a una fiesta derramada por todo el pueblo; se deja una colá y aún el eco no se ha perdido cuando se percibe el de otra: “Vi sentada en el escaño / a la dueña de mis sueños, / la quise sacar al llano / y vi que tenía dueño / por un anillo en su mano”.
Si a la que bien baila, poco son le basta, la que lo hace por imposición sigue dejando que su pensamiento se enrede a la espera del mozo que a ella le gustaría que asomara, que igual andará visitando otras colás, cantando canés de alejanza aquí, de anuncio allí. “Te crees que soy tuya / porque pagaste este baile, / yo tengo mi cuerpo aquí, / mi corazón en la calle. / Y así, cantando / menudillas verdades / te voy soltando”
Las mujeres mayores animarán a las nuevas al presentirlos: “¡A cantar, niñas, que viene mozo!”. Y en la noche mágica flotarán una vez más esos versos de Miguel Hernández que hablan de “muchachas y muchachos, / que no dejarán desiertos / ni las calles ni los campos”.
© Manuel Garrido Palacios